Cuando Disney+ apareció en el ruedo y se lanzó a competir con las ya instaladas Netflix y Amazon, puso en movimiento una serie de enroques de productos ya establecidos en los diferentes servicios de streaming.

Uno de los cambios más importantes fue, sin duda alguna, el traslado de toda la franquicia Marvel –instalada en su enorme mayoría en Netflix a efectos de distribución casera internacional– a su propia plataforma, dejando a la gran N sin uno de sus más populares caballitos de batalla y sin superhéroes o adaptaciones de cómics populares reconocibles.

Pero Netflix se mueve constantemente y trata de buscarle la vuelta a la situación una y otra vez (lo que explica que siga siendo el número 1 en cuanto a servicios de streaming, al menos por ahora). Por eso, hace apenas un par de años, realizó un arriesgado movimiento: una asociación directa con Mark Millar y su Millarworld.

Millar, guionista escocés de larga trayectoria en la historieta mainstream, había logrado consagrarse autoralmente a partir de historias como The Ultimates (que los Vengadores cinematográficos toman casi que a pies juntillas), The Authority y la muy popular Superman: Red Son, pero en 2004 se desmarcó de los grandes sellos como Marvel y DC para anunciar su propio universo: el Millarworld, donde desarrollaría sus propias obras y franquicias.

Así, el guionista –que muchas veces ha sido acusado, con razón, de desarrollar pitchs para futuras adaptaciones antes que historietas hechas y derechas– generó obras que fueron inmediatamente llevadas al cine en rápida sucesión. Tal es el caso de Wanted (publicada en 2004, adaptada en 2008), Kick Ass (publicada en 2008, adaptada en 2010, con secuela posterior) y Kingsman (publicada en 2012, adaptada en exitosa franquicia a partir de 2014). En todos los casos, las adaptaciones superaron ampliamente a las obras originales, y además fueron grandes éxitos de taquilla.

Esto hizo que Netflix le realizara a Millar una ambiciosa propuesta: la adquisición de no menos de 11 productos de su Millarworld para ser adaptados en películas o series durante los próximos años. La maniobra no sólo volvió todavía más millonario al artista, sino que le dio al servicio de streaming la tranquilidad de generar su universo superheroico propio. De estas 11 adaptaciones, la primera, El legado de Júpiter, llega a nuestras pantallas.

Empedrado por buenas intenciones

El legado de Júpiter adapta en ocho episodios gran parte de la historieta que Millar publicó con dibujos de Frank Quitely entre 2013 y 2017 en dos volúmenes de cinco episodios. Pero, aunque deja material todavía pendiente para futuras posibles temporadas, por momentos se siente que mete demasiado contenido y que lo desarrolla poco.

Así, tenemos a grandes rasgos una historia de legado en torno a una premisa fundamental del género superheroico: qué pasa cuando los nuevos héroes toman el manto de sus antecesores. Tanto los héroes, acaso envejecidos, como el código ético por el que se rigen comienzan a ser cuestionados, especialmente el mandato “no matarás”.

Al mismo tiempo, la serie explora qué pasa con los héroes jóvenes que no siempre están (o se sienten) a la altura de la tarea, al tiempo que presenta alguna maquinación de villano escondido (aunque de identidad casi previsible desde el momento uno), algo de construcción del universo todo y, con detalle, la historia de la obtención original de los poderes que dieron pie a este mundo y sus personajes.

Al timón de esta adaptación se encuentra Steven S. DeKnight, un veterano del mundo televisivo quien ya en Netflix había encarado las tres temporadas de Daredevil, acaso la más lograda de las adaptaciones en streaming sobre personajes de Marvel. Aquí DeKnight tiene que enfrentar unos cuantos problemas extra, tales como una producción inferior. Los efectos realmente son burdos y uno no puede dejar de pensar en lo bien que estuvo Amazon al adaptar Invincible de manera animada, por no hablar de lo grotesco de los apliques y las pelucas o lo tosco del maquillaje que supuestamente envejece.

Por otra parte, el elenco tiene escasa profundidad dramática (cuando tus actores más conocidos son Josh Duhamel y Leslie Bibb, a mal puerto vas por agua) y cierta aparatosidad que recuerda a la peor televisión del siglo XX. El ritmo, en consecuencia, dista del que necesitaría este tipo de relato. 

El resultado, sin embargo, no es del todo malo. Hay algunos personajes que escapan de este contexto mediocre y construyen una interesante premisa. Entre estos está Hutch (Ian Quinlan), hijo de un superhéroe convertido en supervillano que oficia como agente libre.

Pero, sin dudas, es el folletinesco viaje iniciático que protagonizan los personajes en 1930 para obtener sus poderes lo más interesante de toda la serie, con una aventura tradicional que rinde homenaje, antes que al género superheroico, a la literatura pulp, a Lovecraft, a King Kong y a los relatos de exploración decimonónica, con gran efectividad. 

En resumen, el primer paso de Netflix en el Millarworld no va a calificar ni como la mejor ficción superheroica ni como la mejor adaptación del universo de Millar a las pantallas (eso está entre Kick Ass y Kingsman), pero es, con todo, un primer avance que abre la puerta a muchas ficciones venideras e incluso a mayor y mejor exploración de esta propia El legado de Júpiter, acaso sacando más jugo de lo que mejor funcione y prescindiendo de aquello que no. 

El legado de Júpiter, creada por Steven S. DeKnight. En Netflix.