La casa de las flores era una serie exagerada, colorida, gritona, pero, a la vez, tierna y divertida. Lo ha sido desde aquellos primeros capítulos en los que conocimos a la familia De la Mora, a su peculiar Paulina –cuya forma de hablar lento, pausado, casi en sílabas y muy irónica la convirtió en uno de los mejores personajes de series de habla hispana– y a Virginia, la matriarca del clan (interpretada por Verónica Castro en las primeras dos temporadas), que cuenta su vida a finales de los 70, cuando conoció a Ernesto y formaron una familia.
La serie se convirtió, en sus tres temporadas, en una de las ficciones más LGBT-friendly de la grilla, que desde su inicio derrocha purpurina y cultura queer. En la temporada que se cerró el año pasado, Manolo Caro, su creador, recondujo la ficción para devolverla al origen, es decir, a la sitcom mexicana de humor negro que tanto nos había hecho reír.
Ahora Netflix acaba de estrenar La casa de las flores: la película, dirigida y coescrita por Caro y Gabriel Nuncio, en la que volvemos a las vidas de Paulina (que se transforma en el personaje central de esta familia) y compañía.
Todo comienza cuando Delia, la histórica “criada” que ya es parte de la familia (y actual dueña de la famosa florería) tiene un grave problema de salud y una epifanía: cree que en la casa hay un secreto escondido que ayudaría a que Agustín, el asesino de Patricio (padre de Paulina), quien acaba de salir de la cárcel, no quede libre. Por eso deciden volver a su casa y planear una especie de venganza.
La trama es ágil y nos lleva a la infancia de los personajes, es decir, reconstruye la historia de esta familia dramáticamente inquieta pero divertida. Los constantes flashbacks están brillantemente integrados a la historia de venganza por la muerte de Patricio que Virginia de la Mora intentó en los años 80, así como a la actual “misión” de esta familia. Como si los hijos mantuvieran el legado, Paulina, Elena y Julián regresan a su antiguo hogar para cumplir la última voluntad de Delia con la ayuda de María José (Paco León). Las transiciones de presente a pasado son muy sutiles y hacen que nos mantengamos atentos a todas las líneas temporales.
Con la premisa de “La familia es la familia, se la quiere sin juzgar, o más bien se la juzga porque se la quiere”, La casa de las flores nos trae un interesante enfoque de los lazos familiares extendidos, esos que no son necesariamente de sangre y que construyen de la misma manera la vida desde la infancia.
La fotografía es típicamente mexicana, con referencias a la obra de Frida Kahlo, mientras que la banda sonora podría ser perfectamente la de una disco de los años 80 y 90. La estética súper kitsch (sobre todo en las escenas del pasado) resulta muy agradable, sobre todo al sumársele los toques de comedia negra.
Esta entrega unitaria de La casa de las flores es graciosa y vertiginosa. “Es difícil tener una familia. Punto”, dirá Paulina. Una vez más, ella es completamente fabulosa. Dato a tener en cuenta para calibrar el éxito de este personaje: Netflix le prohíbe a Cecilia Suárez, la actriz que da vida a Paulina de la Mora, hablar como en La casa de las flores.
La casa de las flores, dirigida por Manolo Caro. En Netflix.