Antes del boom inmobiliario que vivió el rincón noroeste de la ciudad de Buenos Aires a partir de los años 2000, Villa Urquiza era un barrio residencial, de arquitectura baja y anchas avenidas arboladas; un ambiente casi pueblerino, heredero de las viejas quintas de principio del siglo XX, de las que aún hoy quedan vestigios, entre los cada vez más numerosos edificios.

Allí, en 1968, nació Mónica Navarro, sin saber que años después iba a participar, casi como extensión liceal, en el grupo folclórico Las Voces del Amanecer, o estudiar arte dramático continuando ese despertar artístico, o cruzar el charco con una obra de teatro y enamorarse de y en Montevideo, o integrar la Tabaré Riverock Banda, o ser madre, o dejar la Tabaré y empezar su carrera solista al ritmo del tango, o editar cuatro discos, superar el cáncer, hacer radio y televisión, abrazar el feminismo y volver en Maldigo, su quinto trabajo discográfico, a las raíces musicales, las del rock pero también las del folclore latinoamericano, casi sin parar, como una corriente continua, siempre inquieta, siempre en movimiento.

La Navarro se estrena el sábado 26 en la nueva normalidad de los shows por streaming con un proyecto ganador del último Fondo para la Cultura del MEC y como parte de la programación de Politeama 100.0, la plataforma que el complejo cultural canario inauguró en el marco de su centenario. Por estas causas charlamos, a sabiendas de que la palabra escrita jamás le hará justicia a una mujer que le pone el cuerpo a la conversación y tiene una batería casi interminable de gestos, acentos y onomatopeyas que hacen de cada vocablo un universo. Sigan la corriente.

¿Cómo se prepara un streaming? Me imagino que debe ser extraño no tener feedback con el público.

Estoy acostumbrada a la radio, y en la radio no hay feedback, es como que todo el tiempo imaginás a un público que no está ahí. También un poco nos pasó que hace un par de meses grabamos en la sala Zitarrosa, por el homenaje a los 85 años de Alfredo Zitarrosa, y eso ya tuvo esta dinámica; era un clip, pero podía haber sido perfectamente un streaming. De hecho, quedé re copada con el ojo de Nico Soto, que hizo la dirección de ese clip y va a estar haciendo el ojo del streaming. Fue llegar y grabar, pero sacó el cuento, cómo lo quería contar, y eso me conmovió.

Destacás mucho el trabajo en equipo.

Es que me gesté toda la vida trabajando en equipos, como creo que les pasa a todos en estos laburos artísticos.

Es muy teatrero eso.

Claro, cien por ciento. Amo trabajar con la misma gente, gozar de la maravilla de poder desarrollar un camino junto con otres; es alucinante. Ayer pensaba en la cantidad de años que trabajo con Nacho Tenuta, o con el Persi [Alejandro Persichetti], o con Sibyla [Trabal]. ¡Años! Y de pronto, nos hemos hecho amigos, pero arrancamos por el laburo. A veces no tenemos vínculo fuera de lo laboral, pero cuando nos encontramos en los toques, en los conciertos, nos cuidamos, nos bancamos. Para mí es el único sentido que tiene el arte, la música: Ser –hablo en primera persona– mejor mina. Cada vez reivindico más habitar las presencias, las corporalidades, el ejercicio político de los cuerpos; o sea, el centro de todo es la vida, no hay otra cosa.

¿Cómo venís atravesando la pandemia? El año pasado le decías a Belén Fourment en una entrevista: “Si yo no canto, si no hago radio, ¿qué soy?” ¿Llegaste a una conclusión?

Fui pasando por distintos momentos. Primero, creo que lo que nos pasó a todos, creer que eran 15 días y sale con fritas; 15 días de descanso vienen divino [risas]. Después todo se fue como alargando y tuve momentos feos. Afortunadamente gozo del privilegio de tener una casa, un laburo que me permite tener tranquilidades económicas, pero como el centro de todo es la vida y no la economía, me pasó que entré como en unas preguntas recontra metafísicas. Si yo construí mi vida para ejercer quién soy y ahora no puedo estar en ese ejercicio, ¿qué construí?, ¿quién mierda soy?, ¿qué soy? Primero estuve muy angustiada y no la pasé muy bien, de todas formas estuvo bueno pensar quién soy, qué soy. ¡Y no soy nada! ¿Qué importa? Qué importa y qué importante, todo junto. Después me fui calmando.

Nos fuimos resignando: es esto.

Sí, pero no estoy en resignación, estoy en resistencia. Siento que amar y encontrarse con les compañeres, con amor, es enorme en estas épocas. Que sonreírle a alguien es un acto de magia. Y si podemos ejercer un poquito de palma en la espalda y nos podemos empujar un poco en equipo, va a estar bueno. Ojalá no sea la desgracia solamente la que fortifique las redes, porque hay algo que parece que lo que nos une es lo malo y no el amor, y yo quisiera que fuera al revés. Por ejemplo, espero que los vínculos que se dieron entre las mujeres y las disidencias en estos últimos años persista. Y esos vínculos van a persistir porque nosotras ya vivimos en resistencia desde que nacemos.

¿Qué te imaginás del feminismo en un futuro? ¿Para dónde te gustaría que fuera?

Lo maravilloso de los feminismos en todos los espacios es que, como construimos día a día, sólo vamos. No sé cómo sería una vejez feminista, no sabemos, pero hacemos todos los días, construyendo. Eso no quiere decir que no se trace hacia adelante.

¿Y, en específico, el colectivo Más Músicas Uruguay?

Me imagino una ley de cupos, lo normal, distribución del trabajo. La ley la estamos trabajando hace tiempo y tenemos un gran proyecto. Hay mucho laburo, estuvimos vinculadas con las compañeras argentinas, que tienen ley hace rato, y ahora seguimos avanzando.

Un poco ese construir día a día, ese “vamos”, es el manifiesto de Corriente continua.

Sí, zarpado. Fue un hecho muy enorme que Mónica [Spada] y Pablo [Di Felice], que son dos amigos de Buenos Aires, como hermanos, de esas personas que querés y admirás, terribles actores, me convidaran a dar clases en su escuela de teatro [Espacio Constantín], que obviamente había cerrado y estaban dando clases por Zoom. Y yo les dije: “Gurises, vamo’ arriba, ¿cómo voy a dar entrenamiento vocal a actores por Zoom? Y bueno, vamos”. Fue el primer momento en que entendí que no hay que temer por la cultura, por las profundidades, porque las profundidades son, están y siempre, pero siempre, van a encontrar el lugar donde colarse y aparecer de formas distintas; no temo por eso, no, dejé de temer; temo es por quienes trabajamos, pero lo cultural, la cultura, está siempre.

Supongo que esta interfaz virtual es un elemento más de creación. Pienso, por ejemplo, cómo trabajaron a distancia con “Hormiga”, la canción que presentaste el año pasado.

Claro. “Hormiga” en otro momento ni en pedo hubiera salido en ningún lado, hubiera sido una maqueta de maqueta de maqueta. Pero también la perfección es el silencio asegurado, y nosotras, las mujeres, tenemos siempre la vara muy alta. Tenemos que hacer la mejor canción, tenemos que cantar divino, porque lo que para un chabón es climático, para mí es que canto como el culo. La pandemia tuvo su parte horrorosa, que también creo que persistirá y habrá que ver en qué deviene, no solamente en lo económico, no solamente en los trabajos, sino en lo afectivo, en las construcciones personales. Pero también pienso que habría que empezar a ver cómo soltar lo que fue antes, que tampoco era una maravilla. ¿Seremos capaces de no pelear por volver a lo anterior?

¿Siguen componiendo?

Sí. De hecho, en el show vamos a estrenar cuatro canciones. Va a ser el Maldigo y temas nuevos. Vamos a hacer “Juana Azurduy”, ¡una canción que es una bomba!

El folclore sigue ahí, entonces.

Sí y no. Hay todo, porque, por ejemplo, el tango invadió mi vida, entonces hay como una mezcla de todo, y ya no me importa si es folclore o qué. No me importa lo identitario si esto implica una rigidez, si el folclore es esto y el tango es lo otro, me interesa un pito. No me importa.

¿Qué te pulsa una canción para elegir interpretarla?

Hay temas que por ahí durante rato no caigo, no entiendo qué me dicen, y hay como una sincronicidad que se da en algún momento, por experiencias propias o por la movida que esté sucediendo alrededor, que esa canción me cae como un bloque en la cabeza y lloro y no sé qué, y cuando me pasa eso digo: “Esto lo puedo defender”, porque más allá de lo que la canción pueda estar cantando, en ese momento puntual para mí significa otra cosa. Por ejemplo, Balderrama es un lugar en Salta donde cantan los folcloreros, cuando habla de “Dónde iremos a parar si se apaga Balderrama”, hablan de ese lugar. Sin embargo, es enorme “dónde iremos a parar si se apaga Balderrama”, es tu lugar, tus referencias, tus muertos, tus vivos. Para mí cantar eso es un viaje, es enorme. Pero vos decís “Balderrama”, la primera canción que aprendés a tocar en la viola cuando tenés diez años. Cuando a mí me pegó la dimensión de esa frase, ¡guau!

¿Y Violeta Parra? Porque no sólo incluiste dos temas, sino que terminó titulando el disco.

“El juraméntico jamás cumplídico / es el causántico del desconténtico”. Esa frase [de “Mazúrquica modérnica”] es el sentido de todo el Maldigo.

¿Por qué?

Por todo lo que implican los juramentos que no se cumplen. Por las esperas históricas. Por los cansancios históricos y los particulares. Nadie maldice sin haber vivido la bendición, y cuando se te quita la bendición del disfrute no hay más que maldecir, y está muy bien, es muy sano. Para mí, Violeta es tan grande, tan enorme, tan solitaria. Eso es rock. Basta, chicos, Pomelos no: eso es rock [risas]. Esa mina con la violita tocando por todos lados, bancando al pueblo, estando ahí. Eso es rock. No, eso es la raíz, seguro que no es rock. Porque si no parece que el rock lo toma todo, y también es un discurso hegemónico. Eso es curtirla. “Maldigo” es todo lo que está mal y lo que está bien. Entra en todos los lugares donde está cancelada la pregunta. Ni la patria, ni Dios, ni la bandera, ni Chile. Entra a todos los lugares, es como un bombardeo de “pensemos juntos”.

Siempre reivindicás la interpretación.

Sí. ¿Te hace más músique o menos úusique tocar o cantar la canción de otre compañere? Yo qué sé qué me hace más músique o menos músique. Hace muchos años, con Horacio [Di Yorio] y con Eduardo [Mauris] tocamos con Rubén Juárez; esa fue una de las pocas veces que yo conocí un artista, y entendí la dimensión. Ojo, que cuando hay alguien así se te queman los pelos. Entonces llegamos con las partituras, nos miró y nos dijo: “Yo no leo”. ¿Y por qué debería leer? Viaja por otro lado, no sé si es mejor o peor. Con esto de que hay que ser esto o ser aquello, ¿quién te puede decir que uno suena así o asá?

Escuchaba tu versión del himno del chamamé “Kilómetro 11” y pensaba que acá, en el sur de Uruguay, les damos la espalda a esas músicas, siendo que de alguna manera nos pertenecen vía litoral. ¿Qué te mueve de esa sonoridad?

El chamamé es mi vida, la casa de mi abuela. Mi mamá es correntina, mi familia es toda de Corrientes. Mi familia es del chamamé en la tierra, como corresponde, tocando con tres acordes 27 canciones, en vivo. En la casa de mi tía, cuando podemos juntarnos, vienen los Navarro, que son muchos, y es música ahí: vienen a tocar. Tocar, la carne, el vino. Ahora tendría que ver qué me pasaría con esto de que ahora no como carne.

¿Te imaginás en algún momento unir todos tus proyectos?

Sí. Fantaseo por momentos: juntar los proyectos, que suene orquesta. Fantaseo cosas enormes, después hay que ver si lo puedo hacer, todo lleva mucho laburo.

¿Cuántas veces al año te vienen ganas de mandar todo “a la putísima madre que los remil reparió”, como en el final de “Como Madame Bovary”?

Hace un rato estaba hablando con una amiga y le decía: “Qué ganas de mandar todo a la reputa madre que lo recontra mil parió”. ¡Qué ganas! Qué ganas de hacer ejercicio, de poder decir con verdad: “Bo, no me gusta lo que estás diciendo, ¿te podrás callar?”. Porque yo recibo eso de forma sutiles y ya no sirve. Hay puntos en los que decís, cuánto más sutil... Tengo ganas, sí, muchas veces en el día [risas].

Corriente continua. Sábado 26 de junio, a las 20.00. Acceso libre en el canal de Youtube de Mónica Navarro. Banda: Hernán Rodríguez (guitarra), Diego Varela (bajo) e Irvin Carballo (batería). Invitada espacial: Ludmila Rapoport.