En la amplia cultura musical estadounidense no hay nada con una mitología comparable a la de Elvis Presley. Su muerte temprana, a los 42 años, en 1977, sirve para alimentarla, pero fue su vida la que se ganó todo el crédito, incluso desde el momento exacto en el que llegó al mundo, media hora después que su hermano gemelo, que nació muerto, como si hubiera un destino. En 1936, cuando Elvis tenía un año, un tornado arrasó con su ciudad y su jardín primitivo, la sureña Tupelo (Misisipi), pero ni se enteró (Nick Cave supo condensar esto en la estremecedora y apocalíptica canción “Tupelo”).

A su vez, esa mitología se retroalimenta con una obsesión de la misma cultura por tratar de desentrañarla y entenderla, como, por ejemplo, los sesudos ensayos del periodista y crítico Greil Marcus. Quizás porque Elvis encarnó como nadie el “sueño americano”, esa idea fija que tienen allá en el norte sobre empezar abajo y terminar arriba, pero tan alto que se convierte en una pesadilla: no te mata pero te vuelve más débil, hasta que yaces solo con tu alma, en un baño de tu lujosa mansión llamada Graceland. Es por todo esto ‒y muchísimo más‒ que cualquiera que haga un documental sobre Elvis tiene como base una biomitología ‒al decir de Roland Barthes‒ que atrapa hasta al más distraído.

Elvis Presley: The Searcher (“El buscador”) es un documental de tres horas y media, dividido en dos partes, dedicado a repasar el auge y la caída de Elvis. Fue producido por HBO, estrenado por ese canal en 2018 y desde hace pocos días está disponible en Netflix, bajo el genérico ‒y marketinero‒ nombre Elvis Presley, el rey del rock and roll. El cambio de título no le hace justicia porque, como queda bien claro desde el principio del documental, aquel cantante icónico del siglo XX era, antes que nada, un buscador, que ya desde niño se encontraba en la música negra sureña, de los coros de góspel de la iglesia, obnubilado por un predicador entusiasta que se agitaba frenético para llegar a la gente.

La primera parte del documental se centra en esos seminales años de absorción musical de Elvis ‒ya en su pubertad, viviendo en Memphis‒ y en lo medular del ascenso meteórico de su carrera, que empieza cuando merodeaba un humilde estudio de grabación llamado Memphis Recording Service ‒luego Sun Studio‒, a cargo de Sam Phillips. El documental recopila varios testimonios con voz en off ‒esto lo hace más ágil‒ de amigos, familiares (Priscilla Ann, la única esposa del rey), músicos, productores, escritores, periodistas y grandes seguidores que se hicieron rockeros casi que gracias a Elvis y dibujaron otro camino en el mapa de la música estadounidense ‒como Bruce Springsteen, Tom Petty y Robbie Robertson‒.

Phillips (murió en 2003) y el guitarrista Scotty Moore (fallecido en 2016, pilar fundamental para construir el primer sonido del rey) cuentan por enésima vez aquel mito fundacional, que por muy conocido no deja de ser atractivo: cuando en una tediosa sesión de grabación, en la que no salía nada, en julio de 1954, un Elvis de 19 dejó a un lado su lata de refresco cola, tomó su guitarra acústica y empezó a improvisar una versión descontrolada del blues “That’s All Right”, de Arthur Crudup. Bill Black se sumó con el contrabajo y Moore con la guitarra eléctrica. El resto es lo que para la historia oficial es “el primer rock & roll grabado”.

La primera parte del documental llega hasta 1958 ‒pasó de todo en cuatro años‒, cuando Elvis se enroló en el Ejército, en parte por una estrategia ideada por su polémico mánager, el coronel Tom Parker, que implicaba, entre otras cosas, mostrar cómo el rey en realidad era uno más, que dejaba que le cortaran su preciada cabellera para servir a su país en Alemania ‒desde la perspectiva actual, eso de ponerse la gorra verde no fue muy rockero que digamos‒. De ese momento hay una parte maravillosa: antes de que viaje a Alemania, como no saldrá del Ejército hasta dos años después ‒1960‒, un periodista le pregunta a Elvis qué hará si “la popularidad del rock llega a disminuir o desaparecer”.

Le roi est mort

Hoy aquella pregunta puede causar gracia, pero no era descabellada, porque, de hecho, cuando Elvis regresó a su país, en el inicio de la década, la efervescencia por el rock & roll había mermado, y nadie tenía la bola de cristal como para saber que más temprano que tarde habría noticias desde el otro lado del Atlántico, gracias a cuatro peludos de Liverpool...

De cualquier manera, a la vuelta del reclutamiento, Parker ‒que perseguía su propio “sueño americano” ‒ buscó lavar un poco la imagen y la música de Elvis, y lo llevó a hacer un especial con Frank Sinatra, en el que cruzaron canciones. Allí el cantante de apellido italiano se mandó una versión swing de “Love Me Tender” con un sentido del ritmo arrollador ‒el material de archivo, con muchos segmentos de televisión de la época, es lo más disfrutable del documental‒.

Así nació el Elvis más pop, con hits como “It’s Now Or Never” (basado en la melodía de la clásica canción napolitana “O Sole Mio”), “Stuck On You” y “Are You Lonesome Tonight”, canciones que fueron todas número uno en Estados Unidos pero con un Elvis más contenido, lejos del más visceral pre Ejército, como el de “Hound Dog”, “Jailhouse Rock” o “One Night”.

El último segmento del documental se centra en el primer “regreso”, que derivó en la etapa más floja de Elvis en el terreno musical, con gran parte de la década del 60 empecinado ‒por insistencia de Parker y los contratos esclavos‒ en actuar en películas cada vez más bobas, con sus respectivas bandas sonoras de cotillón, de las que apenas se salvaba alguna que otra canción. Mientras, el rock pasaba a ser más de grupos que de solistas, que además de interpretar componían su material, algo que a Elvis nunca le interesó ‒o no supo hacerlo‒. Encima, irrumpió su compatriota Bob Dylan, que mostraba que si se tenía algo propio para decir, no importaba que no fuera cantado en forma “linda”.

Luego vendría el verdadero regreso, en 1968, con un especial de televisión, para el que reclutó a sus primeros compinches instrumentales, se arropó en cuero negro y volvió a sus raíces. Eso dio paso al “segundo” Elvis, el de patillas y pastillas, con aquel traje blanco lleno de lentejuelas que se convirtió en el disfraz predilecto de los infinitos imitadores del Rey. Se puso al día con todo lo que no había cantado en vivo en más de una década e hizo conciertos y más conciertos; empezó en Las Vegas en 1969, con 61 shows en 30 días, una etapa que suele estar injustamente infravalorada por la ortodoxia rockera.

Todo esto se muestra en el documental, que en definitiva es un buen compendio de las luces y las sombras de Elvis, aunque es probable que a los más avezados en la vida y obra del Rey les deje gusto a poco. Incluso, The Searcher pasa como si nada por los últimos días y la muerte de Elvis, quizás por sus aires de producto “oficial”, dado que su exesposa ‒de la que se divorció en 1973‒ es la que tiene más voz entre los entrevistados.

Al final queda sobrevolando cómo el mito se fue comiendo a aquel muchacho de Tupelo, en la forma de pastillas para subir y bajar, y resuenan las palabras de Elvis escuchadas un ratito antes, tomadas de una entrevista: “Supongo que lo más importante en la vida de una persona es la felicidad, no cosas mundanas. Porque podés tener autos, dinero, una casa fabulosa; podés tener todo, pero si no sos feliz, ¿qué tenés?”.

Elvis Presley, el rey del rock and roll, dirigido por Thom Zimney. En Netflix.