Una noche en Aiguá, las ruedas de un Peugeot azul giran lentas sobre las calles de pedregullo atentas al movimiento de los desconocidos del pueblo. De pronto, el actor ve a las dos mujeres y una escopeta. Sus miradas lo intimidan, pero piensa que se trata de una broma. Si bien este episodio nada tiene que ver con la ficción, allá se fue hace dos años para filmar su personaje en la película La teoría de los vidrios rotos (Diego Fernández Pujol, 2021): “Soy Servetto, un inspector de seguros medio raro, que aparece en todos los lados como Droopy y desconcierta al personaje principal con sus frases enigmáticas”, adelanta.

Cuando vuelvo a casa, luego de la entrevista, enciendo el televisor en las anónimas tres de la tarde, y ahí está de vuelta. Con la cabeza hinchada como un globo, sus manos magnificando los descuentos de una vieja barraca que ahora se dedica a las cerámicas y los equipamientos ostentosos. El locutor del comercial exclama el nombre del dueño de la empresa. Esta vez Moré puso sólo su imagen, y en el tiempo real intercambia tuits provocadores con un joven del Partido Colorado. El domingo –el que pasó, y el que vendrá– no tendrá problemas en buscar una silla y echarse hacia atrás, en medio de las llamas del octavo círculo del infierno del horario central, para gritar más fuerte que todos y revolear una bolsa llena de chascos y gatos para quien los quiera agarrar.

El padre de su amigo Quagliatta les pagaba con Fanta Naranja y pan con queso la tarea de acomodar la leña debajo del parrillero: “Para mí era una fiesta, éramos gurises de siete, ocho años, y la merienda nos la iba a dar igual. Son de esas enseñanzas que me dio la vida”, recuerda, e insiste en que el talento “no asegura nada a nadie, en ningún orden de la vida”.

Dice que su trayectoria actoral no le sirve de mucho, antes de un nuevo proyecto, salvo para no hacer un papelón; que siempre se empieza de cero, y que la fórmula tiene noventa y nueve por ciento de sudor.

Golpe y porrazo se repiten en episodios de su infancia que recuerda con vívida nitidez. Una manzana en la cabeza y un lío en la larga matinée del cine Nuevo Flores, una bomba brasilera explotada en una mano que se torna rojo brillante, una cachetada de castigo, de la madre de su amigo que les advirtió sobre el peligro, otra cachetada de su madre, que no se había enterado.

De vuelta al tiempo presente, el actor, locutor, y guionista postea una foto en Instagram que da cuenta de su nueva participación en el próximo Masterchef Celebrity. Junto con Ernesto Muniz escribe y actualiza el guion de su unipersonal No doy con el personaje que tendrá nuevas funciones en setiembre, y sigue ensayando su protagónico en la compañía del Teatro Circular para protagonizar –con la dirección de María Varela– al célebre Ricardo III en obra de próximo estreno.

“Es un personaje precioso”, dice. “Un tipo terriblemente sanguinario y muy temido en batalla”. Para ponerse en su piel se dejó crecer una abundante barba y probó con un corte de pelo mohicano, que ahora, cuando entre al bar para tomar un café despertador, habrá protegido con una humilde gorra –y una bufanda aurinegra– que lo hace algo más veterano y pequeño, hasta que comienza a contar sus historias de ojos grandes.

Además de todas tus actividades como actor, sos docente en talleres de teatro. ¿Qué es lo más importante que intentás transmitir?

La verdad. Ser lo más sincero posible. Primero con uno mismo. Identificar el personaje y no juzgarlo. Ahora tengo una señora de sesenta y pico de años que me discute. “Yo no soy así”, me dice. “Sí, yo que no sos así, pero tu personaje sí es así”. Con ese criterio, vas a interpretar a Hitler y lo hacés como un papá bueno de familia, que quiere a sus nietos, y no. En vez de cargar al personaje con un chalequito de humildad y de bonhomía, yo trato de desnudar e ir al fondo de las emociones que todos tenemos. Hay que identificarlas y que salgan hacia afuera para poder expresarlas. Me gusta trabajar la expresividad a partir de la emoción. La vida social nos hace tener filtros, pero todos tenemos todas las emociones adentro. Me acuerdo que cuando hacía Calígula me reía mucho. Porque es de los seres más despiadados que existió, y para hacerlo busqué en mi oscuridad, pero al otro día iba a la feria a comprar queso y no reventaba a los que estaban adelante para que me atendieran primero. Uno lo que hace es prestarle al personaje las herramientas expresivas. Siempre sos el mismo. La persona es la misma. En la medida en que vos permitas que la emoción salga de otra forma y la expresividad le dé paso a esa a emoción, no vas a ver a Moré, vas a ver a un personaje. También está ese dicho malintencionado, por ejemplo, con Julio Calcagno: “Siempre hace de él”. ¡Ojalá pudiera tener la capacidad de Julio! Tener setenta años, que te hayan visto en cuarenta o cincuenta obras, y siempre ser diferente.

¿En el teatro tuviste algo así como un maestro, o gente que te dijo cosas importantes en momentos clave?

Una vez Fernando Toja, en la Escuela de Teatro, me dijo “¿Por qué estás enojado? Siempre actuás así. Esto es una fiesta, para disfrutar y estar alegre”. Me costó asimilarlo, pero fue una de las cosas que más cambiaron mi carrera. Y después está el trabajo de los compañeros. Tengo dos hermanos de la vida que son Lucio Hernández y Paola Venditto. Con Paola, por suerte, compartimos espacio en el Circular, y Lucio está en La Comedia Nacional. Los dos tienen un talento enorme y laburan muchísimo, y eso me abrió una percepción de la importancia del trabajo, de ver cómo te tenés que enfocar. Además, he trabajado con directores que me han marcado mucho. Con Alfredo Goldstein, por ejemplo, tengo una relación muy peculiar. Él trabaja sobre la provocación, y no hay espectáculo en el que no nos hayamos peleado. Siempre me hace sacar algo diferente, y lo mejor de mí, para el personaje. Nos peleamos, le renuncio, me voy caliente, somos los dos de Escorpio. Jorge Bolani ha visto cosas muy buenas que me ha hecho sacar, y Jorge Denevi tiene una visión muy amplia y una capacidad de hablarle a cada actor de una manera distinta para llegarles a todos.

Foto del artículo 'Los monstruos de Robert Moré: el actor se prepara para encarnar a Ricardo III y tiene nuevos proyectos para radio y TV'

Foto: Alessandro Maradei

Cuando vas a un programa de invitado parece que siempre lo tomaras como parte de tu profesión, y te ponés a actuar.

Claro, ahora vamos a retomar Ricardo III. Si me llaman de una entrevista, lo que me interesa es que la gente vea que hay alguien ahí que tiene vida, que transmite cosas y que es entretenido, o lo que sea. Voy a contar cosas de la obra, pero tenés que meterle show. No hay que olvidarse de que esto es entretenimiento. Es la base de la humanidad. Una vez, estaban todos reunidos porque cazaron un mamut, se sentaron a comer, algún día uno se puso de pie y contó: “Saben que hoy el trabajo me costó el doble”, los demás le prestaron atención y ahí nacieron las historias. La gente no quiere escuchar algo trascendente. A mí no me importa. Cuando el discurso se carga de trascendencia dejás de escuchar. Pasa cuando estás viendo una película o una obra de teatro y empezás a pensar “¿entré la ropa? me parece que va a llover”, y eso es porque ta, se pusieron trascendentes y algo se perdió. Yo tengo un personaje que es Robert Moré, “el ladrón de gallinas”, y trato de entretener, como un tipo que tiene chispa y cierta alegría. Otros lo venden de otra manera.

Ese personaje, que parece que está siempre para la joda, que a veces se zafa un poco, ¿cuánto se parece a vos?

Están bastante cerca. Yo soy muy de sangre italiana. Mi vieja es uruguaya pero mi bisabuelo era italiano, de Siracusa, y tenemos esa impronta de euforia total, de calentarse y es el fin del mundo, y a la hora del cariño es el abrazo, el amor y no te suelto. Vivo muy apasionadamente. Y tengo un tema con la ira: soy muy calentón. Hace tiempo que vengo tratando eso, pero por cuestiones de vida, de infancia, siempre intento encontrarle el sentido del humor a la cosa. La desgracia lo primero que me causa es la risa, o me tienta. Es como Chaplin, lo ves al tipo que se tropieza y se cae y te reís. Bueno, yo viví mi infancia así, y trato de vivir mi vida de la misma manera.

¿El humor siempre fue una característica tuya?

Sí, siempre fui el payaso del grupo, en todos los liceos de los que me iban echando, en la parroquia donde fui después. Un poco a raíz de eso, un amigo de esa época en la que estaba perdiendo el tiempo de una forma abismal me dijo “¿por qué no estudiás teatro?”. Y me dejó pensando. Luego otra amiga se enteró y me avisó que el Teatro Circular abría inscripciones.

No le prestabas ninguna atención a tus estudios.

Estaba en otra, no le encontraba ningún sentido. Repetí un año, después otro, mi vieja estaba laburando como una condenada para pagarme un liceo privado. Después me fui al nocturno del Liceo 1. La verdad es que no era un objetivo. Iba para cumplir. Estaba mucho en la parroquia con mis amigos, sin ser católico ni nada. De ahí también me invitaron a retirarme. Tengo fe pero no tengo religión. Ahí empecé a callejear y, justo en ese momento en que se me venía el túnel oscuro, fue que apareció el teatro.

¿Y en tu familia había algún humorista?

Nada. Mi abuelo tenía una vidriería pero lo que hacía era arreglar antigüedades. Cosas que se rompían, él le encontraba la vuelta siempre. Mi abuela era modista, mi otro abuelo era panadero, y mi tío trabaja en publicidad.

¿Y tu viejo?

Mi viejo trabajó con mi abuelo, y después se abrió su camino como vidriero, pero cero humor. Pasa que mi viejo era alcohólico. Tenía como esa etapa del mono, y después la del león, que era muy agresiva. Y eso es algo que digo que a mí me influyó en mi forma de vivir. Yo si te cuento tuve una infancia súper feliz, pero si narro los hechos, capaz que vos decís “tenía una infancia de mierda”. Porque la viví desde el humor y de reírme de esas cosas. También tuve gente que fueron pilares en mi vida. Por ejemplo, la familia Quagliata. Ellos me dieron mucho cariño, me llevaban de paseo y sobre todo me dieron de comer, me mataron el hambre. Mi vieja laburaba, mi viejo no nos pasaba un peso.

¿Cómo es hacer reír a otros? Debe ser una sensación muy fuerte.

Voy a hacer una generalización que quizás es incorrecta, pero a mí me parece que detrás de todo humorista hay un deseo de agradar porque sufriste en algún momento un abandono. Por eso buscás agradar y que te devuelvan esa alegría. A mí no me faltó el cariño de mi madre, que fue eterno, mis abuelos eran unos dioses, mis tíos me adoraban. Moré es vasco-francés, pero yo me siento más italiano por Giacusa [apellido materno], me corre sangre italiana, y el abandono, como en esas películas clásicas, es algo que no perdono. Entonces está eso de buscar que el otro esté feliz y alegre para que no te abandone. Hay una frase que dice “La vida no es más que un sinfín de tragedias y todas juntas no hacen más que una comedia”. Yo creo que es así. Tal vez es difícil de ver cuando te pasan cosas graves. Yo tengo la teoría de que todo lo que a mí me pasa, si es jodido, es porque hay alguien o algo evitando que me pase algo peor. Creo en eso. Con mi señora perdimos el primer embarazo a los seis meses. Fue muy doloroso. Es difícil de explicar. Pero me aferro a esa creencia. Es algo que tengo integrado, un dolor que está ahí y forma parte de la vida.

Antes de la pandemia se hablaba mucho sobre la corrección política en el humor. ¿En qué momento creés que estamos ahora respecto de ese tema?

La corrección política está totalmente instalada, y para mi es una enfermedad, una censura que limita el poder de creatividad. El tema es cuando hacés algo para ofender al otro. En el siglo XX el humor, por excelencia, es de los judíos. No hay discusión, y lo hacen, básicamente, riéndose de ellos. Hoy tenés que cuidarte de no herir la sensibilidad de nadie, y el humor se trata de reírnos juntos. O sea, en mis unipersonales, guionados con Ernesto Muniz, lo primero que hacemos es reírnos de nosotros. De arranque hay un audio de Ernesto diciendo que lo que él hace es una porquería, y yo digo las peores cosas de mí. Ya está, ahí siento que expresé “acá somos todos iguales y nos podemos reír, tranquilos”. A mí la corrección política literalmente me pega en el forro de las pelotas y trato de pasarla constantemente. Tenés que cuidar los ámbitos. Voy a un cumpleaños de una señora de ochenta, la más joven tenía setenta, lo manejo de una manera. Voy a un cumpleaños de jóvenes, carta blanca. En la radio sabés que el público puede estar en una oficina o en el ómnibus y no podés decir cualquier cosa.

Leí en un par de entrevistas en donde decía que uno de los personajes que más te gustaría interpretar es Nosferatu. ¿Por qué?

Sí, me encanta Drácula, y la obra de Bram Stoker. Es una historia de amor trágica que me fascina. “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”, te llega hasta el alma esa frase. Es un monstruo, pero el tipo está enamorado. El primer Nosferatu que se filma es el de [Friedrich Wilhelm] Murnau [Nosferatu: una sinfonía de horror, 1922] y fue con ese nombre porque pretendió ser una adaptación de la historia original de Bram Stoker. Así y todo, la viuda del autor [Florence Balcombe] terminó demandando a la productora del film. Esa película alemana me parece una maravilla. Hay una versión que incluye un documental de filmación donde plantean que Murnau contrató a un vampiro de verdad. Después está el Nosferatu de Werner Herzog con Klaus Kinski, que también es increíble [Nosferatu: vampiro de la noche, 1979], y luego me parece que se ha romantizado la figura del vampiro y lo de chupar la sangre, y es lo menos importante. A Drácula le arrebatan a su amor con un engaño. Él lo que sale a hacer es luchar por Dios y por la iglesia, y se siente traicionado. Y otro personaje magnífico que me gustaría interpretar es al Tola [José Luis] Invernizzi. Además de su talento sublime como artista, su vida es como una historia de piratas. Alguien tiene que hacer esa película.