“Hay dos cosas por las que la gente siempre pagará: comida y sexo”. Son palabras de Fernande Grudet, célebre proxeneta francesa de los años 60 en quien se basa Madame Claude, la película biográfica estrenada en Netflix en estos meses.

Madame Claude (una brillante Karole Rocher) es la directora de un próspero negocio de prostitución VIP en París. Atender clientes de alto nivel (incluidos Marlon Brando y John F Kennedy) le confiere poder en el mundo político y criminal francés. “Me di cuenta desde el principio de que la mayoría de los hombres nos tratan como putas. Decidí ser la reina de las putas. Que nuestros cuerpos deben usarse como arma y armadura. Para no volver a sufrir nunca más”. Así lo anuncia ella misma al principio de la historia.

Casi 200 chicas trabajan en el negocio de Claude, y ella se queda con 30% de lo recaudado. Esto se muestra como algo bastante favorable para todas, es decir, desde un enfoque mecánico y hasta pragmático de la prostitución.

En el centro de todo se mueve Sidonie (Garance Marillier), la chica favorita de Claude. Inteligente, tranquila y astuta, está atravesada por un horrible evento de su niñez. Acompaña a Claude en los momentos más turbios y se transforma en su ayudante. Mientras practica malabarismos con clientes peligrosos e influyentes, la madama asume una actitud dura pero maternal con Sidonie.

Es esperable que en una película como esta haya mucho sexo y erotismo, pero funciona más bien para intentar mostrar que es sólo trabajo. La mayoría de las veces estas mujeres se ven obligadas a sonreír y soportar a sus clientes, y no se muestra esa tarea como algo placentero. Durante décadas se vio la prostitución como un “trabajo más”, sin reparar en que esto conlleva peligros, traumas y dolores para las mujeres que la ejercen, y en la época en que está ambientada Madame Claude estas nociones empezaban a cobrar fuerza.

La historia transita la dicotomía entre el empoderamiento de Claude y Sidonie y la vulnerabilidad a la que están expuestas: por momentos parecen (sobre todo Claude) unas seguras mujeres de negocios que aprovechan sus cuerpos como herramientas, pero siempre aparecen, sin que tengan la posibilidad de evitarlo, el machismo y la violencia simbólica de las que son víctimas.

Claude es fría (o tuvo que hacerse así), calculadora, informante de la Policía, hábil declarante y amiga de criminales. Pero también carga con un pasado y un presente familiar pesados: tuvo una hija a los 17 años, la dejó con su madre y se fue a París para trabajar. Ahora ese pasado parece venírsele encima cuando su hija crece y le repite muchas veces que no quiere ser puta como la madre. Y lucha con los mismos estigmas que muchas mujeres: la edad, el peso, el seguir “vigente”. Es fuerte pero vulnerable a la vez.

Sidonie, en paralelo a su camino como mano derecha de Claude, empieza un proceso de desenamoramiento del mundo de la prostitución (drogas y abusos de un ambiente que parece de plata fácil pero que es tan violento como oscuro), al tiempo que desentraña un pasado traumático.

No es la primera vez que el cine se acerca a la fascinante figura de Madame Claude: ya lo había hecho el especialista en cine erótico Just Jaeckin en 1977 en una película con el mismo nombre. Ahora, la directora Sylvie Verheyde (que ya había abordado el mundo de la prostitución con Sex Doll, de 2016) la recupera desde una perspectiva más actual, ligada al empoderamiento femenino, y pone foco en cómo el sistema machista y patriarcal terminó conspirando contra la creciente influencia y poder de Claude.

Con una buena historia, temas fuertes, un hermoso diseño escenográfico de época y unas actuaciones muy a la altura, Madame Claude tiene todo para cautivar.

Madame Claude, dirigida por Sylvie Verheyde. En Netflix.