Las flores de mi familia (2012), en la que Juan Ignacio Fernández Hoppe documenta el duelo que separa a su abuela y a su madre, ahora está en la plataforma de streaming Guide Doc.

“En un principio estuvo en manos de la productora Austral Film y la película se movió por algunos festivales muy importantes, estuvo en la plataforma Cine.ar del INCA, pero luego, debido a una serie desafortunada de sucesos, descubrí que hacía un año estaba pendiente la respuesta a Guide Doc sobre su propuesta de pertenecer a la plataforma. Gracias a la insistencia y a la tenacidad amorosa de mi compañera, me convencí de agarrar el toro por las astas y empezar a hacerme cargo yo de la película. Las flores es una película a la que amo y sigo creyendo que aún hoy tiene mucho para decir, para remover a abuelas, nietos, hijos; que de nuevo se piense qué pasa con los viejos en Uruguay y en el mundo, qué significa envejecer”, dice el director y montajista.

Guide Doc sube un documental por día a su catálogo. “Es de las plataformas más cargadas y ricas en lo que a documental se refiere, hay varios documentales uruguayos. Todo eso me entusiasmó. A veces, y sobre todo con películas chicas a nivel de presupuesto, el director tiene que volverse el propio productor, volver a esa imagen de ir por la calle recorriendo casas culturales y cineclubes con el DVD en la mano. Ese espíritu de ir acercando la película lo disfruto muchísimo aunque lleve trabajo, porque de nuevo es estar en contacto con la gente y de esa manera se genera el diálogo, y para mí eso es todo. En definitiva, es la lucha por no dejar morir esta pieza que hoy verla implica, entre otras cosas, resucitar la imagen de mi abuela”.

¿De qué manera te atraviesa lo íntimo en el documental?

Antes había hecho un corto que se llama La mudanza, sobre cuando mi madre y mi abuela se mudaron juntas a la casa donde luego sucede Las flores; ahí ya hay un germen. Luego realicé otro corto, llamado Bichito de luz, del que saqué la primera toma de Las flores. Esta toma la hice con la primera cámara con la que tuve contacto, una VHS que saqué de la escuela para una premisa de la facultad; de hecho, mi profesora en aquel entonces era Gabriela Guillermo y nos mandó como tarea filmar un concepto y el sábado de mañana, sin sacarme el piyama, me puse a filmar todo lo que estaba alrededor hasta que decidí salir al balcón y me estaba esperando mi abuela para fundar, sin saberlo, lo que luego sería la película. “Esto tenés que filmar, las flores”, me dijo. En este caso la vida y el documental ineludiblemente corren en paralelo, motivados por el deseo y la obsesión de retratar ese conflicto, a mi abuela y a mi madre en esa travesía, en esa tragicomedia de unión y separación, de amor y desamor, de madre hija, de aquello que decía [Fernando] Cabrera: “Al mismo tiempo que me pone una cadena ahuyenta miedos que trancan mi libertad”. Ahora estoy trabajando en mi próxima película, Los sueños de mi padre, en donde lo íntimo, el nivel de exposición personal, se intensifica aún más; estamos hablando de un niño que a los ocho años pierde a su padre y a los 40 sale a buscarlo a partir de una caja de pertenencias que quedaron guardadas. Pero no creo que lo íntimo en el documental tenga que ver solamente con retratar el entorno familiar. No podría embarcarme en un proyecto largo si no me atraviesa a un nivel íntimo, y esto se logra porque, independientemente de lo que esté retratando, siempre estoy marcado por la insistencia de perseguir una imagen de manera obsesiva, lo que lleva siempre a conocer otras aristas de las historias que uno piensa que está contando. Como decía mi abuela en La mudanza: “A mí todo me gusta, todo es lindo”. Creo que algo de eso llevo conmigo y por eso he llegado a encontrarme con personas que se convierten en personajes con historias maravillosas para contar.

¿Cómo te llega el cine?

El cine, y sobre todo la idea de que hay un director detrás, me llega a través de mi relación con Mario Levrero, mi padrastro de aquel momento, con quien vivíamos en Colonia a finales de los 80. Él alquilaba con su cuponera una película casi todos los días para ver en el videoclub y nos quedábamos viendo todo, incluso los créditos, y de esta costumbre de quedarse hasta el final sucedió mi primer encuentro fortuito con la maravilla del cine: en una película de los hermano Coen meten una vieja dentro de una caja, la suben a un avión y desaparece. Esa trama no se resuelve hasta que termina la película y pasan los créditos: cuando terminan los créditos hay un plano de un desierto, cae la caja y hay un cartel que dice “Uruguay”. Para mí eso fue una revelación. La idea de que las tramas se cierran incluso después de los créditos, la idea del chiste y la representación de Uruguay también.

Otra revelación sucedió viendo Mentiras verdaderas. En un momento se ponen a bailar “Por una cabeza” y yo a Gardel lo tenía a través de la radio Clarín, que Levrero escuchaba a todas las horas pares. Eso que pasaba en mi casa todas las mañanas cuando recién nos mudamos a Montevideo pasaba a ser parte de una película. Sin duda que lo íntimo, lo familiar y lo cercano se va a la pantalla. Las referencias son el buen cine americano de los 80. Pero el golpe fuerte con el documental fue cuando en la sala 18 de Cinemateca vi Aparte, de Mario Handler. Cuando la película finalizó y él hizo pasar al frente a todos los protagonistas, dije: “Acá está la vida, acá está el amor, en este tipo de vínculo”.

¿Algo de aquello que se encuentra al margen te emociona particularmente?

Me gusta esa idea de aquello que camina al costado del camino. En Las flores de mi familia están esas cuestiones permanentemente, como te decía: la vejez y la resistencia de mi abuela por no dejarse ir hacia la muerte, por mantenerse activa y reclamando que no la trataran como una niña. También esta pregunta me remite al primer documental que hicimos con mis amigos, a quienes quiero muchísimo, sobre Cococho (2003), un jugador de Nacional que había sido muy famoso pero en una época de crisis y que termina viviendo en una pensión en Rivera. El siguiente que hice fue Talitha Koum (2004), sobre una joven francesa que la vuelven monja y la mandan a San José, Uruguay, para hacerse cargo de un hogar como madre sustituta, sin serlo, de ocho niños abandonados por sus padres. Y ahora que pienso, el personaje de mi padre también es un tipo que poeta y músico pero con una gran depresión que lo fue alejando de la vida. Hay ciertas personas que me impulsan a querer volverlas protagonistas. Me pasaba mucho con mi abuela, que cada tanto me preguntaba: “¿Por qué me filmás a mí, que soy una simple empleada?”. Y yo con ganas de contestarle: “No. Acá sos la dueña de tu propia historia, sos la protagonista y hasta la realizadora”, porque, como te contaba, ella fue quien en un primer momento me indicó qué filmar. Ella fue la cineasta y yo su camarógrafo de confianza.

¿Cuál es el rol de la comunicación en esta historia?

Lo que me resulta interesante de Las flores de mi familia es que ellas nunca dejan de dialogar, y cuando ya no pueden hacerlo aparecen estos enviados que son la paloma y el perro, cuando hay cosas que no se pueden decir o que son muy dolorosas. Una película es una conversación siempre. Mi madre alertando al perro que se va a ir a trabajar y ya vuelve claramente es una necesidad de sanar el abandono que siente estar cometiendo; y mi abuela con este vínculo que se construye con las palomas, que arranca queriéndoles pegar un tiro y después las va aceptando. Por eso cuando yo estoy filmando y mi abuela sale a la búsqueda de la paloma y le dice: “Mi hijita querida, ¿a dónde vas?”, yo dije “Ta, este es el final de la película”. Para mí esta película es un acto de comunicación completo, incluso porque mediar las conversaciones es parte estructural de mi crianza debido a la profesión de mi madre, que es médica psiquiatra. Yo me estoy exponiendo también en la película, pero esto se sostiene porque existen Nivia Quintana y Alicia Hoppe, que agarraron y entraron en ese diálogo que me incluyó a mí, y sin duda el hecho de hacer la película permitió hablar, la cámara amplificó cosas o simplemente, como me dijo una persona después de una función: “Yo cuando veía a tu abuela ahí, triste y sola, pensaba ‘pero pará, no está sola, está Juan Ignacio ahí atrás’”. Cuando recuerdo a mi abuela haciendo circular el video en las redes siento que el documental consiguió su objetivo, dio la vuelta de nuevo hacia la vida. Las flores me permitió conocer y vivir con mi abuela de una manera que no hubiera pasado antes. Ver la emoción de las personas cuando se les devuelve su imagen en una pantalla es algo inexplicable, es algo movido siempre por un impulso amoroso.

Las flores de mi familia, de Juan Ignacio Fernández. En guidedoc.tv.