En los mediodías de la plaza Zabala, cuando está soleado y las noticias parecen amainar en sus malos augurios pandémicos, un grupo de pájaros en los árboles nos recuerda con su canto y cierta insistencia disonante que estamos disfrutando de su casa. El cantautor Rodrigo Odriozola, alias Toto Yulelé, nos reservó un lugar para charlar en un sector con sombra y luz igualmente convenientes. Está a pasos de su actual hogar; podría haber bajado de pantuflas y piyama en el ascensor del viejo edificio de la rotonda donde, desde no hace mucho, comparte con dos amigos el apartamento donde vivió su amiga Samantha Navarro, que le dejó el piano y una espaciosa habitación para ensayar que disfruta a diario.

Toto es, además de músico, psicólogo y psicoterapeuta. Se reconoce algo controlador, pero piensa que eso queda más o menos al servicio exclusivo de la buena factura de sus canciones. Nació en Mercedes en 1988, y este año editó Una casa. Es el tercer disco de su carrera solista, de estética mínima e íntima como los anteriores, especialmente confesional, con más de una escena de músicos invitados, hecho de forma artesanal y bien casera; esta vez son nueve melodías de un folclore a medio camino entre el campo y la ciudad, de candombe canción, sobre la amistad, la soledad y la necesidad de encontrar un lugar en el mundo.

Te criaste en Mercedes ¿Después viniste a Montevideo?

Nací en Mercedes y viví en muchos pueblos por los laburos de mis viejos: padre policía, madre maestra. Cada dos años nos mudábamos de pueblo. Viví en Agraciada, Egaña, Villa Darwin, que es Sacachispas, Palmar, Fray Bentos y Mercedes. Después me vine a Montevideo y me quedé acá.

En este disco justamente hablás sobre cómo lidiar con el desarraigo.

Claro. “Camino adentro” habla sobre eso. De cómo a veces, cuando no te arraigás en los lugares, es como que tu casa va contigo, por una cuestión de supervivencia.

¿Y en ese camino encontraste algo así como tu lugar?

Es que al fin y al cabo esta es la ciudad donde más tiempo viví y me enamoré mucho de Montevideo, me encanta. Ya tengo más de diez años acá y nunca me había pasado estar tanto tiempo en un lugar. Me gusta, sobre todo, porque me permitió conocer una parte de nuestra cultura en primera persona. El candombe en el barrio, el hecho de conversar y tocar con músicos que admirás y darte cuenta de que la distancia no es tan grande porque te los encontrás en la feria comprando bananas. Pero también es cierto que me construí medio nómade, y eso creo que va a ir conmigo siempre.

Y en la práctica, ¿ese carácter nómade te hace conservar alguna costumbre o hábito en particular?

Capaz que la necesidad de estar cambiando. Mudarme, cambiar los muebles de lugar. Me cuesta quedarme quieto mucho tiempo en la misma cosa. Es más, disfruto mucho de despertarme un día en una casa nueva, en un cuarto diferente; me gusta fijarme cómo entra la luz al lugar, cómo cambian los colores.

¿Cuán propio es este proyecto tuyo y cuánto se abre a otros músicos para acercarse a un proyecto de banda?

En las letras, sí, es mi historia contada. En eso soy bastante celoso y me cuesta bastante componer en conjunto. Generalmente cuando voy a grabar un disco las letras las tengo recontra cocinadas. En lo musical se acerca un poco más a la idea de banda. Cuando invito músicos a participar ya tengo una idea de lo que vamos a hacer, y generalmente me gusta que ellos puedan sumarse y desplegarse dentro del mundo Toto Yulelé. Les propongo un camino y después construimos juntos el arreglo y la forma de tocarlo. Creo que el foco está puesto en elegir a la persona que la canción necesita. Es un equilibrio de esas dos cosas. Igual, cuando nos ponemos a ensayar soy medio controlador. Es una cosa en la que estoy tratando de mejorar.

¿Cómo hiciste este disco en tiempos tan particulares?

Cuando empecé vivía en Barrio Sur, y me mudé en el medio del proceso. Lo produje en casa, solo. Era mi necesidad en ese momento. Primero hice las maquetas, grabé todos los instrumentos, armé las programaciones, y cuando lo tenía medio cocinado se lo mostré a [el músico y productor] El Niño Que Toca Fuerte, que lo iba a mezclar, y le dije: “Yo quiero grabar esto”. Me contestó: “Esto no precisa otra cosa, ya está grabado. Dejalo así que está bien, regrabá lo que te parezca pero quedate con esto, porque acá ya está”. A mí me costaba aceptarlo. Después también le mostré las maquetas a Martín Buscaglia y me dijo lo mismo, así que ahí dije “ta, voy por esta”. Algunos músicos vinieron a grabar a casa o yo fui a las de ellos, o me mandaron sus pistas y las fuimos trabajando a la distancia.

Decís muchas cosas como si no hubieran sido dichas antes, como algo que estaba guardado y ahora podés mostrar.

Sí, total. Viste que hay cosas que pasan y luego, con el tiempo, uno puede darles forma. Hace mucho tiempo que quería hacer una canción como “Lo que aprendí”, pero antes sentía que todavía me faltaba vivir para lograrlo. Escuchaba canciones así y eran de tipos que tienen 60 años, como “Tema del hombre solo”, de Jaime Roos. No podés apurar un proceso así, pero en un momento pude poner en palabras lo que quería. Y cuando entrás en ese viaje, mientras vas diciendo te vas encontrando. Fue una letra que la escupí bastante directo, y hoy en día, cuando la escucho, siento que es un cierre de una etapa, un resumen, para pasar y seguir, con todo eso arriba. En los discos me gusta la idea de tener presente un contexto, de poder transmitir lo que sentí y viví en un momento en particular. Es como una especie de foto. Ahí están un montón de palabras que tienen que ver conmigo o con lo que me estaba pasando, y yo siento la responsabilidad de no dejarlas morir. Es como una militancia de las palabras. Lo mismo ocurre con los ritmos, como el candombe.

¿De qué te nutrís naturalmente para hacer este tipo de canciones? ¿Sos lector, observador, te gusta el cine?

Soy lector, pero sobre todo, en esas categorías, diría que soy muy observador. La profesión te va nutriendo y ejercitando, pero sé que ya lo era desde antes de estudiar psicología. Me reconozco en eso de hacer el intento por desentrañar lo esencial, o las lógicas que están detrás de ciertas cosas. Me encanta sentarme en una plaza y ver a la gente. En cada una de esas personas hay un universo y una vida interminable. Me gusta describir y me interesa reflexionar sobre lo que veo. Es decir, yo pienso cosas sobre lo que veo, y en eso que pienso está cómo me paro frente a la vida. En este disco hablo mucho en primera persona y hablo bastante de mí.

Con todas las mudanzas que tuviste, ¿cómo hiciste amistades?

Al final, lo que pasa es que conocés mucha gente, y sin embargo, a pesar de que me mudé muchas veces, siempre mantuve mis vínculos con esas amistades duras, gruesas, estructurales. Hoy lo cuento pero no sé cómo se dio. Ahora vivo con dos amigos, y a uno de ellos lo conozco desde los seis años. Creo que la casa la construí en los vínculos y no tanto en los lugares que iban y venían. Soy más de construir cosas más sólidas pero en lo intangible. Es como digo en “Lo que aprendí”: “Nunca tuve casa, siempre tuve amigos”.

¿Quiénes son esos dos amigos?

Rodrigo Vique es el que conozco de chico, es fotógrafo y me saca las fotos para prensa. El otro es Gonzalo Palmarín, que es músico también. Me gusta laburar con gente con la que confío y me siento cómodo. Va más allá de si se trata del mejor fotógrafo del mundo o no.

Contame de la canción “Soy un ñeri”.

Es una canción de amor. Ahí intento rescatar el sentido de la palabra “ñeri”, asociada a ser compañero. Si vas a su etimología, eso es lo primero. A la vez, juego con los diferentes significados con los que también se la conecta. Es una palabra simbólicamente muy cargada en nuestra sociedad. Uno dice “ñeri” y se te aparecen un montón de imágenes en la cabeza. Pero en esa canción de lo que hablo es de una forma de vincularse. Yo soy un compañero, soy un ñeri, estoy acá, no soy ni esto ni lo otro. Es, además, una palabra que yo uso mucho con mis amigos. Me parece cariñosa. Un día me pasó que tocando esa canción, acá en Ciudad Vieja, vino una niña de cinco años y me dijo: “No me gustó la canción del ñeri”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque ñeri quiere decir robar”. “Pah, ¿sabés que no? Ñeri quiere decir compañero”. Se le iluminó la carita y se fue, pero yo me quedé pensando “qué zarpado”. No sé qué se entenderá cuando alguien escuche la canción, pero tiene un candombe y está hecha con amigos, con mis ñeris. De eso se trata un poco lo de militar algunas palabras.

¿Para tocar candombe se pide permiso?

Creo que no. Pero también entiendo que hay que hacerlo con respeto. El respeto no necesariamente quiere decir hacerlo como los candomberos de raíz, sino teniendo presente que estás tocando un ritmo tradicional de tu país y lo tenés que hacer seriamente. Va por ahí. Cuando uno hace candombe y no respeta ciertas reglas de base, siempre va a haber alguien que te diga: “Eso no es candombe”. Para mí lo esencial es el respeto a lo sagrado. Yo intento acercarme de esa forma, aunque no siga ciertas estructuras tradicionales. Cuando un gurí de 20 años escribe un candombe y habla de las cosas que le pasan a él y no de los esclavos de hace 80 años, porque él no estaba ahí, me encanta y me parece recontra valorable.

Toto Yulelé está el jueves 19 de agosto a las 20.00 en El Hormiguero (San Salvador 1644) y el 26 de setiembre en La Cretina (Soriano 1236).