Yo soy el pueblo es una película diferente sobre la revolución egipcia. Si bien acompaña el proceso que se desató en 2011 desde la caída de Murabak hasta la elección de Mohaimed Morsi, es una profunda mirada hacia la realidad de los campesinos que viven en el pueblo de Gezira, a 700 kilómetros del sitio icónico de estas luchas: la plaza Tahir.

Entender esta distancia no implica pensar en kilómetros, sino en sujetos históricos que pueden quizás estar próximos físicamente al lugar donde se concentra la batalla, pero temporalmente lo habitan desde hace siglos. Es decir, vivir como un campesino del interior de Egipto parece quedarle grande a cualquier revolución, puesto que si bien herramientas de comunicación como televisión, periódicos y radio les llegan a Farraj y su familia, protagonistas de este documental, el tiempo transcurre de otra manera para quienes viven en condiciones tan difíciles.

“¿La revolución? ¡Sólo tienes que mirar la televisión!”, grita Farraj a la realizadora Anna Roussillon cuando estallan las primeras manifestaciones en Egipto. No se puede mirar este documental sin sentir permanentemente el deseo de participar. El consenso que logra Roussillon entre la idiosincrasia del campesinado y las imágenes de lo que está sucediendo en el centro de las revueltas logra colocar el sentido político en un contexto diferente, en el que aquellos derechos que se conquistan se transforman en señaladores de que aún falta reclutar soldados, familias como esta, con el poder de reflexión que permite adiestrar el movimiento constante de la hoz, pero que, como está cansado ya de repetir el cine sobre conflictos políticos, continúan estructuralmente marginados.

A medida que van pasando los sucesos ya conocidos, la familia se entusiasma y la relación con la documentalista permite un espacio de reflexión sobre, principalmente, el alcance de la democracia. Sin embargo, al final del día, y probablemente hasta hoy, nada ha cambiado para los campesinos. Esta no es una crítica a la revolución: Yo soy el pueblo es la posibilidad de que podamos observarla desde los márgenes, porque el conflicto siempre está cerca, sólo nos falta enfocarlo a quienes únicamente llegan por televisión.

El cine es una de las tantas posibilidades, como esta película o una simple nota en un diario, pero aún no es suficiente. No queda otra que detenerse y pasar aunque sea unos minutos tratando de comprender no solamente la revolución en Egipto, sino el trabajo de sus campesinos, y todo pensamiento que surja de allí.