El palabrero es el cuarto título de la serie “Libros de acción” –conformada también por Animales en su tinta (2018), Plantas: un libro para irse por las ramas (2019) y Como hongos después de la lluvia (2020)– y el segundo de Ediciones de la Canoa (los dos primeros fueron seleccionados y apoyados por los Fondos Concursables para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura).
Entendido como parte de ese conjunto, cobra relieve el posicionamiento de entender la palabra –y, como expresión singular y gozosa de esta, la poesía– como epítome de lo humano. Como en sus predecesores, la mirada gráfica desde el diseño y la ilustración son partes sustantivas del trabajo.
Ambicioso en el buen sentido, El palabrero se ocupa del lenguaje desde los más diversos puntos de vista, con un abordaje entre lúdico y poético. Recomendado, desde la tapa, “para mentes inquietas de 0 a 200 años”, desafía las etiquetas y se dirige a la mirada limpia propia de la infancia, al estado de ánimo pronto para sorprenderse y dejarse llevar que no se limita a un público segmentado por un criterio de franja etaria (como todos los buenos libros “para niños”, por otra parte, pero El palabrero decide desmarcarse desde el vamos).
La idea de El palabrero no es la de un libro para leer linealmente desde la página 1 a la 168 (aunque nada impide que el lector siga ese orden si lo desea), sino que es una invitación a ponerse en acción –a “hacer, inventar, investigar y escribir”, sostienen sus autores–. Con la palabra como hilo conductor, sus páginas proponen un viaje por una exhaustiva gama de temas y variaciones de ese concepto, que apunta a la creatividad, al aporte de datos sorprendentes, mínimos, curiosos, interesantes.
Cuidadísimo hasta el último detalle en su edición, no descuida ningún aspecto (texto, ilustración, diseño, tipografía). Impreso a dos tintas –el color se reserva a la portada, mientras que en el interior hay una exclusiva presencia de celeste y turquesa– y con ilustraciones de inspiración antigua, evoca las viejas revistas de entretenimiento y, más lejos aún, las publicaciones decimonónicas. En esa clave, y partiendo, por supuesto, de la definición misma de “palabra”, se embarca con la noticia y el trabalenguas, y viaja por juegos gráficos, anagramas, jitanjáforas, palíndromos y un bienvenido larguísimo etcétera.
En un gesto inequívoco, el volumen está encabezado, después de los créditos y agradecimientos, por “Invitación”, de Circe Maia. El recurso a la poesía, por supuesto, no es inocente: hay en eso, entiendo, o quizá me gustaría, una toma de posición que invita a empezar por ahí para meterse en el mundo de las palabras, no como una forma de escritura reservada a unos pocos, preciosista, sino como elemento esencial de la lengua.
El palabrero, de Alejandro Sequeira, Cecilia Ratti y Marcos Robledo. Ediciones de la Canoa, 2021. 168 páginas. $ 790.