La serie de ocho episodios narra la historia de Dan (Mamoudou Athie), un archivista que se encarga de restaurar cintas dañadas. Tras un encargo por parte de una misteriosa empresa, el joven se recluye en una casa imponente a varios kilómetros de la civilización, sin acceso a internet ni a señal de celular. Las cintas en las que debe trabajar fueron recuperadas en un incendio, y el material es tan delicado que no se puede trasladar.
Esas filmaciones que restaura pertenecen a Melody Pendras (Dina Shihabi), una estudiante universitaria que buscaba hacer un proyecto académico sobre los habitantes del llamado Edificio Visser 25 años atrás. De a poco el protagonista se implicará con el material rescatado, encontrará conexiones con su pasado y comenzarán a sucederse las situaciones extrañas.
A poco de comenzado el metraje se empezará a amalgamar lo ocurrido, los sueños y la paranoia de Dan, creando un ambiente oscuro y enrarecido. La apuesta en este caso incluye varios de los tópicos del cine de terror: cultos, brujería, exorcismos, viajes en el tiempo, fenómenos astrológicos, tótems, artistas, médiums, seres paranormales y un conjunto de vecinos que parecen ocultar varios secretos.
La principal virtud de la serie radica en una administración de la información que genera grandes dosis de suspenso, lo que conduce a verla de un tirón. A medida que el vínculo de Dan con la protagonista de las cintas se estrecha, la incertidumbre aumenta y se multiplican los momentos escalofriantes. Los cliffhangers colocados en cada episodio son muy efectivos, lo que la convierte en una de esas series que se devoran en un día o dos.
A su vez, exige una participación activa del espectador. Uno se encuentra manejando hipótesis y posibles salidas mientras la trama avanza con un protagonista cada vez más obsesionado con el material en que trabaja, y donde el terror toma cada vez más espacios de su mente como si ocupara habitaciones.
Los protagonistas se apoyan en secundarios que le otorgan nuevas líneas argumentales que funcionan. Dan recurre a su amigo Mark (Matt McGorry), quien dirige un podcast sobre lo paranormal y es su contacto con el mundo exterior durante sus días de reclusión en esa casa-laberinto. Por otro lado, Melody construye un vínculo con una adolescente que vive en el Visser, Jess (Ariana Neal) y convive con su mejor amiga Anabelle (Julia Chan, en una muy buena interpretación).
Más allá de las referencias evidentes a El resplandor o El bebé de Rosemary, la conexión más profunda que se distingue es con la premiada Berberian Sound Studio. Allí también hay un experto, en este caso un ingeniero de sonido, que debe trabajar en la mezcla de una película. A medida que avanza la historia, comenzará a empastarse la realidad con la ficción en un ambiente enrarecido muy lyncheano. En esa construcción el sonido juega un papel preponderante, y en Archivo 81 también hay un muy buen tratamiento sonoro, que crea un clima de extrañeza en el que perdemos de vista qué es real y qué es producto de la mente perturbada del protagonista.
Hay dos elementos que se repiten en la serie, que parecen tener un significado ulterior y le agregan nuevas capas de lectura: el fuego y el moho. Con su poder destructor, el fuego devora a los habitantes del Visser y a la familia de Dan. Mientras tanto, el moho que crece en las paredes se adueña de a poco de los espacios y parece ser la escenificación de la locura del protagonista, que avanza sin parar.
El manejo del found footage también le otorga una peculiaridad. La textura granulada, la dificultad para distinguir lo que sucede detrás de la interferencia crea un contenido distinto desde el punto de vista plástico. En esa línea se suma el comienzo de cada capítulo, con alguna escena que proviene de una antigua filmación en VHS. Así juega con el espectador de otra manera. En vez de esperar a que algo terrorífico aparezca en la oscuridad, tememos encontrarnos con un elemento inesperado cuando se retome la filmación, luego de las interferencias.
De todas formas, el manejo de las cintas encontradas podría aprovecharse mejor si tomaran más protagonismo. Cuando la trama se zambulle en la historia de Melody, presenciamos las escenas recreadas y abandonamos el punto de vista de Dan, ya no vemos a través de la filmación, lo que le quita un poco el atractivo.
A medida que transcurren los hechos, ya en los capítulos de cierre, nos encontramos con demasiadas explicaciones en capítulos con reconstrucción de época. Se evidencia un esfuerzo del guion por responder a todas las preguntas que emergen a lo largo del metraje (que son muchas), cuando podría haber ganado dejando más lugar para la ambigüedad.
Con momentos de auténtico terror, la serie funciona en lo más básico: consigue asustar al espectador. Y lo hace sin recurrir al gore ni a los golpes de efecto. Más bien se mueve en una atmósfera intoxicada en la que circulan personajes excéntricos y todo parece ligeramente dislocado. El único momento de real gore es uno de los puntos más altos, con una imagen en medio de una sesión espiritista que queda grabada en la memoria.
Mediante la creación de personajes bien perfilados, Archivo 81 nos compromete como espectadores: nos interesa lo que les suceda. Y lo que les sucede es que perdieron a sus seres queridos y buscan una forma de conectar con ellos en a través de sus obsesiones. Melody sigue la pista de su madre en el edificio Visser, mientras que Dan intenta entender lo que le sucedió a su familia en esas cintas que restaura con precisión y paciencia. Ambos intentan encontrar esa pieza que falta en el puzle para reconstruir su pasado.
Aunque dista de ser perfecta, la serie gana en esos momentos en que nos permite acercarnos a los anhelos y las miserias de los protagonistas, cuando empatizamos con ellos en su búsqueda de algo que los complete. También cuando deja una puerta abierta a la interpretación sin intentar dar con todas las respuestas.
Archivo 81, de Rebecca Sonnenshine. Ocho capítulos de 60 minutos. En Netflix.