“No hay que especular. Antes todo el mundo decía que iba a ser imposible que nos juntáramos, ahora dicen que todo es posible, pero nadie tiene la verdad ni la sensación térmica adecuada. Tiene que ocurrir lo que tiene que ocurrir, no hay que forzar los acontecimientos”, dice del otro lado del teléfono el músico argentino Juanse (Juan Sebastián Gutiérrez), cantante, guitarrista y compositor, acerca de su banda de toda la vida, Ratones Paranoicos.
Como se sabe, el grupo se formó en 1983 y tuvo su década ganada en los 90, cuando terminó de crear una música a imagen y semejanza de The Rolling Stones, a quienes supieron telonear en los primeros shows de la banda británica en la vecina orilla, en febrero de 1995. En 2011 los Ratones se separaron para volver a juntarse en 2017, cuando editaron el álbum Caballos de Noche - Vivos en el Hipódromo, un registro de su presentación de regreso.
Los Ratones quedaron en aquello y no se sabe qué pasará. Pero sí es claro que Juanse seguirá subiendo al escenario, como lo hará hoy a las 22.00 en el club de jazz y restaurante Medio y Medio de Punta Ballena, en el marco de su tradicional festival veraniego (con entradas por RedTickets que van desde 1.750 a 2.150 pesos). A Juanse lo acompañarán Gabriel Carámbula (guitarra), Pablo Memi (bajo) y Juan Colonna (batería). Obviamente, no faltarán las canciones de Ratones.
Luego de tantos años en el ruedo, ¿qué es lo que te sigue motivando para subirte al escenario?
Más que nada porque se genera esa sensación que tenía cuando estaba empezando. Si bien siempre tuvimos perfectamente claro que estábamos para eso, nunca te imaginás que vas a poder estar tantos años enfocado en la expectativa que se genera en todos: en nosotros y en la gente que nos sigue. Ahí es donde está el verdadero punto del por qué.
Hace un mes se editó Materia prima en plataformas digitales, un EP de Ratones Paranoicos que incluye versiones inéditas de canciones que grabaron en 1984, cuando recién empezaban y tenían un perfil sonoro más new wave, incluso bailable, antes que Stone.
Estábamos en otra línea, totalmente. Teníamos un concepto de la música que ni siquiera hoy lo encontramos, esa es la verdad. Esos no eran demos, sino canciones que decidimos no incluir porque eran demasiado exigentes, aunque la base es la estructura del rock & roll. Hubiera sido elegir un camino que no estamos en condiciones de saber qué rumbo hubiera tomado, pero es distinto. Estábamos buscando nuestro sonido. Ahí hubo una gran labor de Gustavo Gauvry [productor], porque nos dio esa dinámica de no ir directamente al punto. Lo que ocurre muy seguido –y en aquella época mucho más– es que los músicos están totalmente convencidos de lo que tienen que hacer, que no está mal, pero después hay que ver si eso está bien hecho. La parte técnica es incuestionable, porque nosotros preparamos una enorme cantidad de aspectos técnicos. Cuando hablo de que hay que hacer esto o lo otro, me miran como diciendo “¿tanto lío para hacer cuatro tonos?”. Bueno, después vamos a ver si son cuatro tonos, nada más, o si requiere una cuestión técnica diferente, más sutil y elaborada. Esos temas, aunque no son absolutamente exponentes de nuestra realidad en el momento, muestran que ya hablábamos otro idioma. Además, nosotros tuvimos una bendición enorme, porque siempre nos tocó estar bien producidos. Es muy probable que si no hubiese estado Gauvry esos temas hubiesen salido a la venta en aquel momento. Teníamos una enorme cantidad de material, que es lo más importante: porque si tenés una muy buena idea pero no está acompañada de otras formas que realmente la respalden, es una casualidad.
En Rocanrol Cowboys, el documental sobre los Ratones que se estrenó hace un año en Netflix, Gauvry dice que cuando ustedes empezaron eran “bastante punks”, no tenían “nada de stoniano”.
Éramos punks, ya habíamos superado a los Stones; no dejábamos de escucharlos todo el tiempo, eso es verdad. Los escuchábamos porque son la mejor banda de rock & roll. Nosotros hacemos rock & roll. ¿Cuál es la mejor banda de rock & roll? Ellos. Si escuchás rock & roll y no te gustan los Stones, no te gusta el rock & roll; es simple. Pero nosotros hacíamos todo: nos gustaban los Stones y los [Sex] Pistols, pero también escuchábamos otras bandas. Una vez, por 1999, volvíamos de Pinamar con Pappo, le puse a los New York Dolls en el auto y no sabía quiénes eran. Ahora hay gente que dice que escucha a los New York Dolls pero no tiene la menor idea de lo que eran. Los Pistols viajaron para conocer a los Ramones, pero se encontraron con los New York Dolls. Es una cosa muy compleja, como el estudio de grabación, que es algo absolutamente inabarcable si no te interesás por conocerlo, porque te quedás en una barrera que es como una placa: uno cree que cuando ve una radiografía ya está, “ah, ya sé como es mi interior físico”, pero no es así, el estudio es otra cosa. Desde el principio tuvimos a Gauvry y luego a Andrew Loog Oldham [mánager y productor de la primera época de los Stones], personas que han estudiado y han hecho lo que corresponde para conocer profundamente el estudio. Cuando grabamos el segundo disco de Ratones [Los chicos quieren rock, de 1988] ya teníamos compuesto material para prácticamente cuatro discos, porque éramos una banda que ensayaba el disco; no es que estábamos tocando, venía el violero y le ponía la viola. Creo que eso se nota.
Es algo orgánico.
Exactamente, es una coordinación técnica y artística. Pero, obviamente, de nuevo vamos a los gustos: nadie es el dueño de la verdad, a algunos les gusta, a otros no; gracias a Dios, les gusta a muchos. A muchos no les gusta, y eso es bueno también, porque si les sigue sin gustar quiere decir que vas por el buen camino.
¿Qué te pareció el montaje final de Rocanrol Cowboys? Porque me dio la sensación de que faltó más profundidad sobre cuestiones estrictamente musicales.
Me encanta, es un éxito total. Yo veo Netflix porque llega un momento en el que el embole es tan grande que ya no sé qué hacer. Ayer vi una película que se llama Spenser Confidential [Peter Berg, 2020], la de siempre: el expolicía que estuvo preso, vuelve, es bueno y mata a todos los malos. Me cansé un poco de ver eso y puse el documental. A veces lo miro porque me causan gracia algunas escenas. Me parece que es excelente. Lo bueno que tiene es que no hace falta conocer al grupo: si lo ve un alemán está bueno igual, más allá de que sea sobre nosotros. Está dirigido a ver la experiencia de la vida de una banda. Al principio yo no lo quería hacer, después nos hicieron una propuesta muy importante, la aceptamos pero con condiciones, como siempre, y se cumplieron todas. Fundamentalmente, la que más se cumplió fue la de hablar en off [testimonio sin imagen], eso significa que hay más tiempo para meter más cosas de archivo, porque ver cómo estás ahora... ¿A quién le importa? A mí tampoco me importa, apenas me miro en el espejo. Entonces, eso le dio mucho valor. Además, al hablar en off era casi terapia: íbamos solos, hablábamos y a los 40 minutos ya te soltabas y empezabas a decir la verdad de lo que pasaba.
En pocos meses vas a cumplir 60 años. ¿Cómo te llevás con ese número?
Bárbaro. Yo me siento bien interiormente. Hay gente que dice “ay, si pudiera tener 30 años de nuevo”... Me parece que sos un malagradecido a la vida y a Dios. Yo tengo la edad que tengo que tener, la paso bien y hago lo que puedo; y gracias a Dios puedo trabajar, que es lo más importante de todo.
El año pasado participaste en el programa de televisión Masterchef Celebrity de Argentina, donde pudimos apreciar una nueva faceta de tu persona.
Sí, porque cocino todo el tiempo, lo que pasa es que nadie me ve –dentro de poco habrá métodos para que vean qué hacés durante todo el día–. En casa siempre fui el que cocinó, estaba acostumbrado a hacerlo domésticamente. Pero una vez que quedan siete participantes, como quedamos nosotros, ya estás en un nivel semiprofesional. Ahora llego a un lugar y me doy cuenta al toque de si está todo bien o todo mal, porque la cocina la miro desde otro lado; sobre todo después de haberme cortado pedazos de una mano con ese aparato que es como una especie de guillotina para cortar las cosas parejas.
¿Hay similitudes entre cocinar y hacer música?
Sí. Yo aprendí mucho de Luis Alberto Spinetta, porque era un eximio chef y manejaba cualquier elemento de la cocina. Pude aprender de él porque me corregía cuando le mostraba algo. También fuimos aprendiendo los dos juntos a hacer pulpo sin agua, por ejemplo, y flasheábamos, porque eran cosas que compartíamos en mi casa, en la de él y con los chicos. Tengo un recuerdo muy lindo de esa época, de haber estado junto a una de las personas que más admiro.
Hace pocos años encontraste un camino en el cristianismo. Imagino que seguís en él.
Sí, justo me agarrás leyendo a [Luis Heriberto] Rivas, que es un autor argentino muy importante, y a San Juan Crisóstomo, uno de los padres de la iglesia. Pero obviamente siempre recomiendo ir a la fuente, el Evangelio. Y acabo de comprar un libro que es muy interesante, Teoterapia, de Claudio Rizzo, un teólogo con mucha actividad. Es una forma de tener un acompañamiento espiritual, que también va de la mano de la comprensión de los textos. Porque aunque la fe no requiere que tengas una formación intelectual avanzada, desde el punto de vista humano, del mundo, ayuda mucho a entender por qué pasan determinadas situaciones que tenés que atravesar. Entonces, ahí es donde viene el tema de asumir esa ambivalente forma que adquiere nuestro estado de conversión. La conversión es permanente, requiere mantenimiento y aceptación de un montón de cosas, de elementos que suman y que restan, aunque la resta es una suma. La resta no existe, aún dentro de la matemática es una invención. En realidad, todo suma. Y si vamos más al fondo todavía, no existen los números. Los usamos como un código que está armado y construido por nosotros para poder desenvolvernos en la vida: para tomar la medida de algo, para contar cuanto nos queda en el bolsillo, por ejemplo.
¿El cristianismo te cambió la perspectiva de la letra de algunas de las canciones que escribiste?
No, para nada. El don lo recibís, justamente, de Dios. Lo peor que podés hacer es renunciar a eso que hacés o hiciste. “Me arrepiento de esto”, pero te estás arrepintiendo de que hiciste algo para conseguir tu trabajo, tener tu familia y formar un hogar. Entonces, al contrario: es cuanto más valor cobra. Yo nunca tuve una autorreferencialidad en las letras, porque tenemos un código. El gran maestro de todo ese código sigue siendo Spinetta, en donde lo que se está escuchando y leyendo no es lo que en realidad se dice. Lo que yo digo, lo digo para que la gente lo lea para cualquier lado. ¿Que hubo oscuridad? Si, obvio, siempre hay oscuridades en las letras, pero también hubo zonas de mucha luz, que yo realmente no sé en qué momento ni cómo las escribí. Quizás era un anticipo de lo que me estaba por ocurrir más adelante. Obviamente, hay canciones que son como apologéticas.
“Yo quiero mi pedazo, / ¿por qué no me lo dan?”.
Claro. El “pedazo” a través de los años se fue transformando en un montón de cosas. Al principio era el pedazo del ladrillo, porque nosotros acá en Argentina decíamos “pedazo” cuando te daban un poquito para fumar. Después fue la guita, luego se transformó en un símbolo fálico y más adelante volvió a eso que uno quiere. Traigo de nuevo el tema teológico: cuando Jesús multiplicó los panes, se llenaron 12 canastas “con los pedazos que sobraban”, dice La Biblia. Entonces, todo está vinculado.