Sabiendo que los diferentes países generan sus propios subgéneros cinematográficos, acaso el cine quinqui sea el mayor aporte de España a este respecto. Se entiende por cine quinqui a aquellos relatos que narran las aventuras de delincuentes de clase social baja, siempre jóvenes, y que alcanzan (más o menos) la fama por los crímenes que cometen.
Pretensión de realismo, consumo de alcohol y drogas, hermandad entre criminales juveniles y un creciente uso de la violencia son algunas de las particularidades de este subgénero, que tiene entre sus primeros incursores a cineastas como José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia, y películas como Perros callejeros (1977), Navajeros (1980) y Deprisa, deprisa (1981).
Particularmente popular en la era del “destape” –cuando el dictador Francisco Franco comenzaba a ceder terreno y las censuras propias y ajenas comenzaban a resquebrajarse, y tras su muerte–, el quinqui concitó la atención de directores tan variados como León Klimovsky, Carlos Saura y el propio Pedro Almodóvar, y fue popular hasta fines de la década de 1980, con algunos ejemplos posteriores cada vez más separados en el tiempo hasta volverse, hoy por hoy, rara avis.
Las leyes de la frontera, nueva película del siempre interesante director Daniel Monzón, llega para enmendar esto y traer al cine quinqui de regreso, en esta ocasión y gracias a Netflix, a las pantallas de todo el mundo.
Historia de crecimiento
Nacho (Marcos Ruiz) no lo pasa particularmente bien. Corre el verano de 1978 en la ciudad catalana y nuestro protagonista de 17 años es blanco de un continuo bullying por parte de sus conocidos del barrio, que se prolonga en la piscina, en el cine o donde sea que lo encuentren. Sus padres no lo comprenden, su hermana tampoco. Apenas si encuentra un rato de consuelo en las maquinitas –o recreativos, como les dicen en España–, donde pasa horas, escondido todo lo que puede.
Todo lo anterior va a cambiar cuando Tere y Zarco (Begoña Vargas y Chechu Salgado) entren en su vida. Ambos son promesas de algo distinto –ella, un primer amor; él, una amistad de fierro–, y es así que de a poco pero sin pausa, se irá internando en un mundo diferente con otra barra de amigos, que se hace las pesetas robando.
Daniel Monzón ha construido una carrera variada y con picos contundentes. Tanto en su obra maestra Celda 211 como en El niño (quizá sus mejores películas hasta esta de hoy) ha dedicado una mirada al mundo criminal, que aquí retoma con identidad propia.
Importa tanto la maduración, el coming of age como dicen los gringos, como el ascenso de la banda con sus crímenes cada vez más ambiciosos (lo que termina por llamar la atención de la Policía brutalmente violenta de la época). La forma en que el protagonista genera confianza y crece, madura, tiene el mismo peso que los robos que irán volviéndose más peligrosos (con unas notables escenas de acción a tono, en las que Monzón pone todo lo que sabe y tiene). Irá creciendo su amor y hermandad con sus cómplices, al tiempo que sabemos que viven todos de prestado.
Con el protagónico algo impávido de Ruiz muy bien contrapesado por la entrega de Vargas y Salgado, Las leyes de la frontera es una hermosa reconstrucción de época, con una gran banda sonora y un ritmo que se va haciendo más y más vertiginoso. Una gran película escondida entre los algoritmos de Netflix.
Las leyes de la frontera, de Daniel Monzón. 140 minutos. En Netflix.