No es tan común como podría pensarse la aparición de la figura del detective privado en la narrativa neopolicial latinoamericana, ese corpus definido por la academia a partir de la obra de Mempo Giardinelli, Leonardo Padura y el escritor que nos ocupa hoy, Paco Ignacio Taibo II. Se trata de una literatura “de crímenes muy jodidos, en la que lo que importa no son tanto los crímenes como el contexto”, según Taibo, y no se trata de historias especialmente propensas a la clásica figura justiciera y hasta quijotesca que no pocas veces encarna el detective privado.
Hay, por supuesto, excepciones. Andan por ahí el veterano expolicía Julio Argentino Etchenique (o Etchenaik, como dirá el mismo personaje, así suena más gringo), creación del argentino Juan Sasturain; el vernáculo Obdulio Barreras y su saga todavía en activo a cargo de Renzo Rossello; y el que nos ocupa aquí hoy: Héctor Belascoarán Shayne.
El más chilango (esto es, del DF mexicano) de los detectives fue inventado por Paco Ignacio Taibo II en 1976 en la novela Días de combate y ha protagonizado nada menos que diez entregas, reunidas en un solo tomo editado por Planeta allá por 2010.
Justamente es esta novela la que da cuerpo al primero de los tres episodios que la adaptación de Netflix ha hecho llegar recientemente a nuestras pantallas, y son una estupenda forma de aproximarse a la literatura del mexicano, acaso uno de los más importantes narradores policiales contemporáneos, y a una ficción de detectives diferente.
Días de combate, Cosa fácil y No habrá final feliz son las primeras novelas protagonizadas por Belascoarán y aquí, en la notable adaptación a cargo de Rodrigo Santos y dirigidos respectivamente por Ernesto Contreras, Hiromi Kamata y Gonzalo Amat, ocupan los tres primeros episodios de la serie.
Se trata de capítulos largos, de una hora y media de duración, y es todo un acierto dedicarle uno a cada novela, puesto que así se le permite respirar a la historia, desarrollar tanto el caso policial como a sus personajes protagonistas, sin nunca esa parte fundamente que yacía ya en la prosa del escritor: el DF como personaje, uno que respira, vive y reacciona por sí mismo y a su manera.
El momento histórico que recrea no es tampoco baladí. Son fines de los 70 en México, y hasta para un país con una realidad permanentemente convulsa hablamos de un momento tenso en lo político –todavía están presentes la masacre de Tlatelolco de 1968 y el Halconazo de 1971– y muy violento en lo cotidiano, con corrupción en todas las fuerzas públicas y un altísimo índice de criminalidad.
Es allí y entonces que el desencantado ingeniero Héctor Belascoarán Shayne (ideal en el rol Luis Gerardo Méndez) opta por largar casa, matrimonio y trabajo, hacer un cursillo por correspondencia y proponerse como detective independiente (que no privado, salvedad que se encargará varias veces de remarcar). Apenas secundado por unos pocos personajes –su hermana Elisa (Irene Azuela), la muchacha de la cola de caballo (Paulina Gaitán) y sus compañeros de oficina, el plomero Gómez y el ingeniero Gallo (Silverio Palacios y Gabino Rodríguez, acaso los dos mejores del elenco)–, Belascoarán investigará diversos casos en los que se reitera con regularidad una misma norma: el desinterés del Estado u “orden público” con respecto a los pobres o desventurados, la corrupción de las altas esferas, la injusticia para los miserables.
Jugando con un tono de comedia que vuelve autoconsciente la imposible tarea del detective y su misma existencia, la serie funciona al mismo tiempo como una dignísima adaptación del material original y como producto independiente, dado que su narración es prístina, funcional y por completo efectiva. Entretiene sin duda alguna y ofrece, además de todo, una gran recreación de época, con gráfica, música y ambientación que ya quisieran para sí las grandes producciones cinematográficas.
Con siete novelas más todavía por adaptar, sólo podemos esperar que esta Belascoarán sea la primera de varias temporadas, una manera de demostrar que la tan vilipendiada Netflix es muy capaz también de mostrar de la mejor televisión moderna.
Belascoarán. Tres capítulos de 90 minutos. En Netflix.