Aunque mantuvo una gran base narrativa y una sólida asociación con la investigación histórica, el gran éxito de la serie Peaky Blinders siempre fue estético.

La ropa. Los cortes de pelo. La música sorpresivamente moderna de Nick Cave combinando estupendamente bien con escenarios escapados de la década de 1920. La manera de fumar de Cillian Murphy y su mirada perdida, entre melancólica y brutalmente salvaje. Se puede decir que a partir de la serie existe un “estilo” Peaky Blinders que nos ha acompañado durante los últimos diez años y al que probablemente le quede todavía tela para cortar.

Esto no es demérito para los grandes valores narrativos y de producción que tiene la serie creada por Steven Knight en 2013 y cuyas seis temporadas y 36 capítulos acaban de terminar hace apenas algunas semanas. Knight tomó como punto de partida la historia real de una pandilla de Birmingham compuesta por una familia de origen gitano que incluía algunos veteranos de la Primera Guerra Mundial, populares por su método de combate, que a su vez les daba nombre: hojas de afeitar escondidas en sus gorras con las que cegaban a sus enemigos.

En realidad, dicha pandilla voló mucho más bajo –y encontró su final mucho más pronto– que sus contrapartidas televisivas, a las que, en el tiempo de la ficción, hemos acompañado durante casi 25 años y hemos visto interactuar con grandes momentos históricos.

Así, la pandilla de pequeños gángsters en ascenso que en 1919 ordenaba el juego en la ciudad de Birmingham creció exponencialmente durante la depresión estadounidense y vivió directamente de la Ley Seca, contempló la emigración de los despojados en Rusia por la Revolución al tiempo que legalizaba gran parte de sus negocios ,enfrentó a mafias italianas y judías (y se asoció con ellas), saltó a la vida política para “defender” los derechos de los trabajadores portuarios mientras se hacía con el control de sus sindicatos, se involucró en la lucha del IRA y el ascenso del fascismo, entre muchas otras cosas.

Los Peaky Blinders –y su líder y protagonista absoluto, Tommy Shelby– sirvieron de espejo y mirada peculiar de una época turbulenta y poblada de situaciones mientras se narraban sus cuitas y batallas, muchas de ellas en el plano interno, porque el control de la familia y de la pandilla es probablemente la trama principal que se ha continuado temporada a temporada. Es así que llegamos a 1933.

Todavía nos queda una película

Aunque cada ciclo narró una historia que empezaba y terminaba en sí misma, quedaban cabos sueltos para reenganchar en el siguiente. Al cierre de la quinta temporada, todo lo que debía solucionarse en la sexta quedaba planteado. A saber: el quiebre de la pandilla, en la que Michael Gray (Finn Coyle), el primo de los Shelby, se proponía como nuevo líder, apoyado por sus asociados estadounidenses.

Esto no le hacía ninguna gracia a nuestro protagonista Tommy, pero desbordado ante la presión del IRA y el fascista Oswald Mosley (un brillante Sam Claflin), no atinaba a responder. El gran problema que no cuenta ya con respaldo: su mano derecha, su hermano mayor Arthur (el gran Paul Anderson), está más perdido que nunca y la tía Polly, el ancla de la familia, fue asesinada (recurso narrativo ante el lamentable fallecimiento de la increíble Helen McCrory en la vida real).

Pero si algo hemos aprendido en todos estos años es que Tommy es un perro viejo y con muchísimos recursos, por lo que gran parte de la gracia de este relato no está tanto en la incertidumbre de si podrá o no resolver sus problemas, sino en cómo los resolverá.

Peaky Blinders se había definido como un perfecto drama criminal, y ahora lo de “drama” brilla con más fuerza que nunca. La temporada se centra casi por completo en Cillian Murphy y en los costos –tremendos en muchos casos– que ha tenido esta batalla por mantenerse en el poder tanto tiempo. Lamentablemente, esto hace relucir el protagónico, pero funciona en demérito del resto del elenco: Anderson vaga por ahí en varios episodios y Ada, la hermana que siempre ha tratado de evitar el crimen (buenísima Sophie Rundle) apenas si se ve. Al final, “atar cabos sueltos” resulta poco para tanto metraje y se abusa más que nunca de las caminatas de los personajes en cámara lenta mientras suena música especialmente bien escogida para la ocasión.

La asociación con hechos históricos funciona mejor y contamos con la participación afortunada de secundarios (¡hola, Tom Hardy!) en algún episodio, pero parecería que para cerrar, Peaky Blinders llega demasiado enamorada de su ritmo pachorro y su refinada estética.

Los fans sin duda se lo perdonamos, tras años de apreciar el cuidado con que se construyó a esta familia y su universo. Esperamos ansiosos la película anunciada por Knight, que le pondrá el moño a esta épica de los Peaky fookin Blinders.

Peaky Blinders, sexta temporada. Seis episodios de aproximadamente una hora. En Netflix.