Es imposible desconocer a Rita Cortese. Tanto sea por su descomunal presencia escénica como por la diversidad de papeles que asume, el cine, la televisión y el teatro argentinos la hicieron parte de su elenco estable desde la década de 1980.

Los pocos minutos que le tocan en Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014) como una exconvicta cocinera bastan para detectar un estilo que la destaca hasta en un breve papel secundario. Citar más intervenciones sería siempre dar un panorama parcial de la actividad que lleva. En 2022, a sus 73 años, filmó cuatro películas. Aparte –lo que nos convoca–, en 1998 debutó públicamente con el tango, grabó discos y se llevó un premio Gardel como revelación. Desde entonces y hasta la fecha Cortese tiene vidas artísticas paralelas. No fueron muchas, en cambio, las veces que se presentó de este lado del Río de la Plata (y el asunto del río es más que anecdótico, como se verá más adelante).

La próxima cita será este sábado en la sala Zitarrosa, cuando interprete tangos, poemas y canciones que la llevarán de Enrique Cadícamo a Chico Buarque, de Miguel Hernández a Atahualpa Yupanqui, en su espectáculo Feroces.

“Estuve cantando en alguna oportunidad en Uruguay, con Anita Prada, hace algunos años, estuve filmando la miniserie de Maradona y he ido mucho a Punta del Este, pero no es que tenga una concurrencia laboral muy extensa”, admite antes de la visita, y a poco de terminar la charla deja esta descripción gráfica de su vida cotidiana: “No estoy en una casa enorme, pero sí hermosa, donde veo el cielo de todos lados, rodeada de gente, de amigos; en este momento no estoy en pareja ni lo quiero estar. No estoy muy segura, sí enamorada, un poco, porque al enamorarse uno se va del mundo: apoyás la cabeza en la almohada y no pensás en los dolores. Ayuda un montón”.

¿Cómo se arma un repertorio tanguero en 2022? ¿Cancelás autores o canciones?

Te estás refiriendo al feminismo, a los tangos que tienen una postura totalmente machista de acuerdo a la época en que fueron desarrollados, tangos del 20, del 30. Esa es una parte del tango que uno, a pesar de que tengan una música magnífica y que puedan llegar a ser en su momento un poco graciosos… también depende del punto de vista con que uno los tome. El machismo existió en todas las épocas; el rock es muy machista, no es el tango solamente. La cumbia es muy machista también, y la música pop. O sea que en realidad lo que existió fue una sociedad con una impronta contra la que, con mucho esfuerzo y con muchos logros, y con muchas ausencia todavía, hay que seguir luchando.

El repertorio lo elijo siempre por algo que me conmueve y que puedo acceder a cantar, porque no canto solamente tangos, también música popular, folclore y rock en este espectáculo, Feroces. Pero siempre estoy alojada en un estado mío de la vida. Nunca me subo al escenario vacía, nunca me subo porque sí. Me subo para contar algo, no para señalar un camino sino para interpelarme y para interpelar. Y así elijo los repertorios.

¿Lo de “feroces” a qué obedece? Es un espectáculo pospandémico.

¿Terminó la pandemia? No se sabe. Es un espectáculo que surge en un momento en que la pandemia estaba realmente bastante fuerte, aunque ya con vacunas, pero mucho más que ahora, que pareciera que está lábil. Pareciera, porque estamos adivinando al respecto. La pandemia, etimológicamente, significa la enfermedad de los pueblos del mundo. Y el término “feroces” se me ocurrió porque tiene que ver no con la sangría sino con la fuerza y con el deseo que tenemos que tener para cambiar el mundo y para poder acceder a la felicidad y el bienestar.

Ahí es donde se aloja el término “feroces”. Tenemos que tener mucha fuerza para defender nuestro deseo. Hay que acceder al deseo. Es el motor de la vida. El deseo es el eros. ¿A qué viene esta enfermedad de los pueblos del mundo, también? A separar los cuerpos; el otro se convierte en un contagio en lugar de ser un compañero, un otro para compartir el camino. No, más vale dejarlo lejos porque te puede contagiar. O sea, aplaca el deseo. Esto tiene mucho que ver con lo que pasó con el VIH, que también vino a terminar con el deseo. Hay que tener mucho cuidado, porque fijate todo lo que surgió después de la pandemia. Mirá el estado en el que está el mundo en este momento. Por ejemplo: una guerra.

Este deseo tuyo de presentarte con canciones en un escenario empezó de grande en tu carrera.

A mí cantar me gustó toda la vida. Pero empecé primero como actriz, es mi mayor trabajo. Luego empecé a cantar porque tenía muchas ganas. Entrenando, trabajando, estudiando, empecé por el tango porque por mi generación tengo el paisaje del tango: el adoquín mojado, el barrio, eso está. Me largué donde estaba más segura, hasta que después fui ampliando el paisaje, porque uno no tiene uno solo. Y me hace muy feliz.

Da la impresión de que no te demandara esfuerzo. ¿Es así?

No, no, eso es lo que uno logra. Es el gran arte del actor o del cantante. Parece fácil y simple lo que no es. Creo que la actuación es aún más compleja, más chamánica, porque es invocación pura; la música está mediatizada por los instrumentos y por la amplificación. Pero son tareas muy liberadoras, muy geniales.

Hay gente que padece su oficio, por más que sea su vocación.

Yo también las padezco, antes; una vez que me subí, ya está. Y si lo acompañás con un whiskicito, mejor todavía. Pero antes soy una cosa tremenda.

En una entrevista televisiva, hace poco, contaste que te golpeás el pecho para activarte el timo.

Claro, porque viste que el timo te levanta las defensas, la energía, te pone bien. No sabés lo que hago... de todo, rezo, y el día anterior a un show no salgo de mi casa. O sea que el día anterior a la Zitarrosa estaré encerrada en el hotel. Hago un retiro, ejercicios, me cuido. Es un gran esfuerzo estar arriba de un escenario. No es un lugar cómodo. Es un lugar hermoso pero peligroso.

Hace poco, la escritora y actriz Camila Sosa Villada tuiteó una frase que le espetaste a un productor una vez que estaban haciendo televisión juntas: “Trabajemos con elegancia”. ¿Te acordás del contexto?

Me acuerdo perfecto. Fue una serie magnífica que se hizo en la televisión pública acá. Estaba Camila, justamente, que hacía de la novia trans de mi hijo, que era [Luis] Machín. Imaginate lo que era para esta mujer, muy reaccionaria, semejante locura. Pero en medio de eso, debe haber habido alguna situación incómoda en la filmación y bueno, eso, “trabajemos con elegancia”, con gracia, con amor. De eso se trata. Últimamente tengo una frase que me acompaña y que la comparto, aunque no es mía sino de un gran filósofo francoargentino, Miguel Benasayag, que tiene un libro magnífico, que se llama ¿Funcionamos o existimos? [Una respuesta a la colonización algorítmica, Prometeo, 2022]. Y yo elijo existir, no funcionar. O sea, elijo ser feliz.

Como espectadores muchas veces disfrutamos creaciones que no fueron tan entretenidas de hacer. ¿Llevás un ranking de proyectos en los que participaste y fuiste feliz?

Voy a ser franca, y creeme que no es soberbia: si no lo paso muy bien, me voy. Ese don de poder diferenciar, lo tuve siempre. Ahí me reconozco un valor. Por ejemplo, este año filmé cuatro películas. Una fue El suplente, dirigida por Diego Lerman, que se estrenó en el Festival de Toronto y le fue muy bien. Ahí están María Merlino, Juan Minujín, Alfredo Castro, un actor chileno magnífico, y después son todos actores de barrios vulnerables. En esa película fuimos enormemente felices, en medio del rush de la pandemia, cuando había 120.000 casos por día. Pero el trabajo del actor es tan del cuerpo, que en el momento de la toma, el barbijo al diablo.

Luego, la última que filmé, que dirigió Dolores Fonzi y se llama Blondie, la hicimos con Dolores, Carla Peterson, Leíto Sbaraglia, y Toto Rovito, que es el nieto de Barbarita Mugica, una gran actriz argentina. Bueno, esa fue pura felicidad. La vimos en privado hace un par de semanas y realmente es una película magnífica.

Pero además, ¿qué sería la felicidad en el trabajo? Para mí es que sea algo que me importa hacer, que está abriendo algún caminito, y cuando existe esta palabra tan vilipendiada, tan manoseada e idiotizada que es el amor, cuando existe un poco de cariño hacia el otro.

Lo último que se vio tuyo acá, en Cinemateca, fue Siamesas, un film bastante teatral sobre la relación madre e hija.

Ah, esa fue una hermosa película de Paula Hernández, con la gran Valeria Lois. Se escribió para ser filmada en tres semanas y, como prácticamente sucede todo adentro del micro, es una película muy teatral. Y ahí tenés, con Paulita se trabaja tan bien: es una directora que pone la cámara para el actor, para que uno trabaje cómodo. No como esos directores que de pronto ponen la cámara y no te podés mover un milímetro mientras estás diciendo “te amo con locura”.

Me gustaría que comentaras cómo recordás a tres personas bien importantes en tu trayectoria: Jaime Kogan, con quien hiciste Marathón, Jorge Lavelli y Lorenzo Quinteros.

Lorenzo Quinteros fue uno de mis maestros y diría que el maestro que encontré, a quien adoro, y me emociona el recuerdo. Fue el que me mostró el camino del estilo que yo quería, un gran actor argentino, conjuntamente con Tina Serrano, que era su compañera en ese momento y armaban un equipo... han hecho casi que el teatro argentino más importante. Él se formó por otro gran maestro mío –necesito mencionarlo– que fue Roberto Villanueva, director audiovisual del Instituto Di Tella, y realmente fue uno de los grandes grandes directores argentinos.

De Jorge Lavelli, qué decirte... Otro gran director con el que hicimos Seis personajes en busca de autor, y también con un nivel de locura, de pasión, por eso hablo tanto de deseo, porque es lo que modifica el mundo. La revolución es posible cuando hay deseo de que eso ocurra. Si no, no. Cuando digo “la revolución” es en el sentido más amplio del término.

Y Marathón, que es la primera obra que hago, nada menos que de Ricardo Monti, a quien vengo nombrando, ayer lo nombré porque su obra póstuma es una novela que se llama La creación, y la recomiendo altamente. Monti fue un autor impresionante, y Marathón es mi primera obra profesional, gran obra, dirigida por el gran Jaime Kogan. Yo pertenecía al equipo del teatro Payró. O sea que trajiste tres momentos de mi vida muy importantes.

La pregunta por el proyecto pendiente es un clásico, pero en tu caso hiciste muchas cosas, desde Verano del 98 y Lalola hasta Relatos salvajes. ¿Qué te falta?

Tengo ganas de dirigir teatro ahora. Lo he hecho en una escuela que tuve en Rosario. Fijate vos, soy porteña, pero como habíamos perdido el río, y lo digo aunque parezca un disparate, pero en Buenos Aires sabés que no vemos el río como se veía porque la dictadura cívico-militar tiró los escombros de los edificios que rompía para hacer la autopista –que bienvenida la autopista, pero no hay que tirar los escombros en el río–. Ahí generó lo que hoy la gente, inocente o tontamente, porque así generaron sentido, utiliza como reserva ecológica. No es ninguna reserva ecológica; es un horror que han hecho con la ciudad de Buenos Aires. Antes ibas a la costanera y lo veías divinamente, como ustedes en Montevideo. ¿A qué venía? Entonces me fui a Rosario, con el río Paraná (que ahora tampoco está muy bien), y armé una escuela [El Gimnasio Teatral], dirigí muchísimo y fui muy feliz dando clases durante cuatro o cinco años. Hicimos una movida fuerte. Y ahora es lo que siento que tengo ganas de hacer: cantar, subir a un escenario, sí, pero la asignatura pendiente es dirigir teatro (cine jamás). Tengo varias cosas vistas, pero hay una adaptación de una obra de [Thomas] Bernhard que hice, que se llama Heldenplatz. Pero es un proceso largo, de derechos y de tiempos, y el vértigo que te va llevando, y a uno a veces le cuesta parar para dedicarse a algo. No sé a vos, pero a mí el tiempo y las cosas me llevan de las narices.

Parte de tu tiempo consiste en ser docente de gente en situación de calle. ¿Cómo es ese trabajo?

Estás hablando del Centro Educativo Isauro Arancibia. Primero hay que decir que es un establecimiento educativo integral, es un lugar creado y dirigido por Susana Reyes, que comenzó en los sótanos de la CTA, en Constitución, y los primeros alumnitos fueron los hijos de las trabajadoras sexuales, que llevaban ahí a los chiquitos para que los cuidaran. Una de las primeras alumnas, Elena Reynaga, es la directora de AMMAR [Asociación de Meretrices Argentinas], dentro de poco se jubila. Ella lo único que sabía era firmar para salir, cada vez que la metían en cana por estar en la calle. Aprendió a leer y escribir en el Isauro Arancibia y su “tesis”, por decirlo de alguna manera, fue leer la Constitución nacional, porque era lo que a ella la protegía, por los derechos que nos da.

Quería contar esto porque el Isauro Arancibia es un lugar donde la revolución es posible. Ahí di clases, y ahí también: puro aprendizaje, pero no para los chicos, para mí. Uno cree que no tiene prejuicios, pero estamos tan reaccionarios. Tenemos tanto para modificar internamente. Así que ahí voy habitualmente; ese fue un camino magnífico.

Creo que estamos entendiendo muy poco, que hay un mundo que se está terminando de una manera bastante dramática, entiendo yo, y nos tenemos que alojar en la pregunta: cómo queremos vivir, qué queremos ser.

Rita Cortese presenta Feroces este sábado a las 21.00 en la sala Zitarrosa. Entradas a $ 800 en Tickantel.