A riesgo de sonar repetitivo, es necesario mencionar que Pantera Negra: Wakanda por siempre es la película número 30 (sí, treinta) de una saga que no ha parado de romper récords y destrozar taquillas desde que se estrenó Iron Man en 2008. Su propia inercia hace que cada estreno sea un evento y que la diversión esté garantizada, como mínimo desde un punto de vista popero (pochoclero suena argentino).

La consecuencia natural de mantenerse una década y media en funcionamiento es que algunos de los personajes más destacados han dejado paso a una segunda generación de héroes, ya que los actores decidieron continuar sus carreras en otra dirección, o están “demasiado viejos para esta mierda”, como diría el personaje de Danny Glover en Arma mortal.

Sin embargo, ni siquiera la planificación más minuciosa (y esta suele serlo) puede prever calamidades naturales. Como la ocurrida en 2020, cuando el actor Chadwick Boseman falleció a los 43 años de cáncer de colon. Un puñado de protagonistas del Universo Cinematográfico de Marvel han cambiado de intérprete (Hulk, War Machine), pero en este caso el golpe fue tan fuerte en la industria y el público, que la posibilidad de que otro actor encarnara a T’Challa, rey de Wakanda, era inaceptable, por lo que el conciliábulo de guionistas debió incorporar su desaparición a la narrativa.

Por eso Pantera Negra: Wakanda por siempre tiene tantas partes móviles en sus 160 minutos de metraje. La historia necesariamente debía arrancar con la muerte del héroe conocido como Pantera Negra. Y lo hace a la manera de Wakanda, ese país africano ficticio que se desarrolló tecnológicamente gracias a un metal extraterrestre llamado vibranium. Ryan Coogler le dedica unos ritos funerarios que combinan el dolor de la pérdida con la celebración de la vida del superhéroe monarca y, al mismo tiempo, de la del actor. Al igual que en la película anterior, el director sabe cómo hacer brillar a esta nación que combina tradición con utopía.

El duelo, en especial el de su hermana menor Shuri (Letitia Wright), será el sentimiento que atraviese la aventura. Un duelo que se verá sacudido por las amenazas de la comunidad internacional, ya que el vibranium es codiciado en todo el mundo y la nación del título sabe que puede ser la siguiente excusa para que alguna potencia los acuse de tener “armas de destrucción masiva”. De hecho, en el momento más picante del costado político lo mencionan literalmente.

Aquí es donde la historia comienza a hacer malabares con demasiados platos. Una científica precoz construyó un detector de vibranium que lleva al hallazgo de un nuevo meteorito, esta vez en medio del océano. Esto despertará la ira de una civilización submarina desconocida, cuyo poderío fluctúa dependiendo de la escena, así como el de Wakanda. Son estos dos reinos poderosos los que quedan enfrentados por necesidad más que por lógica, aunque ese enfrentamiento beneficiará al espectáculo.

Después de tres decenas de películas, tenemos en pantalla al primero de los supertipos de la compañía que luego se convertiría en Marvel: Namor debutó en 1939 (en el mismo número que la Antorcha Humana original) y desde entonces fue un antihéroe que mantuvo en vilo al mundo de la superficie desde su reino submarino. Decirle “el Aquaman de Marvel” sería un reduccionismo, además de que lo precedió por dos años.

La apuesta del estudio, que transformó a la Atlántida en un refugio de exiliados mesoamericanos que aprendieron a respirar bajo el agua, evitó las comparaciones odiosas con la Distinguida Competencia (como se lo conoce a DC) y cargó al personaje y su séquito de una impronta visual única en su Universo Cinematográfico. Al igual que en las historietas, se lo quiere presentar como alguien complejo, de pocas pulgas, que no tiene problemas en utilizar ciertos medios para obtener ciertos fines. Sin embargo, el papel del mexicano Tenoch Huerta por momentos queda como un simple niño caprichoso, que de buenas a primeras se enfrenta con su único aliado potencial.

Como si fuera un episodio de Doctor Who (en especial The Hungry Earth y Cold Blood, de 2010) o de Star Trek, el dilema estará en la búsqueda de una solución pacífica al conflicto. Pero a diferencia de las dos series de televisión mencionadas, los espectadores no pueden irse del cine sin sus escenas de acción, así que la violencia diplomática dará paso a la otra, al menos en forma temporal. El mundo caucásico será testigo lejano del enfrentamiento, aunque la necesidad de anclarlo todo en un universo compartido lleva a la inclusión de una subtrama encabezada por Martin Freeman. A esto se suma la subtrama de la científica precoz (Dominique Thorne), que ya tiene su propia serie anunciada.

La película también cuenta con las actuaciones de Lupita Nyong’o, Danai Gurira, Michaela Coel y Angela Bassett, entre otras apariciones inesperadas que no se espoilearán aquí. En algunos casos habrá tiempo para dejar momentos recordables, mientras que otros personajes están para que las peleas masivas sean menos anónimas. Sí es evidente el poderío femenino que carga con la película, algo que se da muy naturalmente. Los efectos especiales están a la orden del día y el cierre es el moño de siempre, que marca el final de un capítulo a la vez que deja muchas ventanas abiertas.

Una trama ambiciosa en cuanto a la cantidad de personajes con cosas para hacer lleva a que la película sea un poco extensa, aunque no llegue a sufrirse. Wakanda parece ser una nación invencible hasta la llegada de un puñado de irreductibles mayas, cual galos con branquias. O cual vietnamitas que le ganan a Estados Unidos... en Estados Unidos. Si dejamos de lado estos asuntillos lógicos, disfrutaremos por trigésima vez.

Black Panther: Wakanda forever. 161 minutos. En salas de cine.