Los reconocidos Luisana Lopilato y Juan Minujín son la pareja protagónica que encarna a Belén y Federico, un matrimonio aburguesado, joven y con dos hijos, que usa una forma poco convencional de reavivar su relación. Si nos parece que hoy todo está gamificado, Matrimillas se plantea qué pasaría si una pareja en crisis convirtiera su matrimonio en un juego para así modificar su atroz letanía.
Federico es dentista pero su verdadera vocación es la gastronomía, y tiene un perfil algo inmaduro: es despistado y está todo el tiempo haciendo promesas que luego se olvida de cumplir. Belén, por su parte, es una fabricante de juguetes artesanales que carga con la mayoría de las responsabilidades de la pareja. La contraposición de la intranquilidad y estrés continuos de Belén con la procrastinación exasperante de Fede son un combo letal. La asfixiante cotidianidad y la vertiginosa logística hogareña complotan para que su matrimonio esté a punto de desaparecer.
Para lograr que su pareja no muera, Belén y Federico acuden a la empresa Equilibrium, que les promete revivir su relación. ¿Cómo? Con relojes inteligentes que monitorean su actividad cerebral con lo que llaman “millas matrimoniales”. Hacer algo bueno por el otro les da millas, mientras que hacer algo que su pareja no aprueba, les resta puntos. Pierden millas, por ejemplo, por egoísmo o las ganan cuando hacen algo que antepone los intereses de su pareja. Una vez que ganaron suficientes puntos, cada uno puede “canjearlos” por actividades, salidas, un momento individual o un viaje.
Al principio, se comportan como jugadores de un mismo equipo que trabajan para lograr puntaje total alto. Pero la idea de acumular millas para cambiarlas por deseos personales se vuelve irresistible. La tentación de competir entre ellos se impone y los viejos rencores de la relación van surgiendo a medida que empiezan a cambiar el juego para superarse mutuamente en millas. Mercantilizar su matrimonio a través de esta especie de criptomoneda emocional que son las matrimillas transformará la relación de Federico y Belén en un juego de mentiras, reproches y secretos.
Este original giro en el género de la comedia romántica introduce el polémico concepto de la competencia en pos de la búsqueda de la satisfacción conyugal. Y más allá de que claramente la intención de la película es divertir, nos abre también un interesante abanico de interrogantes: la tecnología como herramienta de resolución de problemas (al mejor estilo Black Mirror) pero también como placebo de supervivencia, la naturaleza competitiva de todas las relaciones humanas, aun las de pareja, y la idea de que la felicidad sigue estando asociada al no conflicto y a la constante complacencia mutua.
La química de la dupla protagónica es muy buena; especialmente Minujín aporta la justa dosis de frescura y gracia que toda comedia exige. La fórmula de Matrimillas es efectiva, visualmente hermosa y fluye con naturalidad porque tiene una idea original. Y más allá de que en algunos momentos pueda resultar algo predecible, cumple ampliamente con su cometido, que es el de entretener livianamente con un concepto novedoso y plantearnos sutilmente que el paradigma del amor romántico está puesto bajo constante discusión y a punto de extinguirse.
Matrimillas. 101 minutos. En Netflix.