Sebastián Teysera, el Enano, tiene millas acumuladas como para canjearlas por un cero kilómetro. Y va a acumular más. Viene de una gira que lo llevó por Europa y América, de arriba para abajo, para presentar Discopático, el nuevo disco de La Vela Puerca. “No, para presentarlo no. Digamos que lo mostramos. Ahora empieza la verdadera Gira Discopático”, dice, y lamenta que, entre tantos avances tecnológicos, no se haya inventado todavía la teletransportación. A los tiempos muertos de aviones y aeropuertos les gana tejiendo crochet (dicen que lo hace muy bien). Manolo García cantó que nunca el tiempo es perdido, pero qué cansancio.

La discopatía, asegura Teysera, es una enfermedad incurable. Se dio cuenta de que la padecía cuando, al final de uno de sus primeros tours europeos, se había gastado toda la guita en vinilos. Eran tantos que le cobraron exceso de equipaje, y debió recurrir a un adelanto para pagarlo. Porque cuando dice que era toda la guita, era toda la guita.

Discopático, el nuevo trabajo de La Vela, encuentra a la banda “cambiando la pisada”. Es un disco groovero, de pulso bailable –bailable a la usanza puerca–, casi sin tregua y con estribillos para gritar. Porque la banda es una máquina aceitada de hacer buenas canciones y Teysera es un gran compositor, sí, pero además es un tipo capaz de armar una metáfora en un segundo, de tirar una finta verbal con destino de gol, un Messi de la alegoría embarrada. Un tipo que, dice, tiene miedo todo el tiempo, pero cuenta con un arma invencible. Con eso le alcanza.

Discopático es un disco con mucho laburo de bajos, un mix de soul y punk. ¿Qué pasó?

Se me ocurrió darle una vuelta de tuerca, de rosca. De nuevo. Había una historia de que los últimos discos eran muy mid tempo, muy introspectivos, para adentro, de una forma universal. Mucho más profundos.

¿Filosóficos?

Sí. Musicalmente. El mid tempo te da la posibilidad de bucear líricamente en esos lados. En un momento se nos ocurrió hacer un disco “para arriba”. Bueno, no sé si “para arriba”: bailable. Creo que en los primeros discos nuestros uno podía “bailar ska”, pero es “para arriba”. Y ahora queríamos hacer un disco upbeat, bailable. Eso fue la primera apuesta. Para eso se me ocurrió hacer un montón de líneas de bajo. Miles.

¿Con bajo o con guitarra?

¡Con la gola! Después agarré la guitarra. Eran disparadores para que las canciones nacieran desde ahí. Desde una línea de bajo o de riffs de bajo.

A partir de esas líneas había que montar música y letra, que no pueden estar disociadas...

Lo primero que había que montar era, a través de la parte rítmica, la musicalidad, el espacio de cada uno de los instrumentos, y lo original fue hacer las melodías arriba de la estructura musical e instrumental. Ese fue el desafío. Siempre laburé con una melodía. Tenés la melodía, agarrás la guitarra criolla, acompañás la melodía con una secuencia de acordes y listo. El gran desafío no era la letra al final, porque la letra siempre fue al final. Pero la historia, ahora, fue que estaba toda la estructura armada, todos los espacios que teníamos para poder decir algo, y tener que inventar una melodía. Esa fue la parte entretenida y el gran desafío.

¿Por qué esa gimnasia?

Porque quería ver cómo la musicalidad de La Vela cambiaba en la parte creativa, sin perder la esencia, y qué se me ocurría a mí arriba de inventar una melodía, sobre algo ya estructurado.

¿Tenías mucho tiempo libre?

¡Claro! Fue en pandemia.

¿Pero es un disco de pandemia?

No. La idea de que fuera upbeat y bailable surgió antes. Era el disco que sentíamos que precisábamos salir a tocar. Algo más hacia afuera, para interactuar con la gente, musicalmente y no tanto por las letras. De un tiempo a esta parte, la conexión con el público era más lírica que musical. Queríamos cambiar la pisada. Así nació. Pero después lo lírico salió en plena pandemia. Lógicamente, se nos llenó el culo de preguntas. Lo que antes era firme como pelo de nariz ahora era frágil. Sentimos miedo. Se sacudieron todos los árboles: la economía, la política, todo. Fue un gran cimbronazo. Lógicamente, las letras hablaban de eso, pero la música no dejaba de ser upbeat bailable.

¿Tenías miedos antes de esto o se despertaron acá?

¡Es que el miedo me inspira!

¿Qué te inspira el miedo?

Escribir es un miedo sano. Es el miedo que más me gusta. Pero me da tanto miedo que, mientras tanto, hago músicas, melodías, arreglos. Porque me da miedo escribir. Creo que es por eso. Es miedo. Me encanta ese miedo. La incógnita, la incertidumbre, siempre te da miedo. Especialmente cuando tenés una banda de 27 años que, por idiosincrasia, por lírica, ya tiene una impronta. Miedo a no poder decir algo que valga la pena, que esté bueno, que puedas defender dentro de esa coyuntura.

¿Te agarró enojado?

Puede ser. Igual, desde el primer disco hasta el último me veo enojado. Siempre me vi enojado. Desde “Como un cangrejo”. Pero mucho más enojado por la incógnita que vivimos, por nuestra fragilidad. Porque se vieron cosas maravillosas de la especie humana, y lo peor al mismo tiempo. Más de lo peor que de lo mejor, pero eso pasa siempre. Recién estoy entendiendo lo que escribí. Creo que todos los discos de La Vela son una especie de catarsis. Y ahora que lo pienso, creo que me agarró más triste que enojado.

Me sigue pareciendo que, pese al paso del tiempo, La Vela sigue teniendo la salud de la juventud que le permite indignarse en serio, y que no sea una pose.

Es que tenemos un arma como Highlander, imperecedera, inmortal. Es la música. Lo importante es que la vida valga la pena. Vas cambiando, porque el cambio, la transformación es constante. Nosotros hacemos música, nunca podemos perder eso. Es una herramienta inmortal, y nos da la posibilidad de decir muchas cosas que la gente no puede decir. Las decimos nosotros y la gente se siente identificada...

Pero no tenés la responsabilidad de hacer una canción para que la gente se identifique.

No, no. La única responsabilidad que tengo, desde hace 27 años, es la de escribir algo que, cuando suba al escenario, lo pueda cantar siendo honesto, creíble y sincero. En el momento en que yo no pueda hacer algo que considere, antes, que no lo voy a poder defender, ya fue. La única responsabilidad es conmigo mismo. Después viene la banda, que la banda me crea. Va todo de la mano. Si llevo algo que ellos no me creen, no tiene sentido. Y la idiosincrasia de una banda, siendo los mismos durante tanto tiempo, juega a favor y en contra. Uno de los pros es ese: que hay filtros tremendos. ¡Si no sos sincero, no te creen una mierda!

Sebastián Teysera en Ciudad de México (archivo, noviembre 2016).

Sebastián Teysera en Ciudad de México (archivo, noviembre 2016).

Foto: .

¿La discopatía es una enfermedad difícil de curar?

No, no tiene cura [risas].

¿No? Por ahí hay gente que deja de escuchar, que se dedica a otra cosa. ¿No conocés a nadie?

Que se escondan para escuchar, puede ser.

¿Para qué se graban discos?

Sacamos discos como otros escriben libros o hacen obras de teatro o esculturas. No te voy a decir la típica frase “saco discos porque no podría vivir sin sacar discos”. Puedo vivir, sí. Perfectamente. Lo que no puedo es vivir sin hacer canciones. Es un problema que tengo desde que soy discopático. El discopático y compositor no puede dejar de aportar a su propia enfermedad. Pero es una necesidad humana. Vos te subís a un ascensor y no hay un audiolibro: ¡hay música! Entrás a una peluquería, al supermercado, adonde se te ocurra, y hay música.

¿Y no es demasiada música?

Nunca es demasiada. Es música. La música nunca sobra, jamás. Buena, mala o más o menos. Nunca sobra. Y los libros tampoco, pero para leer libros hay que tener más tiempo. Los libros no tienen la importancia que tienen que tener dentro de esta vorágine. Y la música es igual. Pero lo que tienen los libros es más heavy todavía, porque tenés que tener tiempo para leer, y el mundo no te está dando tiempo para leer un libro. Te está dando tiempo para escuchar una canción. Te da 30 segundos, está estudiado. Si no entra el estribillo antes, fuiste. ¿Cómo hacés un libro en esas condiciones?

¿Y cómo hacés una canción en esas condiciones?

Me chupa un huevo.

Es gracioso que, cuando hay que decir “mami”, “papi”, ustedes dicen “me chupa un huevo”, y también hablan de “volverse viral”, que tiene que ver con esa vorágine que decías de los 30 segundos.

Es que nunca hicimos los deberes. Cuando se editaron los discos en México vimos cómo era la cuestión del idioma, y nos dimos cuenta de que hay que hablar un idioma universal, pero “me chupa un huevo” se entiende. Hay que hacer trabajar al escucha, también. Y eso tampoco está andando. Ahora es “no me hagas trabajar, me gusta, no me gusta, pum. 30 segundos y a otra cosa”. Y se pone de moda uno y a la semana ya fue. Creo que lo que ha hecho La Vela, con un montón de bandas más, es traspasar generaciones. Las canciones lo hicieron. Y no me preocupa que el público sea cada vez menos, o más, o diferente. O no redituable, capaz. Desde hace dos, tres años, me cayó la ficha, de ver 200, 300 personas cantando la misma canción que yo, que es más vieja que todos los que están delante mío. ¡Puta madre! Vale la pena.

¿Qué hiciste?

Me llené el culo de preguntas. Me siento súper orgulloso. Sentí que las canciones, todavía, nos siguen obligando a hacernos responsables de un viaje que todavía sigue valiendo la pena. Vale la pena para esa pendejada, para los padres, para los abuelos. Eso vale la pena. Pero digo: “¡Puta madre! ¿Cuánto más va a durar esto?”. Es una felicidad. Me tengo que hacer cargo, como banda, como cantante. Lo que más me enorgullece es poder haber traspasado esta vida habiendo dejado algo que sé que va a durar, por lo menos, un rato más.

¿Proyectás lo que vas a hacer cuando se termine la cuerda?

No, jamás hago eso. Yo soy músico, no tengo jubilación. No sé de qué voy a vivir a los 80 años. Escribimos un libro juntos,1 tengo un millón de cosas para contar [se ríe]. No me preocupo por eso, nunca me preocupé.

¿Ni cuando te levantás y te duele la espalda?

Ahí sí. No me gusta tomar porquerías, analgésicos. Yo tuve muchas operaciones, me hicieron de nuevo. Era bizco, tuve osteomielitis, casi pierdo una pierna. No me gusta nada.

¿No hay miedo al paso de los almanaques?

Y... algo va a pasar. Se verá en el momento que pase en qué página de qué mes estoy. Pero va a pasar igual. Por eso no pienso. Me quita tiempo de vivir el presente, y no vale la pena. Dijera mi vieja: “Sos un inconsciente, desde chiquito”. Pero ella lo tiene asumido porque es muy parecida a mí. Y yo también lo tengo asumido.

¿Ya no andás con la libretita anotando ideas?

No, nunca anduve con la libretita. Una vez quise andar con la libretita y con un grabador de casetes, chiquito. Ahí grababa todo. Y en un momento me di cuenta de que todo lo que grababa era como tenerlo adentro de un frasco tapado, con millones de melodías como mariposas atrapadas. Un día las miré y dije: “Yo no me puedo hacer cargo de todas”. Así que abrí el frasco, se fueron las que se fueron y quedaron las que quedaron. Ya no atrapo más mariposas.