Históricamente, Marsella se vincula tanto al narcotráfico como al cine de narcotráfico. Ya en la mítica Contacto en Francia (William Friedkin, 1971) las drogas y los mafiosos llegaban desde allí, y en su secuela Popeye Doyle, aquel héroe gris que interpretaba Gene Hackman viajaba incluso a la ciudad para atacar el problema de raíz.
Ese mismo caso y ese mismo momento –cuando Marsella era el puerto de entrada y salida para gran parte de la heroína que se distribuía en Occidente– fue tratado desde la perspectiva francesa en La French (2014), a cargo del director Cedric Jiménez, que es quien nos ocupa hoy con, nuevamente, la traslación a ficción de un caso real ocurrido en Marsella.
Jiménez se basa en un polémico caso de hace una década, en el que nada menos que 18 miembros de la brigada antidrogas de la ciudad fueron arrestados por tráfico organizado y extorsión, en un escándalo mayúsculo que terminó con el Primer Ministro desbandando la unidad.
La situación, entonces, nos instala en los primeros meses de 2012, cuando parte del núcleo de la brigada antidrogas –un trío encarnado magníficamente por Gilles Lellouche, Karim Leklou y François Civil– hace un gran arresto. Pero este momento de triunfo no les permite soslayar que, en verdad, no están logrando nada a largo plazo, que la droga avanza libre y que hay un barrio en particular del que, a la usanza de Fuerte Apache, en Buenos Aires, no hay forma de entrar o salir ni, mucho menos, de lograr detener el tráfico que desde allí se expande.
Es entonces que comienzan a poner en marcha una arriesgada estrategia: desmantelar a los narcotraficantes directamente robándoles la droga, sin órdenes ni procesos judiciales. Y si este proceder no fuera ya bastante dudoso, pronto empezarán a utilizar esa misma droga para pagar a informantes y movilizar a competidores. Es decir, a traficar ellos mismos para su propio beneficio. Si bien la película mantiene una mirada empática con los policías, es evidente que pronto la situación se les va de las manos, así como las implicancias morales y legales de sus actos.
Pero, atención: no estamos sólo ante un drama ético y reflexivo, sino que BAC Nord apuesta a impactar como el mejor cine de acción posible, con unas notables secuencias y media docena de set pieces filmadas por Jiménez con una mano que logra cortarle el aliento al espectador más veterano. Tiroteos, persecuciones, una razia masiva; cada secuencia va a más y logra momentos adrenalínicos que ya quisieran para sí las películas más mainstream de Hollywood. Aquí esas secuencias son gestadas desde el realismo, la suciedad y un naturalismo desgarrador.
El relato, pese a su final algo abrupto (que remite, directamente, a lo que ocurrió con el caso real) no tiene mella. Parece mentira que se trate de una producción televisiva, o quizás sea otra señal de cómo han cambiado las cifras que se invierten en contenidos para la pantalla chica. Al igual que las muchas películas y series de Julien Leclercq (Atracadores, la película y la serie, Centinela, Guerra en el aserradero), BAC Nord es una gran muestra del enorme momento que vive el género en Francia, y se destaca entre las opciones del servicio de streaming.
BAC Nord: Brigada Anticriminal. 107 minutos. En Netflix.