“Parece mentira que si cambiás el lugar hacia donde te peinás eso modifique tus facciones”, me cuenta, cuando le pregunto con especial interés por su papel consagratorio en el cine con 3, la película de Pablo Stoll que en julio cumplirá diez años. Su personaje, Rodolfo, usa lentes de aumento y lleva la barba crecida. No quiere saber nada de su trabajo como dentista, como le pasa con la mayoría de las cosas que lo rodean, salvo el fútbol 5. Le gustaría recuperar su antigua vida. Cada vez más seguido vuelve de visita a la casa de su ex con chivitos y refresco de litro y medio para cenar junto a su hija.
Un mediodía de martes, Humberto llega afeitado e impecable a Canal 10 para grabar un nuevo episodio del programa Vivila otra vez. A su paso, compañeras y compañeros lo saludan con afecto y le preguntan si anda bien. Desde octubre de 2021, el actor y comunicador cambió su rutina diaria en el canal, que comenzaba temprano en la mañana con la conducción de Arriba gente, cuando decidió renunciar al ciclo por problemas personales. Se había separado de su pareja y no se sentía bien.
Las autoridades del canal no aceptaron su renuncia y le propusieron que se tomara una licencia que terminó con el comienzo de este año laboral. A fines de febrero le informaron que no continuaría en Arriba gente, y el mismo día de la noticia también se enteró de que su trámite de divorcio estaba resuelto. En el medio de esa semana agitada ensayó con el músico Gonzalo Denis y volvió junto a él a los escenarios en la sala Zitarrosa para interpretar las canciones de su peculiar personaje en la película La teoría de los vidrios rotos.
Un domingo de marzo, a las 17.00, regresó a la pantalla chica. Saludó con notorio entusiasmo a su audiencia y jugó con unos tambores entre videos de recuerdos musicales y cinematográficos. En la escenografía del programa, en forma de túnel, se puede ver un teléfono de disco y una vieja radio junto a una repisa que sostiene artefactos vencidos por el avance de la tecnología. Humberto, de simple camisa blanca y vaqueros, al estilo de La revista estelar, festeja 450 programas de Vivila otra vez con la canción “Fiesta”, de Raffaella Carrà.
Un martes, con saco y corbata, justo antes de la cadena nacional del presidente Luis Lacalle Pou en su campaña a favor del No, Humberto es uno de los personajes del horario central de Saeta, en su rol de experto vendedor de termotanques con capacidad para calentar hasta 80 litros de agua y una garantía prometida de 20 años.
¿Qué quería el director Diego Fernández cuando te convocó para La teoría de los vidrios rotos?
Quería a alguien que sonara como los cantantes exitosos de la década del 80: Julio Iglesias, Raphael, Leonardo Favio, Nino Bravo. Había que conseguir una manera de cantar que llevara a la gente a esos lugares.
Pero además el personaje tiene cierta maldad.
Silvestre de las Sierras es lo más falso que puede haber. Y es la primera vez que me toca crear un personaje sin la defensa de la gestualidad y de la imagen; solamente lo podía hacer a través de las canciones. Fue un desafío extrañísimo. Para grabar las canciones en el estudio me puse el vestuario que usa Jorge Temponi en una escena de la película –una camisa negra de raso, un saco blanco– y me llevé una peluca. Ese cambio me ayudaba a generar un personaje y a no pensar que era yo el que estaba cantando.
Y vos, más internamente, ¿cómo imaginabas el personaje?
Me lo imaginé como un fanático de esos cantantes que te nombré y me hice una historia de un artista frustrado, que es mentira que no quiere aparecer, que físicamente está hecho pelota, decadente, y que en algún momento cantó en una orquestra tropical en pueblos chicos del interior o que cierra los festivales a las cuatro de la mañana cuando la gente ya está medio pasada de copas.
¿Por qué creés que conectaste tanto con este personaje, que ha recibido muy buenas críticas?
Pasa por el disfrute. Cuando te plantean cosas nuevas como esta, que nunca en la vida me hubiera imaginado, las vivís de una forma diferente. Cuando participás en una película en la que no vas a aparecer nunca y lo que comunicás lo hacés cantando, pensás: “¿Y esto?”. En realidad, yo como cantante, y esto lo digo entre comillas, debería decir que este es un disco editado por mí en 2021, aunque en realidad es el disco de La teoría de los vidrios rotos [disponible en Spotify].
Creo que las ganas que le ponés a algo te encienden para que ese trabajo lo tomes de tal manera que al final todo sale bien. Nunca pensé que iba a terminar sobre un escenario cantando las canciones de Silvestre de las Sierras.
Es más, te cuento una. Fui tres veces al cine a ver la película y pude ver la reacción del público. Vos te estás escuchando cantar las canciones y ves que la gente se ríe, y en definitiva sabés que el cometido se logró, pero no te están aplaudiendo como en un musical, se están riendo. Es una sensación muy especial.
A Gonzalo [Denis, creador de la banda sonora de la película] ya le dije: “Andate preparando porque nos vamos de gira”.
Vos ya tenías un disco editado como cantante.
Edité dos. Del primero no se acuerda nadie. El título era Para una mujer [1980]. El director musical de ese disco fue Roberto Giordano, guitarrista, director y arreglador de la orquesta de Julio Frade. Y el segundo, Dirán de mí [1986], lo hicimos con Leslie Muniz. El primero lo grabamos en IFU, y el segundo con Carlitos García, que fue el que hizo todas las grabaciones de la obra de teatro de El violinista en el tejado.
Sos actor, conductor, fuiste relator de fútbol, pero la música parece algo muy importante en tu vida, aunque sea tu faceta menos conocida.
Si me pongo a pensar, lo primero que hice públicamente fue cantar. Concursé a nivel escolar y de secundaria siempre con folclore, hasta que en el año 77 me presenté acá en el Canal 10 en el programa El millonario, que conducía Mario de Carlo. Era un concurso de cantantes, una especie de Got Talent, pero como se dividía en aquellas épocas: tango, folclore y melódico internacional. Ahí canté canciones de Alberto Cortez, Joan Manuel Serrat y pude destacarme. De mi viejo, que era muy tanguero, me quedó el gusto por ese género, pero escucho de todo.
De ahí viene mi nombre artístico. Yo me presento en el concurso con mi verdadero nombre: Humberto Vitureira. Cuando quedé seleccionado, De Carlo me sugirió que utilizara un nombre más corto. Llegué a casa y mi mamá me dijo: “¿Y si te ponés el apellido de tu bisabuela?”. Eran brasileños, De Oliveira, De Vargas. Me gustó porque por aquellas épocas se escuchaba mucho a Pedro Vargas, cantante de boleros y figura de la canción mexicana.
¿Quiénes fueron tus maestros en el teatro?
Tuve dos escuelas. Muchas veces me preguntan si estudié teatro, y no, no concurrí a clases de teatro. Pero mi primera escuela la hice junto a mi madre actriz [Marisa Paz]. Andaba conmigo, de bebé, dentro de los estudios en la época de oro de los radioteatros. Iba de Carve a radio Ariel, de Ariel a Centenario o al El Espectador. Viví escuchando a mi alrededor a las mejores voces de Uruguay. No sólo las de los actores, porque los radioteatros tenían también al relator y a los locutores que hacían la tanda en vivo. Mi madrina, Amalia Iturbe, fue una de las locutoras pioneras de radio Carve. En más de una oportunidad hizo Senda de estrellas, un programa que trajo a su fonoplatea a figuras como Joséphine Baker y Miguel Aceves Mejía. Por otro lado, mi padre [Humberto de Feo]. comunicador, periodista, conductor y sonomontajista de radioteatro. Eso para mí fue muy importante, el trabajo de perillas y de descubrir sonidos.
Desde niño estuve metido ahí adentro. Veía cómo se hacía una pelea a facón de gauchos en un radioteatro: mientras los actores se gritaban delante de un micrófono con el libreto en la mano, otra persona, al costado, hacía el ruido de los cuchillos. Conocí la mentira desde adentro. Con siete años hice mi primer radioteatro.
La segunda escuela, que es la que me consolidó como actor, fue la que tuve con Juver Salcedo y Lilián Olagaray cuando me adoptaron en el teatro La Gaviota a partir de la obra Muerte de un viajante. Esa la hicimos en el 82, y después recuerdo Procesado 1040, Viaje de un largo día hacia la noche, Dulce pájaro de juventud.
Juver era un verdadero maestro de actores. No sólo sabía dirigirte, te hacía mirar determinadas películas, te hacía leer determinados libros y obras, y la mayoría de mi trabajo teatral fue junto a él. Juver tenía dos o tres gestos técnicos que eran absolutamente típicos de su forma de actuar. Desde el día en que él falleció, en cada personaje, en algún momento, hago uno de esos gestos suyos a modo de homenaje.
¿Qué te acordás de tu trabajo en la película 3?
Fue una experiencia espectacular. Yo había hecho algo en Alma máter con Álvaro Buela y tuve algunas experiencias en Argentina. También fui invitado para hacer un coprotagónico con Sancho Gracia cuando hizo Curro Jiménez con TV Española. Pero 3 era otra cosa, era el protagónico de una película que Pablo Stoll llenó de momentos y situaciones que se daban sin diálogos.
Disfruté mucho el personaje de Rodolfo, lo quise mucho. Recibí todo tipo de comentarios. Del lado de las mujeres, Rodolfo era odiado por la forma en que se entromete en la vida de su exesposa y de su hija, que no querían saber nada con este tipo, y él se iba metiendo como haciendo oídos sordos. Fue un trabajo en equipo brutal. Con casi dos meses de rodaje. Acá en el canal tuve que pedir ese tiempo de licencia porque si no, era imposible.
Con esa película muchos descubrimos un Humberto diferente.
Por mi personalidad, gestualizo y me expreso de determinada manera; Rodolfo era todo lo contrario. Y eso había que achicarlo aún más porque como me decía Stoll: “No estamos hablando de una televisión 40 pulgadas, vas a estar en una pantalla de cine”.
Trabajamos mucho para que la voz de Rodolfo no fuera la voz de Humberto. Porque además, cuando él descubre o se da cuenta de que tiene una familia ficticia y que no quiere eso, se plantea el objetivo de recuperar a su familia. Pero se le ocurre a él, no se lo cuenta ni a su ex ni a su hija, que no soporta que su padre aparezca a cada rato.
Yo, Humberto, esa situación la hubiera actuado de otra manera, pero Pablo quería ese Rodolfo. Me decía: “Tenés que convencerte, como el Rodolfo que sos, de que el objetivo lo vas a conseguir; Rodolfo lo va a terminar consiguiendo, pero siempre y cuando mantenga esa serenidad”. Hay momentos en que no sabés si es tonto, si se hace el tonto, si es pelotudo... porque hay cosas de él, como su manía con los chivitos, que son de pelotudo.
Pero al mismo tiempo son muy reales.
El único lugar donde Rodolfo se salía de su personaje era cuando jugaba al fútbol. Era su descarga. Y ahí hay una interna bastante fuerte. Cuando llega el momento de filmar esas escenas, Pablo me dice: “Vas a usar una camiseta gloriosa para los partidos de fútbol cinco”. Le digo “¿Ah, sí?”. Me contesta: “Sí, la del Ruso [Diego] Pérez, pero no la de la selección, ¡la de Defensor!”. Pablo es fánatico de Defensor y yo de Peñarol, y a los hinchas de Peñarol, después de Nacional, el cuadro que menos nos simpatiza es Defensor. “Decí que tengo firmado el contrato; si hubiera sabido esto, no te lo permitía”, le decía. Nos divertimos mucho.
Para esas escenas de fútbol filmábamos hasta cuatro horas. De tomas y tomas. Hay un momento en el que Rodolfo parece Maradona, y después viene la pelea, en la que se tenía que ver la rispidez en ese partido, un par de latazos previos para que el público viera que se estaba picando, y la pelea bien de cancha de fútbol 5, que cuando arrancás, arrancás.
Fue una gran experiencia, y tanto Pablo como Gonzalo [Delgado, director de arte] me han seguido llamando para hacer cosas en cine, pero con la televisión es muy complicado. Es más, no pude ir al Festival de Cannes con la película, y me quedé con la acreditación de recuerdo.
Ahora grabaste una serie.
El año pasado grabé algunos capítulos de Porno y helado, la serie de Prime Video. Agarré ese trabajo porque me gustó mucho el guion [del argentino Martín Piroyansky] y además mi personaje es el esposo del personaje de Susana Gimenez. Hay tres influencers argentinos que son los protagonistas. No quiero adelantar mucho; Susana es la esposa de un político y maneja toda su carrera. El cruce de este político con estos jóvenes va a determinar un cambio importante en sus vidas.
¿Qué tal el trabajo con Susana?
Una gran comediante. Maneja el tema del humor muy bien, y obviamente pensé: “Acá tengo que buscar una fórmula para sacar adelante este trabajo”. Martín me ayudó muchísimo.
Es una serie muy divertida, hecha para jóvenes, y estoy con la ansiedad de ver lo que provoca en el público.
¿Cómo tomás esta licencia laboral y tu regreso? ¿Como un reinicio?
Es difícil de contestar. Cuando los parates se dan por motivos personales, no porque vos te lo hayas planteado, son muy riesgosos, a una edad muy riesgosa. Uruguay no es particularmente bueno con sus adultos mayores y yo soy un adulto mayor. En este 2022 cumplo 60 años y 40 ininterrumpidos en Canal 10 desde el comienzo de La revista estelar en 1982.
Es un momento en que no tengo claro si esto va a ser un reinicio o un reciclaje. Y tenés que ver si te reciclás bien. Hoy sos botella de plástico, mañana te reciclan y no sabés lo que sos; botella de plástico, seguro que no. Me lo estoy tomando con tranquilidad. Capaz que todo retorna a la normalidad que tenía, o no.
Y ahí, yo qué sé. Cuando tenía 15, 16 me ganaba la vida haciendo radio y con la guitarrita. Canté por cuanto boliche hubo; en Bonanza, La Cumparsita, en la tanguería del Columbia Palace Hotel. Tenía actuaciones seguras desde el jueves a la noche y por todo el fin de semana. Así que entre la guitarra y algunas cosas que haré en teatro o en los medios –tal vez vuelva a la radio– no me va a faltar trabajo. Creo que todavía tengo mucho para dar.