Lamentablemente, el cine que se produce en América Latina circula poco en la región. Resulta más sencillo ver la última producción danesa que un drama chileno, salvo en casos en los que por alguna razón las películas regionales escapan de sus nichos (por ejemplo, cuando son nominadas a premios internacionales notorios).

Más complicada aún es la difusión de producciones latinoamericanas de género. Si ya de por sí las películas “convencionales” (por llamarlas de algún modo) circulan poco y mal, las de horror, policiales y ciencia ficción son condenadas a un ostracismo más duro y se vuelven verdaderos incunables que los que amamos los géneros y nos encanta ver cómo se los encara en los países vecinos solo conseguimos tras hacer complicados malabares.

Sin embargo, algo ha mejorado en tiempos recientes. Tanto las diferentes plataformas de streaming, que siguen apareciendo como hongos después de la lluvia y que en su constante búsqueda de material terminan incluyendo películas o series hasta ahora difíciles de conseguir, como los distintos festivales de género, que completan sus grillas con productos que llegan así por primera vez a nuestros países (el festival NOX de Salto, con su selección de horror anual es imprescindible), han permitido que por fin estén de manera sencilla a nuestro alcance películas valiosísimas.

Es el caso exacto de Luz: la flor del mal, del colombiano Juan Diego Escobar, que había tenido su estreno el año pasado en ese festival y que ahora está disponible desde hace un par de meses por Amazon Prime.

Hermoso western fantástico metafísico (sí, todo eso)

Luz: la flor del mal es la historia de El Señor, una suerte de profeta religioso perdido por la selva colombiana en una época que podría ser principios del siglo XX, y de sus tres hijas. Interpretado por un maravillosamente intenso Conrado Osorio, este hombre controla a su familia (un trío de lujo: Yuri Vargas, Andrea Esquivel y Sharon Guzmán) y al resto de su comunidad con mano férrea y un fanatismo delirante, que lo lleva a secuestrar con regularidad a niños de la zona, convencido de que en uno de ellos ha reencarnado nada menos que el Mesías y hay que encontrarlo.

Lo anterior ya sería base más que suficiente, pero hete aquí que aparece además la nota discordante: una de sus hijas encuentra en el bosque cercano –adonde tiene prohibido ir– un pasacasete con grabaciones de Mozart. Y, segunda sorpresa, nuestro protagonista sabe operarlo. Pero El Señor no tarda nada en decir que eso, que se llama música, es la voz del Diablo y debe prohibirlo. Poca suerte va a tener en ese intento.

A partir de entonces –créase o no, todo lo que mencioné no ocupa más que los primeros 20 minutos de película– avanzan la locura cada vez más presente en el líder de la comunidad, su crueldad, que enigmáticamente se da la mano con actos bondadosos, y la terrible vida de ese trío de muchachas sometidas a una situación horrible.

Lo más potente de Luz: la flor del mal es que su director y guionista no se regodea en la violencia o el sufrimiento, sino que narra esta tremenda historia con una belleza de imágenes, una poesía visual conmovedora y una reconstrucción de época que deja constantemente con la pregunta de si no estamos viendo una mezcla de La aldea y The Witch (ambas fuertes referencias para el colombiano, quiero creer). La historia muy lograda y su ritmo pausado y desafiante le piden mucho al espectador, pero pagan el esfuerzo con creces.

Cine de género distinto, con encare personal y muy grato de descubrir.

Luz: la flor del mal, de Juan Pedro Escobar. 104 minutos. En Prime Video.