En marzo, Netflix presentó la sección Hecho en Argentina. Allí incluye la segunda temporada de uno de sus mayores éxitos, Casi feliz, la serie creada, guionada y protagonizada por Sebastián Wainraich.
La primera entrega de esta comedia fue una de las gratas sorpresas del primer año de pandemia. Ahora, en la continuación de su ficción casi autobiográfica, Wainraich vuelve recargado a su entrañable personaje de comediante al frente de un programa de radio, fanático de Atlanta y con una relación no resuelta con su ex, Pilar, el amor de su vida y madre de sus hijos (Natalie Pérez).
La serie de ocho ágiles capítulos nos trae otra vez a un elenco de lujo: Santiago Korovsky (el maravilloso Sombrilla) y un impecable Peto Menahem como su hermano, Carla Peterson, Julieta Díaz, Benjamín Amadeo, Carlos Portaluppi, Patricia Viggiano, Adriana Aizemberg y la participación especial del uruguayo Daniel Hendler.
Sebastián padece las mismas miserias que todos, y eso es lo que lo hace un personaje hermoso y creíble. Es un antihéroe: inseguro, tapado de contradicciones en medio de la crisis de los 40, con una carrera que parece ir perdiendo brillo y una vida personal que se torna más compleja cuando (y retomando el final de la primera temporada) su ex vuelve de España y le cuenta que se separó del famoso escritor Jesús Rocha (Rafael Ferro) y que, detalle no menor, está embarazada nuevamente de mellizos. Esto desencadena un huracán en la vida de Sebastián y un retorno a esa historia que parece no cerrarse nunca.
Los gags tragicómicos son una constante de la producción de Wainraich y muestran al ingenuo Sebastián siempre al borde del ridículo. En definitiva, es esa construcción de los personajes lo que emociona y hace reír a la vez. Las anécdotas que cuenta Sebastián en su programa de radio y la aparición recurrente de personas de su pasado lo llevan a una removedora nostalgia, en la que empieza a revisarse desde un lado más humano, intentando dejar de lado prejuicios y preconceptos culturales (la sexualidad cumple un rol determinante).
La serie también hace un interesante planteo de las demandas externas. Parece que nadie espera mucho de Sebastián, pero a la vez está la expectativa de que él haga reír a todos siempre; no importa lo que le pase, si cobra o no cobra, o si quiere o no quiere estar ahí: él tiene que divertir a los demás. Esa transformación interna hace que se empiece a dar cuenta de que el deber ser y el qué dirán le pesan más de lo que cree.
En esta segunda temporada de Casi feliz hay un replanteo de los lazos familiares y se profundiza acerca de religión, muerte, sexualidad, paternidad y maternidad, y nuevas masculinidades. De algún modo, Sebastián descubre que quizá esté rodeado de personas más desprejuiciadas que él, incluso sus hijos le cuestionan prácticamente todo.
Se destacan las actuaciones de Carla Peterson en su rol de Eva, la empoderada directora de la radio, y de Natalie Pérez como una mamá todoterreno que sigue adorando al protagonista. La fotografía ayuda: es íntima, con muchos buenos primeros planos.
Entretenida, breve y veloz, Casi feliz hace reír con un humor inteligente, lleno de ironías y sin golpes bajos o exceso de drama. A través de “la contradicción eterna de la raza humana” (como dice la canción de su cortina musical, compuesta por Miranda!), la serie nos trae momentos realmente emocionantes.
Casi feliz. Ocho capítulos de 25 minutos. En Netflix.