“Esto nunca va a volver a ser lo mismo”, recuerda Sebastián Teysera que le dijo al bajista Nicolás Mandril Lieutier en los albores de 1998, cuando la banda que integran, La Vela Puerca, estaba por publicar su primer disco, Deskarado. Esa contundente afirmación tenía sentido para Sebastián –alias El Enano, cantante y principal compositor del grupo, ¿todavía hay que aclararlo?–, porque si la gente lo escuchaba, la banda se haría cargo –o no–, y si el álbum era totalmente ignorado, volverían al garaje de la calle Jaime Zudáñez, donde ensayaban los sábados de tarde como un hobby, con el sabor amargo de saber que no pasó nada.

Pero vaya si pasó. Más de 25 años después de formada la banda, La Vela Puerca tocará esta noche en un lugar un poquito más grande que un garaje: el estadio Centenario. Hace un buen rato que la banda se consolidó como una de las más populares del rock uruguayo, punta de lanza de la explosión del género a principios del siglo XXI, que trajo muchos artistas, discos y la mar en coche a dedo para ir al Pilsen Rock.

Fueron varias las canciones de La Vela que oficiaron de banda sonora de toda aquella movida –sobre todo una; sí, esa–, que hicieron que Sebastián tuviera que acostumbrarse a escuchar su voz acá, allá y en todos lados. Al principio, le parecía extraño, como a todo el mundo le suele pasar. Hoy, luego de tanto tiempo, cuando escucha su veinteañera voz en Deskarado se ríe, porque era más aguda y con una interpretación “mucho más adolescente”, pero “era lo que las canciones requerían”. “Después de 26 años cantando, con mi voz me llevo bárbaro, es creíble. Nunca fui a clase de canto, no me considero cantante sino contante”, acota. En un bar del Cordón, a pocos metros de donde ensaya la banda, Sebastián escuchó con la diaria algunas de las canciones más emblemáticas de La Vela y fue más contante que nunca.

“Alta magia”

“Frescura, desparpajo, descarado”, son las primeras tres palabras que le nacen a Sebastián cuando escucha el riff serpenteante de la canción que abre aquel disco debut. Recuerda que trató de imprimirle la energía de la rebeldía adolescente, “para adelante y para arriba, sin presión ninguna”, porque a partir de ese momento todas las canciones que compusieran tendrían como carga la presión por lo que había sucedido –el éxito–. “Pará, hermano, pará un poquito que estamos de la mente, / mente que busca enroscarse con la gente, / gente que humilde camina por la calle, calle, calle, calle”.

Cuenta que decidieron tocar ska porque el rock uruguayo de posdictadura (1985-89) era “muy oscuro, todo mal”, y si bien “estuvo buenísimo”, cuando anduvo por España, en 1996, vio otra historia, que “se podían decir cosas sin que fuera todo tan oscuro y todo mal, porque en definitiva la gente quería divertirse un poco, y el ska tenía eso”. “A veces se enojan conmigo porque digo que el ska era fácil de tocar. A nosotros nos resultó fácil y la ecuación siempre es: el reggae es ska lento o el ska es un reggae rápido. Pero había punk también. Siempre supimos que no éramos una banda de un estilo; no podíamos serlo, nos habríamos aburrido a los dos minutos”, comenta.

Pero antes de andar por España, Sebastián fue uno de los tantos que asistieron a aquel famoso recital de Mano Negra en la estación de AFE en 1992. Le voló la tapa de los sesos, porque no conocía nada similar y le demostró que podía haber una banda punkie con vientos “dando caña”, tocados por “enfermos” que saltaban para acá y para allá. Destaca que en Uruguay los vientos siempre fueron instrumentos asociados a la música clásica o la cumbia, pero subraya que en realidad se usan desde hace mil años en estilos que son parientes veteranos del rock clásico, como el rhythm and blues o el soul.

En la familia de Sebastián casi todos estudiaron música en conservatorio, pero, vaya paradoja, ninguno se dedicó a ella. Cuando tenía 18 –un año antes de ver a Mano Negra–, su padre le hizo la pregunta de rigor: “¿Qué vas a hacer?”. “Quiero hacer música”, le contestó, y entonces le consiguió una audición con un alumno de Abel Carlevaro, o sea, guitarra clásica, para estudiar de verdad. “No, yo quiero tener una banda de rock con mis amigos”, le replicó Sebastián. Así las cosas, su padre le dijo que tenía que estudiar algo, lo que quiera, y luego hiciera lo que se le cantara. El músico recuerda: “Hice cuatro años de Hotelería. Me recibí y me fui para España. Ahí me di cuenta de qué lado del mostrador del hotel tenía que estar: el del huésped”.

“Vuelan palos”

Y un buen día el padre de Sebastián escuchó una canción de la banda que lidera su hijo y se incomodó. Pero no por la música sino porque incluía una particular introducción, el arranque de la marcha militar “25 de Agosto”, y no cualquier versión sino exactamente la grabación que usaban las Fuerzas Conjuntas durante la dictadura para emitir sus comunicados –suena añeja, vencida y podrida–, que nunca significaban buenas noticias (al menos, para los demócratas...). El audio dura apenas cinco segundos y lo consiguió el guitarrista Santiago Butler, que trabajaba en una radio.

Sebastián nació el 3 de junio de 1973, pocas semanas antes de que el entonces presidente Juan María Bordaberry disolviera las cámaras para inaugurar formalmente la dictadura. El cantante recuerda que cuando salió el disco, en 1998, esa introducción “generó una cosa muy loca” en los veteranos que la volvían a escuchar. “¡Documentos!”, gritaba El Enano antes de empezar a cantar: “Hay un acto de violencia / en la fría madrugada / que no escapa en la conciencia / del que pega sin razón”.

Sebastián recuerda cómo nació la letra de esta canción –que en la ecuación da más reggae que ska–: “Refleja un poco algún palo que nos comimos en 1985, saliendo de la dictadura, entre comillas, porque había razias. Como que seguía la historia, de una manera muy turbia, porque era como si siguiera pero no. Algún palito que nos comimos en las maquinitas, siendo menores de edad. Habla un poco de esa transición rara”.

“Mi semilla”

“Este es un adelantado”, dice el cantante y estalla en una carcajada, cuando se escucha a sí mismo entonar “si la vida no quiere que crezcas, / yo te planto de nuevo y a ver”. Aclara que se trata de una canción de amor, más allá del objeto amoroso: “De cuidar el amor, de respetarlo, de hacerse cargo de lo que sentís, sea una planta o lo que quieras; el hecho de querer algo y cuidarlo. La semilla que uno planta con la esperanza de algo y con la valentía de hacerlo”.

Sebastián subraya que “Mi semilla” es una canción “muy rara” dentro de Deskarado, porque es un disco todo “para arriba” y se trata de una cuasi balada acústica, lenta y arpegiada, al punto de que estuvo cerca de no ser incluida. Cuando estaban a pocos días de grabar el álbum, la banda se distendía en el bar Congreso, comiendo pizzas y tomando unas cervezas; había una guitarra en la vuelta, Sebastián la agarró y, como quien no quiera la cosa, empezó a tocar “Mi semilla”, que nunca se la había mostrado al productor del disco, Claudio Taddei. “¿Y eso?”, le preguntó. “Esto es de hace años, no da para el disco”. “¿Qué?”, le retrucó Taddei. “No tiene nada que ver, es lenta”, le dijo Sebastián.

Esa no sería la única vez que le harían caso a Taddei, ya que cuando escucharon los demos de las 13 canciones del disco junto con él, les preguntó por qué cada una de las canciones tenía dos solos de guitarra. La respuesta era simple: porque tenían dos guitarristas (Butler y Rafael Di Bello). Acto seguido, Taddei les hizo las cuentas en voz alta: “13 canciones que duran 35 minutos: 26 solos de guitarra. ¿No será mucho?”. En ese instante se dieron cuenta de para qué servía un productor artístico.

Deskarado explotó “demasiado rápido”, recuerda Sebastián, y desde ese momento la historia de la banda siempre fue hacer lo máximo posible para que la ola no les pasara por arriba, porque las canciones los ponían en distintos lugares a una velocidad a la que no estaban preparados. Esto implicó un cambio en la relación de algo que había empezado en un garaje entre amigos: “La transición entre el hobby de amigos y tomárselo un poco más en serio fue difícil y frágil, quiere decir que estás siendo compañero de laburo. Unos lo entendieron más rápido que otros. Igualmente, nos dimos cuenta de que la cosa era muy fácil: primero somos amigos. Así que antes de matar a la amistad, matamos a la banda, y eso dejó las cosas un poco más claras. Por eso seguimos siendo los mismos después de 26 años”.

Foto del artículo 'Canción por canción con Sebastián Teysera, ante la presentación de La Vela Puerca este sábado en el estadio Centenario'

“El viejo”

“Esta fue la canción que hizo el crossover del rock, la primera canción de banda de rock que agobió en las radios”, dice Sebastián, apenas suena la que quizás sea la melodía de vientos más famosa de Uruguay (¿junto con la de “Mayonesa”, de Chocolate, quizás?). Sí, la de “El viejo”, que ya tiene 20 años y es mucho. El músico dice que la canción atravesó generaciones y clases sociales de una manera similar a como lo hizo “Brindis por Pierrot” en 1985 –aunque ese himno de Jaime Roos “está mucho mejor”, acota y desparrama otra carcajada–.

Nunca nadie lo sabrá a ciencia cierta, pero a la hora de teorizar por qué la canción se desparramó cual radiactividad de Chernóbil, Sebastián no tiene dudas: por los vientos y la letra, que narra el devenir trágico de un señor al que sólo le quedó su perro flaco y el fondo de un vino pa’ entibiar, algo que el cantante acota que se sigue viendo al día de hoy: los viejos en la calle. Agrega que lo más loco de todo es que la letra la escribió enterita el Mandril y fue la única que hizo en 25 años. Durante un lustro, Sebastián le insistió al bajista para que escribiera otra, pero se negó una y otra vez. “Yo ya la clavé en el ángulo, me voy a dedicar a tocar el bajo”, solía contestarle.

El personaje que inspiró la canción fue real, el viejo Carlos Galeano, que solía merodear el estadio Franzini, de Defensor Sporting. Los músicos de la banda llegaron a conocerlo y Sebastián dice que “si lo agarrabas sobrio, era súper interesante”. “Escribía unos poemas y unos cuentos del carajo. El tipo estudió abogacía, tenía una casa en Punta Carretas, la vida lo llevó... y lo decidió él”, cuenta.

Otra particularidad de la canción es que su música está acreditada a tres compositores: Teysera, Lieutier y el murguista Alejandro Balbis, porque la melodía de parte de los versos era de una clarinada de Falta y Resto del año 2000: “Arranca el tercer milenio, / nuevamente está estallando un volcán descomunal, / desparramando las calles, / la lava de Falta y Resto”, recuerda cantando Sebastián. ¿Cómo nació la melodía de los vientos? Cuando grabaron la maqueta de la canción, los músicos le preguntaron al cantante qué tenían que hacer y él les contestó: “Yo qué sé, cualquier cosa”, y tarareó, así, de lo más campante, la melodía que luego se hizo carne en cada rincón del país.

“El viejo” es la tercera canción del disco De bichos y flores (2001). Sebastián recuerda que cuando la grabaron nunca pensaron que con ella iba a pasar lo que pasó, a tal punto que ni siquiera fue el primer corte de difusión del álbum. Pero el estallido fue instantáneo y la canción empezó a agobiar. Mientras la lava de “El viejo” se sentía en el aire, al cantante le solían decir por la calle que odiaban la canción. “Pero yo también la odio”, retrucaba. Por eso tuvieron el buen tino de “ponerla en el freezer” y dejar de tocarla por cinco años.

“El viejo” no sólo sonó en cada radio y programa de televisión uruguayo entre fines de 2001 y todo 2002, sino que también musicalizó casi cualquier propaganda de lo que fuera. De repente, una mañana tranquila, Sebastián estaba durmiendo y escuchaba la melodía de vientos que emanaba del altavoz de algún camioncito: “carnicería Fulano, ferretería Mengano”, etcétera. Y así se despertaba el Enano.

“El huracán”

En las épocas de anonimato, Sebastián solía ir con su guitarra acústica de acá para allá, tocando lo que pintara. “Las vagancias de por ahí”, le llama, como de las que habla en “Por la ciudad”, la que abre De Bichos y flores. En el amanecer de los 2000 la gente todavía andaba casi sin celulares en los bolsillos, y los que tenían eran de esos sin cámara, una simple tecnología que luego abrumaría al músico.

“Quería hacer canciones, tener una banda con mis amigos y, lógicamente, intentar vivir de eso, pero la consecuencia de pasar a ser una persona pública nunca estuvo en mi cabeza. De hecho, apenas explotó el Deskarado estuve unos meses en el ostracismo, en mi casa, medio ermitaño, porque no entendía nada”, recuerda.

Sebastián iba a los mismos lugares que antes y de repente escuchaba que alguien susurraba “está el Enano”, e inmediatamente se volvía para su casa. Confiesa que luego se dio cuenta de que durante mucho tiempo anduvo como “ofuscado”, porque no entendía lo que pasaba, hasta que se acostó en el diván por un rato para poner los patitos en fila. Así fue que comprendió lo que le sucedía y aprendió a poner a “el Enano de La Vela” en un lugar y a Sebastián Teysera en otro, al mejor estilo Superman y Clark Kent.

Hoy la fuerza me sonríe
hoy la vida me quiere ayudar
me levanto aunque me tiren
no me duele, no me ves llorar

La letra de “El huracán” parece narrada por un personaje con superpoderes, pero Sebastián no se refiere a sí mismo sino a un muy amigo suyo que un día “se rescató”, hizo un cambio radical en su vida y nunca lo volvió a ver. “El huracán” es “quemar todas las naves hasta desaparecer” –acota–, una canción que no para de ir para adelante. Además, contó con el aporte de Fernando Madina, de la banda española Reincidentes, que puso su gola grave a disposición de varios versos. El cantante se quedó unos días en la casa de Sebastián, y cuando fueron a grabar preguntó cuánto tiempo tenían para hacerlo, como buen profesional. Una hora, le contestaron. “OK, 15 minutos para grabar y 45 para tomar cerveza”, dijo.

Foto del artículo 'Canción por canción con Sebastián Teysera, ante la presentación de La Vela Puerca este sábado en el estadio Centenario'

Foto: Alessandro Maradei

“José sabía”

En la época en la que no había cámaras en los bolsillos –y se podía fumar adentro de lugares públicos–, Sebastián solía ir temprano a algún bar para inspirarse mientras tomaba un capuchino. Una mañana, andaba en esa en el bar Fray Mocho, por Libertad y Obligado. Había un jubilado sobre la barra, tomando una grappa, mientras charlaba efusivamente con el encargado y discutían sobre un tal José, según lo que pudo escuchar el cantante de refilón. En un momento, el veterano se envalentonó, golpeó el mostrador con la mano y gritó “porque José sabía”. “José sabía”, anotó Sebastián en su libretita.

Así nació esta murga canción que también bebe de la época en la que el Enano y el Mandril se subían a la bañadera de Falta y Resto con Balbis, cuando conocieron el mundo, los códigos y la historia de la murga –empezando por las chirigotas de Cádiz–. También el estilo de marcha camión candombeado, que es el que lleva “José sabía”. Además, el cantante comenta que en esa época todavía escribía sobre personajes (como antes, para el primer disco, compuso “Pedro” y “El bandido salto de mata”). “No me animaba a escribir en primera persona porque todavía no tenía la experiencia ni la valentía para hacerlo”, explica.

“Llenos de magia”

“La inyección de adrenalina cuando la cosa está jodida”, comenta Sebastián mientras suenan los brillosos vientos que abren el disco A contraluz (2004). “Llenos de magia” es una de las canciones más para arriba de toda la discografía de la banda, a caballo de ese riff adictivo de guitarra que oficia de interludio e insiste e insiste –y explota sobre el final–. El cantante dice que a veces, inconscientemente, escribe sobre sí mismo; hoy no recuerda en qué andaría su alma en aquel momento, pero seguramente precisaba el impulso hacia adelante: “Alguna piña llovió / y otro pesado cayó, / que se den cuenta que estamos cerca. / De bandera la ilusión / y preparando la acción, / que la cordura no tiene oferta”.

“Magia” es una palabra que también incluía la canción que abría Deskarado. Parte de la magia es que haya cierto misterio y la banda todavía lo guarda sobre el lugar de donde sale su nombre, aunque a esta altura Sebastián dice que ya no tiene relevancia. De todos formas, comenta que en eso sí fueron conscientes al inicio: la bautizaban así sabiendo que a la postre terminaría simplemente en “La Vela”. Al cantante le gusta que tenga un nombre que al acortarlo quede bien, no como “Él Mató” (Él Mató a un Policía Motorizado), por ejemplo, y recuerda: “En verdad, la banda no le quería poner nombre y yo sí, porque si le ponés un nombre a algo tenés que hacerte responsable, porque empieza a existir. Pero estos le sacaban el culo a la jeringa, no querían saber nada. Cuando los convencí, era el dicho que había entre nosotros”.

“Va a escampar”

“Escampar: 1. intr. impers. Cesar de llover. 2. intr. Cesar en una operación, suspender el empeño con que se intenta hacer algo”, define la Real Academia Española.

Sebastián andaba en una época de usar palabras para sus canciones que llevaran a buscarlas en el diccionario (resalta que dijo diccionario y no Google; “qué viejo de mierda”, lanza y se ríe), o que se generara una interacción familiar sobre sus posibles significados. Así salió el título y el concepto principal de “Va a escampar”, la canción con mucho Fa mayor y La menor que empieza como un folk de fogón, con tan sólo su voz y su guitarra, y luego se vuelve velera.

Así como al cantante le gustan muchos géneros musicales pero no puede escuchar uno solo por más de media hora –ya sea heavy metal, blues o lo que sea–, también es así de random con los libros: lee de a cuatro al mismo tiempo, de historia, investigación, ciencia, mitología o lo que pinte. Ahora anda releyendo Cosas que los nietos deberían saber (2007), la autobiografía de Mark Oliver Everett, líder de la banda estadounidense Eels. Las autobiografías de músicos le encantan, a tal punto que anda escribiendo la suya. Pero, fanáticos de La Vela, no se entusiasmen tanto, porque sólo contará hasta 1995, cuando se formó la banda; es decir, narrará la parte de su vida que “nadie conoce”.

“También es un ejercicio, porque siempre me costó escribir cosas que no tuvieran melodía, que no fueran canciones. Estoy descubriendo una manera de escribir muy tragicómica, porque mi vida fue tragicómica hasta los 22. Me pasaron miles de cosas. Lo de La Vela que lo escriba otro”, dice.

“El señor”

A contraluz fue el disco de transición entre De bichos y flores y El impulso (2007). Este último tiene varias letras escritas en primera persona (“Para no verme más”, por ejemplo), es más rockero y oscuro, y los vientos están más enterrados en la mezcla. Sebastián piensa que si “el coqueteo con el suicidio artístico” que significó El impulso lo hubieran hecho antes, probablemente hoy no estaríamos haciendo esta nota. Por eso precisaban un disco intermedio –para ellos y para el público–, así llegaban más preparados a esa “pateada de tablero”.

¿Por qué patear el tablero? Porque repetir fórmulas “es uno de los principios del fin”, dice el cantante. Los músicos de la banda necesitaban probarse a ellos mismos para ver cómo podían ser más libres, además de “respetar lo que cada uno venía escuchando en su casa, descubriendo cosas”, y así probar si “paseando por otros barrios, la esencia musical seguía siendo la misma”.

“La última joda la paga el ‘señor’ / que le divierten las penas ajenas de hoy. / La última moda la impone el ‘señor’ / marcándome la tendencia, demencia de hoy”, canta Sebastián en “El señor”, uno de los primeros cortes de El impulso. Dice que en este momento “el señor” puede ser Vladimir Putin, pero también sigue siendo la máquina que nos impulsa a consumir. Lo más consumista que tiene el cantante son las bandejas de vinilo: ocho (sí, ocho). Si fuera por él, tendría más: una en el baño y otra en el auto.

“La teoría”

“¿Quién va a analizar mi conducta animal, / bucear en mi psiquis y ver que ahora soy normal? / Luego por lo bajo me empiezo a reír, / su saber confunde aprender con lo que es vivir”, canta el Enano en la tercera canción del disco doble Piel y hueso (2011), una de las más punks de la banda. Cuenta que la escribió por esa “predisposición que tienen los psicólogos para andar analizando constantemente a la gente”, sea cual sea su corriente, porque es “como un vicio, todo el tiempo analizando y escaneando”.

Pasaron muchos años desde que transformarse en una persona pública lo confundió y terminó acostado en el diván. Hace 14 años Sebastián decidió irse para afuera antes que seguir yendo al psicólogo. Terminó viviendo en Playa Hermosa (Maldonado), porque luego de la intensidad de una gira regresaba a Montevideo, que “es como lo mismo”, entonces buscó la manera de zafar. Una vez el cantante se hizo una remera que decía “hoy fotos no” y se la ponía cuando su estado de ánimo no estaba ni como para verbalizar su negativa ante los interminables pedidos.

A veces algún seguidor lo agarra del cogote, le hace el candado con el brazo y le come la oreja. Pero a esta edad –el año que viene cumple 50 años– aprendió a salir cuando tiene el ánimo adecuado para hacerlo y pasarla bien: se pone el traje de “El Enano de La Vela” y se hace cargo. Como lo hará hoy en el estadio Centenario y a principios de mayo, cuando se edite el nuevo álbum de estudio de La Vela, sucesor de Destilar (2018), que Sebastián adelanta que es “bailable” y en sus letras vuelan palos. La gran pregunta: ¿hasta cuándo se pondrá el traje de cantante? Él no tiene dudas: hasta que un buen amigo de verdad se le acerque y le diga “no hagas más papelones”.

La Vela Puerca, hoy a las 21.00 en el estadio Centenario. Entradas por Acceso Ya; quedan de $ 900 y de $ 1.300.