“Yo estaba mirando la tele y dije: ‘A esta chica le pasa algo’”, le comentó una de las enfermeras que la atendió cuando se despertó de la anestesia, luego de su operación por apendicitis.

El programa nocturno del canal 12 Algo que decir la había llevado como invitada de su living ficticio y Manuela, que estaba promocionando su nuevo unipersonal, soportó el dolor latente con buen oficio mientras transcurrió la hora y poco de charla. Recomendó un juego de caja (el Dixit), escuchó estoica una extensa melodía en guitarra de Gonzalo Moreira (que se presenta el miércoles en el auditorio Adela Reta) y hasta participó en la festiva dinámica del juego del ahorcado. Apenas terminado el programa, se fue rumbo a la emergencia de su mutualista, acompañada de su pareja.

“Decir que algo me duele nunca me resultó fácil”, cuenta. “Cuando era chica me pasó de tener un dolor parecido con frecuencia, pero llegó un punto en que no me animaba a decir nada. Había ido muchas veces a atenderme y el doctor me decía que no era nada o que eran nervios. ‘«Qué fiasco»’ va a decir mi madre ahora cuando llegue a casa de vuelta’, pensaba”.

De tres hermanos Manuela es la del medio y reconoce que sus morisquetas humorísticas empezaron para hacerse notar entre los otros dos. “Fue mi forma de ser vista. Vi que funcionaba y me quedé”.

“Apendicitis, significado emocional”, cuenta que buscó escroleando en su teléfono durante el tiempo libre de su cama de hospital, en el posoperatorio que ahora también forma parte de la previa de su monólogo en la Hugo Balzo, que fue postergado por unos días. “Estaba con una paz muy atípica en el momento en que me pasó. Hice un proceso espiritual de conexión para afrontar la pregunta ¿qué pasa cuando nos vamos? La idea es tratar de vivirlo como el jolgorio de un fin del viaje”.

¿Cuándo empezaste este camino de la espiritualidad?

Lleva un tiempo. He buscado alternativas a procesos de estrés porque el cuerpo me avisaba de maneras extrañas. De repente cuando estaba en los momentos de mayor exposición me descompensaba. Después la vida te atraviesa con pérdidas y momentos difíciles en los que hay que salirse del ego para ver qué es lo que la otra persona necesita; creo que ahí empecé a profundizar en cómo estaban mis creencias para vivir ese momento de dolor. Y también me sirvió para trabajar en la comedia. Puede que haya empezado hace siete años, pero comencé a profundizar en este proceso desde que perdí a mi mamá [Elena Baliño], hace tres años. Ahí sí entré en algo que me atravesó la vida. Creo que hay una parte de mi mirada que cambió, cierta inocencia que perdí. Hay como un techo que se va.

¿Y en dónde encontraste respuestas?

Mi psicóloga me dice que tengo un comité terapéutico. En la acupuntura encontré mucho de lo relacionado con la alineación de energías, con aliviar algunos dolores o síntomas. Me gusta trabajar en constelaciones familiares. Me encantan las miradas alternativas, y sobre todo cuando las personas nos juntamos en círculos a acompañar procesos de otras personas. Eso me parece hermoso y lo más revolucionario del mundo. Además, hice un profesorado de yoga, empecé terapia de grupo, que era algo que tenía muchas ganas de hacer, y también hice un taller de clown de Danna Liberman; me encanta cómo da esos talleres ella. Los recomiendo. Y también recurro a otras cosas. Una vez me acuerdo de que estaba en un programa de televisión que levantaron. De golpe tenía la agenda liberada. Y justo tenía un pase libre de yoga, había comprado una promo de vinos chilenos muy buena y tenía bastantes libros sin leer. Me acuerdo de que puse todo sobre una mesa y dije: “Estoy a salvo”.

Además de tu trabajo como actriz y comediante, actualmente trabajás en comunicación institucional. Y da la sensación de que no te quedaste en el terreno de una sola profesión.

Lo de la actuación se me dio naturalmente. Soy “la hija del Toto” [el comentarista de futbol Jorge da Silveira], ese fue mi primer mote. Una parte estaba clara, fue muy fácil seguir ese trayecto. Por otro lado, había una clara dosis de lealtad, de seguir lo que hace el árbol. Lo hacés sin pensar, pero la lealtad a veces te hace ser desleal a otros dones tuyos o de tu historia. Yo me fui de lleno a los medios y en algún punto, cuando empecé a sentir una ansiedad que ya no era adaptativa, por estar muy expuesta, ahí dije: “Capaz que este no es el camino, capaz que tengo otros dones”. Suponete que vos sos tremendo baterista y no lo sabés. Yo me imagino que todos tenemos muchos dones. Por un lado, el trabajo en los medios me permitió adquirir ciertos recursos. El ego estaba bien, pero tenés que estar siempre lista y preparada para que te miren, y eso en un momento me apabulló. Porque claro, entrás en los apuros de un programa, de vestirse de tal forma, y la demanda de estar y los comentarios negativos y los positivos; todo eso me distraía y me empezó a resonar físicamente. Mi padre tiene muchos años en los medios, hacia el final hay como un duelo. Llegás a determinada edad y los medios necesitan personas más jóvenes y funcionales. Siempre me dio mucho miedo ese momento. Tal vez lo fui alimentando durante mi vida. A veces pienso demasiado, pero el humor siempre está. Con otros ingredientes, también, con dolor, con enojo.

Foto del artículo 'Manuela da Silveira: “A veces pienso demasiado, pero el humor siempre está”'

Foto: Federico Gutiérrez

En los comediantes, además, el retiro parece ser particularmente difícil.

Claro. El retiro y pensado siempre desde la cabeza. Siempre se asoció al comediante haciendo una lectura de la vida con cierta distancia. Se aísla, o es incomprendido, y le cuesta carísimo, y sufre de depresión, por ejemplo. Pero hay otras formas de crear, infinitas, y con todo este comité con el que cuento creo que me ocupo pila de mi salud, y eso también lo considero parte de mi trabajo a la hora de hacer un monólogo.

Física y mentalmente hacer reír, de por sí, significa un gran trabajo. Y en un punto lo seguís eligiendo.

Sí, claro. Este monólogo en el que estoy trabajando estas semanas con Alita Méndez habla, por ejemplo, de los linfocitos y los órganos del cuerpo. Imaginate la comunicación con uno mismo y con el cuerpo. Como te contaba, en un momento de mi carrera de mucha exposición colapsé y el cuerpo me dijo: “Bueno, vieja, acá te estoy avisando que algo raro siento”. Entonces este espectáculo habla de cosas como escuchar a los órganos y cómo los tratamos. Por ejemplo, te da un dolor fuerte y al final te dicen que no era apendicitis, que era solamente un ataque al hígado, y lo tomamos como un alivio. Pero ¡pobre hígado! Vos mismo lo atacaste con un exceso de salsa golf o con una molleja que te comiste, y encima después te clavaste un helado. Los desplantes que les hacemos a los órganos, ¿no? Siempre me pareció gracioso ese tipo de cosas. Y ahí pensé para esta obra: “Los órganos tienen que hablar”.

Dicen que no pasa nada si te sacan el apéndice.

Bueno, hay muchos cuentos. Que la gente antes se lo sacaba por las dudas. Porque se iba de viajes largos, por ejemplo. Los cirujanos te dicen “nunca es buen momento”, pero al mismo tiempo te cuentan de uno al que le atacó el dolor un 24 de diciembre a las diez de la noche, como que te lo dicen, pero no demasiado convencidos. Después lo que son los procesos de anestesia, que son momentos de comedia pura. Me contaron que yo iba diciendo en la camilla “gracias, gracias, gracias” sin parar.

¿Cómo escribís tus monólogos?

De una forma rarísima. Primero escribo las cosas que me importaría decir. Después algunas cosas se van yendo. Por ejemplo, cuando un médico te manda hacer vida normal, eso es algo que me atrae. Laura Falero, que me encanta, es una de las que problematizan la normalidad. ¿Qué es normal para mí? Incluso después de procesos muy fuertes. Capaz que para mí es salir con una bordeadora escuchando a Gloria Estefan y no sé si está bueno. O cuando alguien dice: “No te quejes, vos naciste normal mientras él nació con problemas”. ¿Y qué, yo no tengo problemas? ¿Quién nace sin problemas? Ese tipo de cosas quería que estuvieran en este espectáculo. Después en los ensayos escribís otras cosas y empezás a defender el texto. Con Alita entreno con una persona que además tiene un gran talento, y ese compromiso con el otro hace que el texto llegue mejor. Así empezás a habitar el texto. Y lo reescribo, me hago mapas, como de un trayecto al otro, y ese mapa te digo que lo llevo casi hasta el estreno. Después te queda en la mente como una imagen. Otra persona con que aprendí mucho fue con Victoria Césperes. Ella fue la directora de mi anterior monólogo, Creer o reventar, que coincidió con el proceso que transcurrió desde el momento en que me enteré de que mi madre estaba enferma, hasta que murió. Ella me ponía estrategias. Primero me decía “se hace lo que se puede” y después yo le pedía algo así como distracciones, por si en algún punto no podía. Entonces me decía: “Si ves que no podés pensá lo siguiente: ‘¿cómo era esto?’”, o “cuando llegues a esta parte del monólogo imaginate que estás en tal lugar”. Entonces, yo encontraba otros mundos dentro del monólogo en los que me podía entregar por completo y también, fuerza para decir. Tenía mucho miedo de desarmarme. Esas estrategias desde la dirección son muy importantes. Por ejemplo, ahora Alita me dice: “Acá, en este momento, respirá, estás en una sala que amás, ese es tu momento de goce”. Para mí los monólogos de comedia con dirección tienen otra belleza.

El centro del espectáculo es la comunicación.

Sí, es lo que me atraviesa en este momento. ¿Me escucho, me incluyo? Por ejemplo, ahora venía medio loca con la preparación del espectáculo y pensé: “Me voy a regalar este momento de charla contigo”. En Whatsapp, ¿en dónde está la presencia? Eso lo tengo como muy presente. Hablar sin escuchar, hablar sin decir nada; la virtualidad. Imaginate a [José Pedro] Varela diciendo: “La educación laica, gratuita, obligatoria, virtual”.

Foto del artículo 'Manuela da Silveira: “A veces pienso demasiado, pero el humor siempre está”'

Foto: Federico Gutiérrez

¿Qué cosas te gustan como espectadora?

Me gusta mucho Radagast, por eso también de que puede hacer un especial de comedia con otras cosas. Me gusta Osqui Guzmán, Sofía Niño de Rivera me re divierte. Después me encanta ir al teatro. Fui a ver el estreno de la Comedia Nacional Estudio para la mujer desnuda.

¿Qué te pareció?

Me pareció buenísimo. La puesta es impresionante, con ese trío de Roxana Blanco, Alejandra Wolff y Florencia Zabaleta. Y esa apuesta muy desafiante para el público. Me gusta Florencia Infante, lo que le pasó me parece muy importante [el estreno de su monólogo Yo soy la tormenta en el Auditorio Nacional del Sodre]. Danna Liberman, que ahora va a hacer una obra nueva. Emilia Díaz me encanta. Siento que la energía femenina a la hora de crear es muy especial. Todavía faltan lugares para las mujeres. Por resistencias, procesos culturales, costumbres, que hacen que donde aparece una oportunidad hay ocho hombres y dos mujeres y entonces tal vez los hombres están llegando a ese espacio solamente pasando letra y parándose, y esas dos mujeres tienen que hacer muchísimo trabajo personal para desnudarse de la competitividad, de la comparación, de todo lo que hace que puedas estar ahí y disfrutar de hacer, mejor aún si es con otra. Pero todavía es una cuestión de espacios y eso a veces me enerva. Por ejemplo, Emilia Díaz y Jimena Márquez se juntaron para hacer un espectáculo con sus imitaciones de Graciela Bianchi y Azucena Arbeleche y la rompieron. Así se puede vencer la inercia de comparar todo el tiempo. Cuando suceden estas creaciones más desde la red, de un entendimiento cíclico en el que decís “dame la mano”, tienen una potencia increíble.

Supongo que a la hora de conectar con el público debe de haber un fino equilibrio entre hacer humor desde las vulnerabilidades propias.

Yo me doy ese permiso. La gente lo recibe con pila de paciencia y acompaña. Cuando me logro reír de algunas cosas que pueden servir a otras personas, las comparto, y trabajo para que el momento no sea solemne. Y me hago cargo de que si después alguien me quiere preguntar por eso, tal vez, está bueno que suceda. Por ejemplo, ahora estoy atravesando un momento de búsqueda de maternidad, pero todavía no sé si estoy pronta para abrir esa puerta después, si alguien me quiere escribir para compartir y acompañar. La conexión con la gente es fundamental. Cuando vos conectás con otra persona que está viviendo algo parecido a lo tuyo, eso vale más que cualquier risa. María Mendive me enseñó lo siguiente: a veces la gente se ríe, pero no aprueba. Cuando yo era más chica era “todo por hacer reír”. Después fui aprendiendo que no todo. Y siempre hay cosas que son muy tentadoras. En la comedia o en el stand up antes era “chiste, chiste, aplauso” y ahora, después de años de terapia, ya no me interesa tanto esa dinámica. Por ejemplo, una vez una señora me dijo: “A mí me gusta escuchar a Gustaf en la radio, pero no me río todo el tiempo, y me hace mucha gracia”. Es como aprender a ser lo más libre que puedas, decir lo que tengas para decir y cuando termine el show, veré. Capaz que dentro de tres días alguien me comenta: “Pah, me re gustó”. O nunca te enterás. Otro ejemplo es lo que pasó con Chris Rock en los Premios Oscar. Durante el momento en que hizo el chiste hubo pila de risas, pero eran de incomodidad y de “me río porque todos se están riendo”. Pero si yo puedo compartir cosas que nos pueden estar pasando a todos desde la libertad creativa y expresiva, estaría cumpliendo con mi objetivo. Después puede haber risa o no, pero no tengo que provocar ese momento yo sola. Me encantaría poder facilitar procesos catárticos a través del humor. Tal vez la otra persona pueda sacar algo más gracioso que vos. El humor ya está hecho, es de todos. Es como cuando se dice “hacemos el amor”. Ya existe el amor.

El martes a las 21.00 Manuela da Silveira inaugura el ciclo de humor Sala de comediantes en la sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre. Entradas a $ 480 ($ 340 para abonados del Sodre).