“Y a pesar de eso, todo sigue”. El empresario, conductor de radio y televisión y especialista en desarrollo tecnológico aplicado en medios Mario Pergolini usa esa breve sentencia para normalizar su discurso de apariencia fatalista cada vez que muestra –en una pantalla led– algo de lo va a pasar o ya está pasando en este mismo momento en alguna lejana parte del mundo o a nuestro lado.
Llegó hasta Montevideo invitado por la Universidad Católica del Uruguay para brindar una serie de charlas en el marco de la inauguración del edificio Athanasius, donde los estudiantes de la carrera audiovisual podrán cursar sus estudios.
El comunicador bajó del aeropuerto temprano en la mañana y no dejaría de hablar hasta el final del día, nos cuenta cerca de las cuatro de las cuatro de la tarde.
“A la gente no le están interesando las noticias, solamente funcionan las de último momento y, sobre todo, lo que te mandan por whatsapp”, dice en una de sus charlas. “Y tengo una noticia tremenda: a nadie le importa si lo que le dicen es verdad o mentira. Confían en la persona que se lo está diciendo. Por ejemplo, supongamos que alguien tuitea “Pergolini acaba de morir”. Lo puedo salir a aclarar, pero no importa, la vida sigue, no se desmiente en ningún medio y a nadie le va a importar si es verdad o no”.
A este argentino, nacido en Buenos Aires en 1964, no le dicen “genio”, “maestro” o “ídolo”. Es y sigue siendo Mario. Comenzó su carrera en los medios a los 16 años en Radio Belgrano y enseguida logró que mucha gente le prestara atención. Craneó sus propios programas y fue líder de audiencia durante más de una década en la legendaria FM Rock and Pop con su programa ¿Cuál es? No demoró en encontrar la masividad cuando incursionó en la televisión con el mismo personaje acelerado y rebelde que podía narrar vívidamente la efervescente Buenos Aires de los 90, plena de estrellas de rock y cosas para comprar a un dólar idéntico al peso.
Con lo que quedó y lo que ganó –luego de la fiebre menemista–, y mucha astucia, revolucionó los medios de comunicación. Impuso su estilo radial e instaló en Argentina una nueva forma de hacer televisión con programas como Caiga quien caiga y El rayo.
Algo aburrido pero siempre ambicioso, inventó Vorterix, su propio multimedio con teatro y cámaras para poder ver todo, incluso sus programas de radio. No le fue del todo bien, pero tuvo razón, adelantado a su tiempo sobre el dominio de los contenidos audiovisuales que supo ver hace más de diez años.
Anunció la muerte de la radio y no sucedió. Dejó de ganar, o de estar interesado en la competencia, y se encerró en su mundo de tecnología.
Su nuevo augurio es la llegada de la inteligencia artificial. Confía en ella por sobre la humana y no le faltan argumentos cuando dice: “Alguien puede estar dos horas mirando a un streamer mientras juega al Minecraft, pero no es capaz de ver una película sin adelantarse partes con el control remoto” o “Prince nunca quiso vender su música a las plataformas digitales y ahora la podemos encontrar sin problemas en Spotify porque, después de muerto, su familia vendió los derechos de toda su obra”.
Es muy difícil imaginar que este personaje todavía no tenga una carta escondida para ganar el juego, aunque quizás y simplemente esté siendo sincero cuando dice que se retira.
Mario conserva su asombrosa capacidad fabuladora y su personalidad atrapante y cercana. Ya no tiene éxitos de los cuales jactarse, pero sus años y su experiencia lo han ayudado a perfeccionar un discurso agorero y desafiante, del que se siente parte y protagonista. También tiene un montón de cuentos sobre los años de radio, sobre músicos y conciertos, y parte de ello lo compartió en esta charla con la diaria.
¿Hay algo de esta tarea de conferencia que disfrutes?
Me piden muchas más y no las hago, justamente, para seguir disfrutándolas. Empezó como algo muy explicativo para gente que entendía de tecnología, medios, nuevas redes. Funcionó bien, me pidieron que hiciera más y dije: “Pará, no voy a hacer más de tres al año”. Puedo elegir a quién le doy estas charlas y me gustó la posibilidad de venir a esta inauguración en Uruguay.
Cada vez que te escucho mencionar alguna novedad tecnológica me pregunto si pasás muchas horas investigando y si tenés personas de confianza que te pasan piques.
La verdad es que me dedico a la tecnología desde hace mucho tiempo. Incluso cuando empezaba en radio, buscaba cómo disparar música digitalmente rápido. Fui el primero que hizo streaming, no sólo en la región. Y cuando entrás en una dinámica de información, estás siempre atento a determinados canales; hay cosas que ciertas universidades desarrollan más. Es como que me armé un grupo de información. Y al tener empresas tecnológicas, y no tanto de medios, empecé a vincularme con gente que también te trae cosas y te dice: “Che, mira esto que está pasando”, y yo les pido que me cuenten más.
Incluso, hace un rato tuve una charla informal con varios exalumnos de acá y había alguien que me estaba contando algo re interesante sobre lo que estaba haciendo, me asombró y le dije: “Che, quedemos en contacto”. Nos pasamos los mails y lo más probable es que hagamos algo juntos.
Tenés que estar muy atento a la escucha.
Sí, hay que escuchar. Mi mujer dice: “¿Ah, sí? ¿A ellos sí los escuchás?”. Uno nunca sabe por dónde puede saltar una idea nueva. En una época venía mucha gente a la radio y me esperaba en la puerta para decirme: “Tengo una idea que te va a salvar la vida”. Y siempre he escuchado. Primero, porque me causa gracia, pero además porque hay muchas personas que me han traído proyectos que dije: “Boludo, gracias, creo que podemos hacer algo juntos”. Con algunos hice buenos negocios y con otros no hemos quedado en nada.
Hay algo que a vos te fascina de encontrar una nueva forma de hacer las cosas.
Como un emprendedor en medios de comunicación, siempre intenté hacer cosas diferentes. Más allá de si gustaron o no, o si fueron más o menos vulgares.
Por ejemplo, sobre Caiga quien caiga alguien podrá decir “era un programa más de televisión”, pero tenía una forma de edición distinta, fue un lugar donde empezamos a usar filtros para ensanchar las caras de los entrevistados o estirar sus narices. En la radio también hice cosas de ese tipo. Entonces, digamos que lo que estaba haciendo, más la tecnología que le podíamos aplicar, siempre me entusiasmó y me llevó a otros lugares, como empezar a hacer streaming para mis programas o después para terceros. Y la verdad es que todo lo que estamos haciendo ahora con inteligencias artificiales, el desarrollo entre ingeniería informática y medios, me entusiasma y quiero ver a dónde llega. Me llama mucho la atención.
Y la fascinación o la atención que lográs en el otro cuando te escucha, ¿ese talento de dónde viene?
Uno va teniendo referentes. Eso de contagiar entusiasmo lo he empleado siempre, desde que conseguí mi primer trabajo. Creo que la persona que me contrató se dejó llevar por mi actitud. Debe de haber pensado: “Mirá este tipo qué entusiasmado que está, démosle trabajo”, y tenía 16 años, nada más. Y me sigue pasando que cada vez que cuento historias me empiezo a entusiasmar y al rato me doy cuenta de que la persona que me está escuchando se contagia de ese entusiasmo y pienso: “¡Ahhh, mirá cómo funciona esto!”.
Si hay algo que me gusta lo cuento de forma enérgica, y creo que toda esa forma de hacer radio, de disparar las cortinas una bien pegada a la otra y bien arriba, me gustaba, me daba dinamismo, me hacía sentir diferente. Igual, ya no lo puedo hacer más. El otro díapusimos un tema de Kiss, que vino para dar un concierto, y grité: “¡Kiss en Argentina!”. De golpe me dije: “Me siento viejo haciendo esto”, pero es cierto que es parte de mi marca.
En 1995, cuando llegaron los Rolling Stones por primera vez a Buenos Aires, hiciste una narración en la Rock & Pop que es muy recordada.
Me acuerdo de todo el vértigo de traer a los Rolling Stones a la Argentina, y de nosotros siendo parte de eso. Era muy fuerte. De golpe, toda la secuencia desde que se bajan del avión y se suben a sus camionetas termina cuando llegamos con el auto al hotel y me encuentro con [Mick] Jagger enfrente mío en el hall. “¡Boludo, era un stone!”, no era cualquiera.
La vida me ha llevado a quedarme a dormir en la casa Ian Gillian porque se me hizo tarde, a tomar una cerveza con Bono o a hacer otras cosas con otros en música. Fue una vida rara. Después, la segunda vez que vinieron los Stones yo ya estaba un poco más aplacado y tuve la oportunidad de cenar con ellos. Me acuerdo de estar con mi hijo Tomás chiquito en brazos, tenía que hacer algo, y Jagger me dice “dámelo”, y tenemos una foto juntos.
Lo que hace en radio tu hijo Tomás (en el programa Cortina de humo, de Vorterix) es bastante diferente de lo que hacés vos. ¿Qué te parece?
Bueno, de mis tres hijos Tomás es el que estuvo más cerca de mí en la radio y siempre le interesó. A mí me gusta que en un punto sea diferente de mí y que vaya encontrando su personalidad. Me produce más cariño que otra cosa escucharlo; a veces me resulta difícil separar el hecho de que sea mi hijo, pero es un tipo talentoso, un gran músico y tiene una visión del medio que mezcla un poco cosas de la vieja radio que los de su generación no tienen. Creo que es muy interesante lo que hace. Es un tipo muy sensible, se preocupa por que el producto salga bien, y también valoro que durante un tiempo él supo estar a un costado y no usufructuó el apellido de otra forma.
Quería saber de tu nuevo proyecto ¿Para qué querés un hangar?
Mirá, cuando empecé a hacer los streamings todos decían: “No, la radio nunca se va a ver, bla, bla, bla”, y ahora están todos mostrando la radio con unas camaritas chiquititas. Entonces, ¿sabés qué? ¡Yo voy a tener un lugar enorme donde se pueda poner una banda en el medio! A Megadeth, por ejemplo, y poder transmitirla a todo culo. O poner cuatro autos y hacer transmisiones sobre automovilismo. Necesitaba un lugar grande para transmitir contenido de otra forma, porque ahora todo se está achicando, las cámaras cortas, luces directas, Ibai [youtuber español]. Bueno, OK, yo le quiero dar más infraestructura a lo digital. Y encontré a un aliado que es la gente del Grupo Octubre y les propuse: “¿Por qué no armamos una especie de laboratorio para hacer producciones digitales de otra forma?”. Pero no quiero usar la cámara Sony pequeña con un aro de luz. ¡No, dame unas buenas luces, hagamos grandes producciones! No importa si después sale por Instagram o Youtube.
Hicimos un concierto de Marilina Bertoldi que salió bárbaro. Eso fue producción de Tomás. Ahora estamos construyendo unos estudios para streamers. Hay muchas cosas en el mismo lugar, pero para eso precisás un lugar grande.
Pero este proyecto no es para vos, ¿no?
No, yo lo armo pero ya me retiro. Me voy.
Ya dijiste que perdiste la pasión por la radio. ¿Y por la música?
No. Hay veces que me encuentro solo en casa escuchando música a un volumen como si tuviera 16 años. El otro día llega mi mujer y me dice: “¡Qué te pasa! ¿Qué estás escuchando?”, y le digo: “¡Anthrax!, me cansé de todos escuchando acá adentro a Justin Bieber”. Y en el auto hago lo mismo. La verdad es que la música la sigo disfrutando como siempre. Lo mismo me pasa con los videojuegos. A veces me dicen: “Boludo, tenés casi 60 años y estás con los jueguitos”, y les digo: “Mirá, será un problema tuyo”. Para mí es un juego, me divierte, descubro mundos rarísimos, arte, música, y también me gusta estar corriendo autos. No llevo esa de la edad, de que no podés jugar porque sos más grande. “Jodete vos, que te convertiste en otra cosa, no yo”.
Tuviste el privilegio de ser parte de una época importante del rock en Argentina. De todos los músicos que conociste, ¿cuál fue el más enroscado con el sonido, igual que vos?
Gustavo Cerati era uno. Tuve la posibilidad de vivir momentos de gira con él y se compraba aparatitos, teclados, osciladores, micrófonos; fue de los primeros que se armaron su propio estudio, como hizo [Luis Alberto] Spinetta. Bueno, Luis también era un sibarita del sonido. Me acuerdo de que con él empecé a escuchar música como Yellowjackets o Al Jarreau; Pedro [Aznar] se empezaba a ir al Pat Metheny Group y con Spinetta escuchábamos ese primer material. Todo eso fue durante un tiempo en que vivimos juntos con Luis.
¿Viste el tema que dice “el tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos”? Me acuerdo de [Andrés] Calamaro y de Luca [Prodan] viniendo a mi casa a San Telmo a las tres de la mañana para ver si yo tenía la versión original [“Años”, de Pablo Milanés] porque la querían grabar, y de decir: “Bueno, vamos”, y arrancar en un estado calamitoso y estar ahí en la grabación. O me acuerdo de [Charly] García tocando el piano a las cinco de la mañana, o cuando [Fito] Páez se vino a vivir con nosotros.
Evidentemente, eso tuvo algo que ver con que después alguno de esos personajes te dieran entrevistas cuando no hablaban con casi nadie.
Creo que me respetaban por el hecho de que los conocía, no los boludeaba. Sabía qué temas tocar y cuáles no, y que éramos más o menos del mismo palo. Creo que cerré todo eso con la entrevista al Indio en Tsunami [especial audiovisual sobre uno de los últimos conciertos del Indio Solari]. Como diciendo: “OK, el tipo que no quiere hablar con los medios acepta de una vez todas las charlas que nunca nadie había hecho”. Y me parece que ahí también cerré un ciclo. Ya está todo, las nuevas generaciones tendrán otros interlocutores. Yo no hablo con Duki; me gustaría, pero son otros los que van a tener que hacer esas entrevistas.
Me imagino que esa entrevista tiene que haber sido muy importante para vos.
Y lo que tenemos grabado que nunca va a salir. Tenemos momentos de esa charla complicados. Hay gente que me dice: “¿Por qué no escribís un libro?”. Y no, creo que muchos compartieron algunos momentos secretos conmigo porque sabían que podían confiar en mí. Nunca voy a contar en público nada de eso. Primero, porque es parte de la magia. Nosotros vendemos entretenimiento. Vos, de tu lado, también vendés entretenimiento. Estás contando una parte de mí y con tus más íntimos a lo mejor vas a contar otras cosas de esta charla.
Pero ¿qué vendemos? Buenas ediciones, lindas historias, buena música, mucha fantasía. Para qué lo vas a arruinar con “ah, no sabés qué hijo de puta que era este” o con alguna anécdota que no tienen por qué saber sus padres o sus hijos.
Nunca te escuché referirte a que hayas tenido maestros en tu carrera, aunque siempre has reconocido todo lo que aprendiste con Lalo Mir y cuánto influyó en tu perfil.
Lalo fue muy generoso con todos nosotros, era el más grande de nuestra generación. Y la verdad es que nos podía haber limpiado a todos rápidamente para seguir reinando, pero siempre nos ayudó, fue buen tipo, compañero.
Era el rey de las mañanas hasta que aparecí yo, y Lalo nunca me dijo: “Vos me corriste”. Al contrario, es un tipo con el que después trabajamos juntos. Y hasta el día de hoy sigue pasando por casa y nos tomamos un café. [Juan Carlos] Badía también era así, aún sigue, aunque muy diferente: nunca hubiéramos fumado un faso con Badía. Daba oportunidades, te dejaba crecer.
¿Y Héctor Larrea?
También. Lo conocí con el tiempo y le encantaba lo que hacíamos. Yo escuché mucha radio AM con mi mamá y mi papá en casa. Estaba siempre prendida con Larrea y [Antonio] Carrizo. Y ¿Cuál es? es un poco como Rapidísimo, el programa que hacía Larrea. Lo que hicimos en Rock and Pop era una mezcla de humor, producción, ritmo de la mañana; claramente era un programa de AM.
Últimamente decís que este es un buen momento para fracasar.
A veces digo esto cuando doy charlas para emprendedores. Hay muchas veces que tenemos una gran idea y la llevamos adelante como diciendo “¡esto lo voy a hacer y nadie me va a frenar!”, pero a lo mejor ni la sociedad ni el tiempo están dispuestos a aceptarla. Y uno no la abandona porque piensa que es el gran proyecto de su vida. Yo lo he puesto en práctica y les propongo a otros que piensen: “OK, dejá este gran proyecto de toda tu vida que a lo mejor no está dando resultado y lo único que está haciendo es frenarte. ¿Por qué no buscás por otro lado?”. Es decir, a lo mejor retomás ese proyecto en otro momento. Permitite fracasar y frenar cuando te das cuenta de que algo no está funcionando. También para analizar la situación.
A mí me pasó con Boca Juniors [fue vicepresidente del club de fútbol]: “OK, no salió como pensaba, no convencí a la gente que necesitaba convencer para llevar adelante las cosas que yo quería”. Y bueno, correte, no seas un estorbo, dejá de llorar como un nene y ponete a hacer otra cosa. Preparate mejor, y ese proyecto de toda tu vida tal vez lo puedas hacer después.
Creo que es buen momento para fracasar, primero porque el éxito nada te lo asegura. Ser médico o ingeniero no te asegura nada. Y tal vez estás en un medio en donde nadie te escucha, y a lo mejor un día te ponés una cámara en tu casa, hiciste el programa que vos querías con las cosas que tenías a mano y el mundo dice “¡ah, me encantó este tipo!”.
También es bueno saber que no todo pasa en la juventud. No solamente de joven se puede ser exitoso. Muy pocas veces estás en el tope. Siempre estás caminando para arriba o para abajo.
¿No te dan ganas de salir a competir de vuelta?
No tengo muchas batallas por delante. Estuvo bien. Por fortuna o por merecimiento, la gente que quiero está bien y yo también. No vamos a pasar hambre. Puedo decir que tengo dos o tres cosas. Está bien. Pienso: “No pongas de vuelta en juego todo”.