El secuestro y asesinato de José Luis Cabezas es uno de los crímenes más impactantes de la historia argentina y su resonancia aún resulta abrumadora. Ahora el caso es retomado, en modo true crime, por la película El fotógrafo y el cartero: El crimen de Cabezas, dirigida y guionada por Alejandro Hartmann, director de Carmel: ¿Quién mató a María Marta?, serie del conocido asesinato de María Marta García Belsunce.
En el último tiempo Hartmann se ha especializado en narrar casos de asesinatos reales yendo un poco más allá del crimen en sí mismo y del impacto visual del género, con atención al retrato humano de las víctimas y sus historias detrás.
Para entender las circunstancias del asesinato de Cabezas, nos tenemos que adentrar indefectiblemente en la política, la corrupción y los métodos mafiosos que a finales de los 90, década de neoliberalismo y menemismo furioso, se extendían en Argentina. Desde el fin de la dictadura no había habido casos de asesinatos a periodistas ni ataques a la libertad de prensa con consecuencias tan explícitas.
Cabezas era fotógrafo de la revista Noticias cuando en febrero de 1996 fue a Pinamar a cubrir la temporada e intentar conseguir una foto del empresario postal Alfredo Yabrán, vinculado a Carlos Menem y a militares de la dictadura. La imagen de Yabrán era desconocida y él mismo se jactaba del hecho: “Ni los servicios de inteligencia tienen una foto mía”, decía. Hasta que Cabezas la consiguió. Esa foto, la más buscada, fue publicada en la tapa de la revista en marzo de 1996. Allí se revelaba por primera vez el rostro del empresario, acusado por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo de ser un líder mafioso con protección política y judicial.
El relato del documental es intenso, con testimonios de colegas, familia y abogados y el uso de un excelente material de archivo que nos transporta a los días previos, el secuestro y crimen (orquestado por hombres contratados de Yabrán en complicidad con la policía bonaerense), y sus consecuencias para la sociedad y política argentinas. A la hora y media nos deja claro que el crimen no sólo fue subestimado por las autoridades, sino que fueron sus colegas periodistas quienes insistieron en que se investigara. También que los juegos de poder que expuso el caso marcaron un hito en la lucha por la libertad de prensa y fueron un quiebre institucional.
Al grito de “No se olviden de Cabezas”, una sociedad pedía justicia y se oponía a la frivolización de la política, muchos de cuyos dirigentes habían encontrado, curiosamente, su punto de encuentro y negocios en Pinamar. La conmoción por el asesinato de un periodista en plena democracia desnudó la brutal corrupción en el gobierno de Menem (la mayoría de esos casos eran denunciados por los propios periodistas) y todo parecía transformarse en un enfrentamiento entre periodistas y políticos, con un fotógrafo que había pagado con su vida.
A 25 años del mafioso asesinato de Cabezas, este inteligente documental es un ejercicio de memoria contra un crimen atroz que fue el inicio de un proceso de hartazgo hacia la clase política que desembocó en el estallido social de 2001. Pero es, sobre todo, un apasionante y detallado relato que da cuenta del clima de finales de los 90 sobre uno de los hechos más tristes que se recuerden posdictadura.
El fotógrafo y el cartero: El crimen de Cabezas. 105 minutos. En Netflix.