“Todo arrancó en plena crisis, cuando el mundo puso su atención sobre el cine uruguayo, gracias a 25 Watts, Whisky y otras películas. Nos daban fondos en dólares, en euros. Aunque no fueran tantos, acá era un montón de plata”, dice Manuel Nieto sobre sus inicios y sobre un momento particular del país al que siempre vuelve, de una u otra forma, en sus relatos.
Manuel –al que todo el mundo llama Manolo– trabajó como asistente de dirección en aquellas dos películas fundacionales dirigidas por Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella en 2001 y 2004. También en La vida útil (Federico Veiroj, 2010), 3 (Pablo Stoll, 2012), Los muertos (2004) y Liverpool (2008), del argentino Lisandro Alonso, y Hamaca paraguaya (2006), de Paz Encina. Antes había filmado el corto Nico y Parker (2000) junto a Diego Fernández Pujol, y en 2006 estrenó su primer largometraje, La perrera.
Con ese primer relato personal, el de un joven castigado por su padre que marcha obligado hacia un balneario agreste para construir una casa, Nieto comenzó el recorrido de camino lejos de la ciudad que luego continuó con El lugar del hijo (2013) y sigue ahora con su último largometraje, El empleado y el patrón, que ya pasó por el Festival de Cannes y cerró la reciente edición del Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay organizado por Cinemateca.
Esta nueva historia, protagonizada por el uruguayo Cristian Borges (como el peón Carlos) y el argentino Nahuel Pérez Biscayart (como su patrón), se filmó a lo largo un año: “No había forma de recrear ciertos momentos de la película: el raid, la cosecha de soja, los barcos que cargan los granos de abril hasta julio, la playa en verano. Sabíamos que lo teníamos que armar así”, explica sobre su plan de rodaje, que duró lo que tenía previsto desde el principio.
“Ser director es ser un controlador obsesivo, es una cualidad que se necesita”, dice, asumiendo una característica de su personalidad a su favor. Estamos charlando en su casa, en el centro de Montevideo, con un proyector de cine cerca de su cabeza, con el que puede mirar películas en la pared que tengo detrás, la del sillón de visitas. “Bueno, creo que ya estaríamos”, dice, luego de más de una hora de entrevista, con amabilidad y un fastidio simpático que lo acompaña al menos esta mañana de lunes.
Nieto no tiene problemas en revelar cualquiera de las partes del esqueleto de su nuevo trabajo, que tiene como puntales el guion y, especialmente, la puesta en escena. “A los actores no profesionales los puedo manejar como perillas, mientras que con los otros es más difícil porque desde la construcción siempre tienden a modificar cosas”, admite.
En un archivo de notas que escribiste sobre la película hablás sobre el campo y los ambientes rurales, que es un mundo que conocés bien.
Yo tengo una relación pequeña y lejana con el campo. Mi familia tuvo un pequeño campo cerca de San Ramón y en 2004 mi padre me pasó la explotación porque quería desentenderse de eso. Lo puso a mi nombre y quedé como encargado. Estuve trabajando unos años arriba del caballo ahí, con un vecino con el que teníamos una medianería. Él hacía casi todo, yo lo ayudaba como peón. De ahí saqué material para El lugar del hijo, y me permitió, desde el trabajo, asomarme a ese mundo.
También, antes, cuando era adolescente, iba mucho a la estancia de mis primos en Cebollatí, cerca de José Pedro Varela; ahí conocí otro tipo de establecimiento, más grande, bien en el Uruguay rural profundo. Antes no era consciente de esas cosas, pero ahora me doy cuenta de que eso repercutió en mis intereses y que recurro y vuelvo a esos recuerdos para evocar personas, vivencias y experiencias.
Hace como diez años que estoy en contacto continuo con el campo y ya tengo mi cadena de contactos, de conocidos y de gente a la que voy a consultar cuando necesito saber algo o llegar hasta algún lugar. En esta peli en particular, todo el abordaje del campo tiene que ver con el mundo del caballo, de las carreras y los raides. Para eso necesitaba mucho estudio y preparación, y conocer el terreno.
Estuve varios años siguiendo esas carreras, buscando gente que me guiara, contactos y lugares para la película, sobre todo, en José Pedro Varela. Por intermedio de mi primo conocí a Pío Olascuaga, que es un campeón mundial uruguayo y prepara caballos para correr en Emiratos Árabes, por ejemplo. Él nos ayudó muchísimo.
Ese es otro mundo aparte.
Sí, y lo increíble es que en esas carreras confluyen la pasión de esta gente que hoy gira a nivel Dubái y gana miles de dólares, y la pasión de un peón que prepara a un caballo humildemente y lo lleva a correr al mismo lugar. La pasión es la misma, y eso es lo más increíble de ese mundo. Es muy solidario, como una gran familia muy generosa.
Cuando se empezó a hablar de esta película algunos la promocionaron como una historia muy ligada a la lucha de clases y a la actualidad de nuestro país. Pero vos luego, en otras entrevistas, te encargaste de relativizar eso y dijiste que había otras cosas, más complejas, en las que también te había interesado trabajar.
La primera idea que surgió de la película fue el propio título, que define a los dos personajes principales y los lugares de la sociedad de donde vienen, y define un tema de fondo que es la lucha de clases. Pero por más que tenga ese título, es una puerta de entrada a un mundo muchísimo más amplio, que tiene que ver con las relaciones humanas y la profundidad de cada uno de esos dos personajes, con sus mundos, con sus contradicciones y con la forma en que estas cosas se van enredando en un vínculo que va cambiando.
Yo la pensé como una película de personajes, sabiendo que estaba todo lo otro también, pero subyacente. Vos ponés dos personajes de estos dos lugares diferentes, los ligás al mundo laboral, y lo político y el conflicto entre clases sociales florece solo. No tenés que agregar nada.
¿Qué es una película de personajes?
Es una película en la que el guion y el director, a través de la puesta en escena, profundizan en sus personajes. Yo, en este caso, trato de darle varias capas de lectura y varios lugares de existencia a un personaje para que su vida, en el mundo de la película, se torne real. Para que el espectador no se quede sólo con un lado de su existencia y pueda tener una perspectiva lo más amplia posible. También me preocupaba lograr que los personajes fueran contradictorios. Quería que no fueran siempre en la misma dirección, mostrar sus errores, o conductas contrarias a lo que se espera de ellos, para lograr a través de eso acercarme a la complejidad de cualquier ser humano.
Dijiste que el movimiento constante fue algo así como una premisa para llevar adelante esta narración.
Sí. Había una idea de plasmar eso en la imagen, y teníamos varios caminos para hacerlo. Uno fue mediante el movimiento de cámara, que está presente en muchísimas partes de la película de diferentes formas. Otro fue el movimiento locativo: no se repiten los mismos lugares, de una escena a otra vas descubriendo un nuevo lugar. Eso genera un efecto de avance muy fuerte y creo que mantiene al espectador en un estado de descubrimiento permanente. Y el otro es el guion: la trama de la película avanza y no se queda regodeándose en una escena. También hay un cable conductor entre todo eso, que es un aumento de la tensión en función de las situaciones que se van dando.
Un gran atractivo son las acciones y la forma en que están filmados los caballos. Hay una escena de galope, por ejemplo, que me gusta mucho.
El caballo está presente en varias escenas, pero solamente en tres hay un despliegue de trote o galope. Una es cuando el patrón va a buscar al peón a su casa por primera vez; la segunda es cuando Carlos, el peón, en la estancia de su patrón, descubre a otro caballo; y la tercera es la carrera. Las dos primeras son como bocaditos para llegar al final.
Siempre supe que las carreras tenían un potencial cinemático enorme y quería aprovecharlo. Pude capturar algunas cosas. En la carrera tuvimos un rodaje no controlado. Es decir, filmamos en una carrera de verdad. Hablamos con la Federación Ecuestre Uruguaya y sus directivos nos dijeron que no podíamos filmar por fuera de la carrera, que teníamos que ir por dentro, inscribirnos para competir y jugar con las reglas de la carrera, no del rodaje. Así lo hicimos, y nos anotamos en Río Branco. Inscribimos dos caballos y sus jinetes y hubo que preparar a esos caballos.
El caballo que corre Carlos hoy está en Emiratos Árabes y el otro es el que corre Pío Olascuaga, un tipo de una generosidad extrema. Nos dijo: “Sí, te presto todo”: los dos caballos, que valen miles de dólares, las camionetas, los aparceros, los traslados. Él quería que quedara todo el raid plasmado en una película y que se viera la camiseta celeste de Zapicán, que es el lugar de donde viene él. A los de Santa Clara de Olimar también les parecía muy importante que apareciera la camiseta amarilla, la que usa Carlos en la película, junto con la de Zapicán, porque entre ellos dos se disputan el título de Cuna de Campeones.
¿Cómo lidiaste con esa pérdida de control que supone filmar ficción dentro de una carrera real?
Con el equipo de filmación teníamos todo planificado en nuestras cabezas. Ahí ocurre lo que ocurre. Pero son esas cosas que como director tenés que saber que van a pasar. Vos vas a saber lo que puedas, no lo que quieras. Eso está en un mundo abstracto. Uno cuando materializa las cosas en la puesta en escena y cuando pone la cámara, siempre tiene que renunciar. El cine es un constante proceso de renuncia, pero uno no se puede quedar en eso. Se renuncia a la idea abstracta en pos de una idea material que es lo que vuelve posible la película. Ahí tenés que confiar en el carácter evolutivo de los cambios. No son porque sí. Tienen un sentido, y yo trato de encontrar el sentido positivo de eso.
La capacidad de adaptarse rápidamente a la realidad es una de las cualidades más importantes que debería tener un realizador. Vos querías sol y te toca un día feo; cuanto más rápido encuentres la forma de trabajar con lo que está pasando, mejor van a salir las cosas.
¿Cómo conociste a Cristian Borges?
Lo conocí tres semanas antes de empezar el rodaje. Sucedió que a la persona con la que venía trabajando para el papel de empleado tuvimos que despedirla. Se suscitó un accidente y tomamos esa decisión.
Te querías matar.
¿Ves? Lo que hablábamos. Hay que hacer lo que hay hacer, y en definitiva fue para mejor porque apareció Cristian. En ese momento fui a hablar con una de mis fuentes, allá en Rivera, y me hizo acordar de que había una persona de la que él ya me había hablado, así que fuimos a buscarlo y tratamos de asegurar su participación lo más rápidamente posible. Él cayó en la filmación casi como un paracaidista. En poco tiempo tuvo que adaptarse a todo lo que implica un rodaje.
Hizo un gran trabajo.
Sí. Tenía 18 años cuando hizo la película. Nunca había actuado, pero es un tipo muy inteligente. Esa capacidad de adaptación al trabajo cinematográfico, que es una cosa como de otro mundo para un tipo que vive en el campo, habla muy bien de él. Es domador de profesión, pero en ese momento no tenía trabajo fijo, andaba medio a la deriva y todas las semanas se iba a jinetear. Ahora trabaja como peón.
Da la sensación de que tu interés por el campo va mucho más allá del cine.
Me interesa el campo por ese sentido de descubrimiento y de aventura. Por más que hace tiempo que trabajo ahí, sigue siendo un lugar desconocido y vasto, con cantidad de personajes, dramas, paisajes; es un espacio de trabajo tan grande que me da ganas de seguir buscando por otros lados. Mi vida es acá, en un sillón, en Montevideo. Para películas como esta tengo que salir, viajar, hacer kilómetros, enfrentarme a gente desde un lugar de desconocimiento y de preguntar: “Quién sos, qué hacés”. Es como que me acerco a la sociedad y a la gente de una forma más positiva.
El empleado y el patrón está en cartel en Life Cinemas 21, Life Cinemas Alfabeta, Movie Montevideo, Sala B del Auditorio Nelly Goitiño y en Cinemateca Uruguaya. En Cinemateca, además, este lunes se exhibirá el ciclo Todo Manolo Nieto, donde se podrá ver sus trabajos anteriores: a las 17.10, Nico y Parker y La perrera, y a las 19.15, El lugar del hijo.