Aprovechar “lo mucho o poco que tengas, al máximo”. Ese es uno de los secretos del éxito de Ignacio Nacho Cardozo, principal referente de la comedia musical en Uruguay.

“La única vez que pudimos hacer una comedia con orquesta en vivo fue en Cabaret [2008]. Utilizamos la estructura de planta baja y planta alta de la escenografía de Víctor Victoria [2006], pusimos la orquesta arriba –cuando normalmente va en los fosos de los teatros– y, absolutamente en contra del negocio, sacamos una butaca de filas para tener más espacio para la actuación”. Así, al pasar, Nacho Cardozo explica cómo, a lo largo de su extensa carrera como actor, director, bailarín, coreógrafo y docente, inventó ilusiones a la altura de sus exigencias y de las de sus más admirados maestros del teatro local y de Broadway.

Son pocos los clásicos de la comedia musical que todavía no versionó. Hizo La jaula de las locas (2004), El jorobado de Notre Dame (2008), Sugar (2010) y El violinista del tejado (2018). Junto al guionista Rafael Pence creó sus propias obras musicales como Cine, teatro y actualidad (1992) e Inolvidables (2016), dirigió otro sinfín de obras para niños, entre ellas Alicia en el país de las maravillas (2003), y comedias como Toc toc, con récord de espectadores y funciones.

Se crio en Malvín, pero desde hace años vive en Barrio Sur, en el medio del universo de la comparsa de candombe Cuareim 1080, en la que participa como director escénico, bailarín, y en este último carnaval también como actor encarnando a un Quijote que lo hizo merecedor del primer premio de la categoría.

Después de muchos meses de ensayo, dirige Forever Young, una comedia musical del director y escritor suizo Erik Gedeon, con adaptación de Pence, y no falta a ninguna de las funciones en el teatro Alianza para asegurarse –he aquí su segundo secreto– de que todo esté “en su lugar”.

La obra transcurre en 2050 en un geriátrico donde vive un grupo de actores –entre ellos Luis Alberto Carballo y Paola Bianco, que hacen de ellos mismos– y todo transcurre durante un día en el que los ancianos artistas recuerdan colegas y hazañas mientras “deciden resistir el paso del tiempo con un arma secreta e imbatible: la música”.

“Luis, por ejemplo, tiene un pececito, un trofeo, y tiene que tomar una pastilla. Paola usa una cartera y en un momento tiene que sacar un peine. No puede faltar nada de eso para lograr lo que queremos en cada función”, explica.

¿Qué es lo más importante para hacer una buena comedia musical?

Lo primero es una historia que te atraiga por algún lado. Y cuando te digo historia hablamos del nudo más apretado. Después, eso se abre. Por ejemplo, Forever Young trata de un grupo de ancianos, pero después hay un matrimonio con sus discusiones, también una enorme rivalidad entre el personaje de Carlos Rompani, que de joven fue un rockero, y un Luis Alberto que de joven fue un actor muy londinense muy coqueto, que se perfuma, que se pone su bata. Son otros cuentitos, dentro de la historia principal, que la hacen más atractiva Después, tenés que encontrar un elenco que pueda defender la historia. En el caso de El violinista del tejado [2018], tenía que conseguir un matrimonio y cinco hijas, de la más chica a las más grande. Si la que tiene 20 no los tiene, hay que lograr que luzca de 20. Lo que importa es lo que el público ve, para que se pueda creer esa mentira que ponés arriba de un escenario. Y además, yo que soy medio histérico, quiero que las hijas se parezcan a los padres.

Da la impresión de que hay que mostrar y expresar muchísimas cosas en muy poco tiempo.

Sí, porque además en las comedias musicales la acción se acelera cada vez que va a haber una canción. En el medio de un diálogo uno de los personajes de repente comienza a cantar: “Te quiero porque entonces...”. En una canción un personaje le explica a otro todo lo que le pasa y se avanza más rápido en la acción. Eso debe suceder naturalmente, y el actor debe tener cierto registro vocal y llegar a cierta nota. Y ni te digo si hablamos de El fantasma de la ópera, una obra que en todas partes del mundo, por requerimiento de los autores, se hace exactamente igual, y si no, no la podés hacer.

Desde el ensayo uno hasta el final, ¿cómo trabajás en el ritmo de una comedia?

La primera valla con la que se encuentra el actor es tratar de dar con el personaje. En Forever Young los actores tuvieron que imaginarse 40 años más viejos, con la forma de hablar y de caminar de personas de esa edad. Después de que incorporaste la letra, que la sabés, el personaje corre de otra manera y le da mucho más al actor que tiene enfrente. De a poco, entre el director y el actor se van fijando puntos de ubicación en escena. Acá el personaje se detiene, acá se mueve de tal lugar a otro, acá gira, y así vas pisando la obra. Esa parte es un poquito tediosa. Luego trabajamos en las miradas y en la escucha. Una de las cosas más difíciles del escenario es escuchar al otro. Los actores a veces están muy pendientes de lo que les toca decir después. ¡No, esperá! Porque seguramente, algún día el otro actor te va a decir su parlamento de otra forma o va a cambiar un verbo; siempre digo lo mismo: hay que estar muy vivo en escena, muy atento. Y en las comedias, el triple, porque el espectador es uno más en la obra. Cuando aparece un chiste se va a reír, y ese tiempo de carcajada los actores lo tienen que sostener en silencio y esperar para que no se pierda el siguiente chiste.

Foto del artículo 'Nacho Cardozo: “Hay que darlo todo en cada función porque el espectador se merece lo mejor”'

Foto: Mara Quintero

Cuando hiciste tu primera comedia musical, ¿cuánto hubo de pensar en los riesgos y cuánto de tirarte al agua igual por las ganas de hacerla?

Las dos cosas. En el 92 hicimos nuestro primer musical [Cine, radio y actualidad] con Rafael Pence. En ese momento hacía mucho tiempo que Uruguay no tenía espectáculos musicales. Tal es así que la Asociación de Críticos inventó un premio para darle un premio a esa categoría. ¿Los miedos? Todos. ¿Los riesgos? Todos. Los que estábamos en ese elenco teníamos 30 años y no nos importaba nada. Yo lo que quería era hacer, y la plata no era lo que me movía. El novio de una de las actrices del elenco era productor y dijo: “Yo consigo telas, esto, lo otro”, y como se hace hasta ahora, “vos me prestás los zapatos, vos unos lentes, vos unas pelucas, ropa”, y dale, vamos. Por último, conseguimos la sala del teatro Notariado, adonde a la gente le encantaba ir. En los 90, las sillas de Herman Miller que tenía la sala eran la gran novedad. Y en adelante, con Rafael seguimos pensando espectáculos creados entre los dos, hasta que en 2004 la Alianza [Uruguay-Estados Unidos] compró los derechos de La jaula de las locas. Me llaman y me dicen: “Si vos conseguís productores y armás un elenco, la hacemos”. Lo logramos, y de ahí en más hicimos todo lo que vino después.

¿Qué te pasó cuando fuiste por primera vez a Nueva York a ver una comedia musical?

Me morí. El primer musical que vi fue Cats. En el entreacto te permitían subir al escenario y, por supuesto, volé para ahí. El segundo musical que vi fue El fantasma de la ópera, y cuando terminó no me podía levantar de la butaca por lo que acababa de ver, por lo que te pasa cuando ves un espectáculo así.

Para vos, además del disfrute como espectador, esos viajes a Nueva York que seguiste haciendo fueron formativos.

Sí. Todos los seminarios, talleres y cursos que había los aproveché al máximo. Una vez fui con una beca y pude conocer los teatros por dentro y estar en contacto con directores, actores y profesores. Esa vez estuve en un ensayo de las Rockettes en el Radio City Music Hall. Podías estar ahí sentado pero en silencio, sin decir una palabra. Así me quedé tres horas. Después, al final, la directora tuvo una charla conmigo y con otra gente de otros países.

En muchas películas se ha retratado el alto nivel de exigencia que se les demanda a los bailarines y actores de una comedia musical en Broadway. Vos lo viste de cerca.

Sí, y es tal cual. A mí también se me critica por ese apriete en algunas cuestiones. Creo que esa exigencia que me autoimpongo y que transmito en mi trabajo en el teatro y en el carnaval es porque sé lo que espera el espectador: prolijidad y profesionalismo. Además, en carnaval hay un premio y todos quieren salir primeros. Para lograr eso el camino es ensayar otra vez, otra vez y otra vez, y “vamos de vuelta” hasta que el espectáculo salga bien. Después de que lograste eso sabés que el premio está ahí cerca. Y el premio puede ser que tengas el cartelito de las localidades agotadas. Yo hago un espectáculo para que la gente nos venga a ver. Hay que darlo todo en cada función porque el espectador que viene este sábado se merece lo mejor. Yo he tenido peleas con actores por esto. Por ejemplo, un personaje es un galán que está siempre afeitado; bueno, tenés que llegar recién afeitado para el espectador que viene hoy. La obra sucede en el 40 y tu corte de pelo responde a esa época. Para el estreno te lo cortaste bien; a las tres semanas te lo vas tener que cortar de vuelta, tal cual. Tu vestuario tiene que estar impecable, lo tenés que cuidar para conservarlo igual en tus funciones de viernes, sábado y domingo desde el estreno hasta la última función. Tiene que estar bien tu maquillaje, tu ropa y vos, como instrumento, siempre. Si tu personaje es flaco, mantenete flaco, si es gordo, es gordo. Florencia Peña hacía Cabaret, en Buenos Aires, con tatuajes. Yo la quería matar. Un personaje en el 20 no tiene esos tatuajes. ¿Te los tenés que maquillar? Jorobate.

¿Cómo se logra ese equilibrio entre mucha exigencia y un compromiso fuerte entre actor y director? Sos un tipo respetado y querido en el medio.

Los actores dicen: “Yo sé que este me rompe las pelotas pero después hacemos una muy buena obra”. Y el público –y esto te lo digo con absoluta modestia– me dice: “Yo ya sé que tu espectáculo va a estar bien porque lo dirigís vos”. Todo el mundo me habló de que en estas vacaciones de julio vio cosas horribles. Yo hace tiempo que no hago espectáculos para niños, que es un público que se merece el mismo o mayor respeto que un adulto.

¿El teatro te mantiene joven?

Creo que sí. Hacer cosas, moverse y pensar te mantiene joven. La cédula te va diciendo lo que no podés. Ya no corro, por decirte algo, pero le meto a la bici, hago caminatas. Tengo 66, y un tiempo más quiero.

Forever Young, los sábados a las 21.00 en el teatro Alianza (Paraguay 1217). Entradas: $ 750 en Tickantel. Último fin de semana.