Jake Adelstein tenía 24 años cuando se propuso ser el primer periodista no japonés del Yomiuri Shimbun, uno de los diarios más importantes y respetados de Tokio. Aunque trabajó más de 12 años en ese lugar y cubrió innumerable cantidad de temas, sus crónicas sobre la yakuza (mafia japonesa) ocuparon un sitial de importancia, tanto por tratarse de la primera vez –1993– que se exponían de manera franca y directa sus tejes y manejes como porque quien lo hacía era un periodista extranjero (o gaijin, como dirían por allá).
Adelstein logró la hazaña de clasificar públicamente a las diferentes familias mafiosas de la ciudad y no perder la vida en el proceso (aunque no le faltaron amenazas). Incluso, logró vincularse de manera hasta positiva con algunos de ellos, generando una relación de respeto (y honor, que nunca falta cuando hablamos de Japón).
O al menos, eso es lo que el propio Adelstein cuenta en sus memorias Tokyo Vice: An American Reporter on the Police Beat in Japan, libro que publicó en 2009 y que ahora HBO convierte en una serie cuya primera temporada acaba de culminar.
Creada por JT Rogers, Tokyo Vice tiene como director del piloto y marca indeleble de su estilo para toda la temporada nada menos que a Michael Mann. El director, popular por sus muchas películas (Heat, The Insider, Collateral) fue uno de los encargados de revolucionar la pantalla chica allá por los 80 con Miami Vice. Mucha agua ha corrido bajo el puente, pero la mano de Mann permanece intacta: desde el inicio la serie cuenta con una paleta fría y acerada, en imagen digital, que narra con tono desapasionado y distante la tremenda historia que tiene para contar. Aunque pasan muchos por el rol de director en los distintos capítulos, en todos se puede reconocer que estamos ante un producto Mann (no en vano, además, oficia como uno de los productores).
La historia comienza cuando Adelstein (Ansel Elgort) llega al periódico en cuestión y tiene que pagar derecho de piso antes de que siquiera le dejen escribir una coma. Por fortuna para nosotros los espectadores, no es el único protagonista: tenemos a la acompañante que trabaja por las noches en un prestigioso club (Rachel Keller), al policía veterano e incorruptible que combate a los yakuza (Ken Watanabe) y al personaje más interesante de la serie, Sato (Show Kasamatsu), un joven y ascendente mafioso que crece dentro de su clan. Ellos, y una decena de personajes más, se irán vinculando entre sí a medida que la investigación de Adelstein termine por patear el statu quo yakuza.
Estamos ante una serie criminal que apela al procedimiento –tanto periodístico como policial– de una investigación y a la pausada reconstrucción realista antes que a los tiros o los espadazos (que los hay). En su elaboración de todas las costumbres, tradiciones y rutinas tanto de los mafiosos como de la propia sociedad japonesa termina por generar un material denso y al que hay que digerir con calma. No es la serie adecuada para mirar de un tirón.
Los personajes, todos tridimensionales, son otra gran baza de la serie. Acaso el protagónico de Elgort sea un poco intragable (tanto por su interpretación como por el tufillo a white savior del personaje), pero eso se compensa con creces por los esfuerzos de Watanabe (enorme, cuándo no), Keller y muy particularmente Kasamatsu, quien logra mucho con una serie de gestos y miradas mínimas.
La única reserva fuerte que se le puede plantear a la serie es que su primera temporada de ocho episodios no resuelve absolutamente nada, lo que puede resultar algo frustrante (y en mi caso, que pensaba que era una miniserie, ni les cuento) pero, por suerte, la segunda temporada ya está confirmada, así que las desventuras de un estadounidense en el Japón colmado de gángsters no quedarán interrumpidas.
Tokyo Vice. Ocho episodios de una hora. En HBO Max.