Si hay algo que caracteriza a Taika Waititi es que no tiene miedo a tomar riesgos. Por estos días se ha hablado (y escrito) mucho sobre su segunda película con Thor a la cabeza, que por momentos se inclina demasiado hacia el costado de la comedia, perdiendo el gran equilibrio que había encontrado en la mejor recibida Thor: Ragnarok. Esa masa de comentaristas informes llamada internet aprovechó para desempolvar críticas a Jojo Rabbit (2019), una de sus obras más arriesgadas (justamente), en la que el director neozelandés se atrevió a interpretar a un Adolf Hitler payasesco que era el amigo imaginario de un pequeñín nazi.
En paralelo con su filmografía como director, lo hemos visto interpretar al padre de una villana de DC Comics en la maravillosa El escuadrón suicida (James Gunn, 2021), así como al mismísimo pirata Barbanegra en Nuestra bandera es de muerte, una comedia televisiva sobre piratas con una muy necesaria sensibilidad queer. Pero además de eso, y de dirigir un episodio de la popular The Mandalorian, Waititi cocreó una serie estrenada el año pasado en Estados Unidos, que aquí está disponible en Star+ y que deslumbra por la sensibilidad con la que aborda los conflictos de un grupo de adolescentes.
No se trata de adolescentes cualesquiera, aunque podríamos discutir que todos son únicos en su búsqueda del sentido de la vida, que para varios de nosotros continúa incluso décadas después. Los cuatro protagonistas son Bear, Elora, Cheese y Willie Jack, y la primera particularidad es que viven en una reserva en territorio indígena de Oklahoma. En ese espacio de soberanía compartida, cuyo imaginario suele incluir un casino ya que tienen permiso de explotar los juegos de azar incluso en estados en donde está prohibido, estos jóvenes solamente quieren juntar dinero para irse de allí. Y por lo que vemos, nadie podría culparlos.
Antes de acusar al neozelandés de apropiación cultural, la persona con quien cocreó la serie se llama Sterlin Harjo, es integrante de la Nación Seminole y ha dedicado películas y documentales a la “experiencia” nativoamericana. Con la chapa de Waititi y escribiendo la mayoría de los episodios, Harjo demuestra ser un creador capaz de combinar las experiencias universales con la muy particular realidad de las reservas, que nunca suelen profundizarse en la ficción. En este punto, debo recomendar el cómic Scalped, con guiones de Jason Aaron y dibujos de RM Guéra, que cuenta una historia más adulta, sangrienta y con ribetes del género de gángsters, que transcurre en Dakota del Sur. Crudísima y excelente de punta a punta.
Volviendo a Reservation Dogs, tenemos una atmósfera opresiva, en donde el mundo adulto no ofrece esperanzas a la pequeña pandilla, que se vuelca hacia delitos menores (o no tanto), como robarse un camión, para ahorrar los billetes necesarios y mudarse a California. Mientras tanto, el combo de melancolía se completa con la figura ausente de Daniel, el quinto integrante, fallecido meses antes.
La serie transita sus ocho episodios de media hora presentando capítulos relativamente independientes de estos protagonistas, como la visita al hospital público o el tío medio loco que promete enseñarles a pelear contra una banda rival si es que lo ayudan a vender su marihuana. Cada entrega revela más detalles sobre las vidas de los cuatro, como la patética carrera musical del padre de Bear, un rapero que está a punto de volver a sus pagos para hacer una presentación.
Sin embargo, algo extraño ocurre en la segunda mitad de la temporada. Algo que debería estar prohibido. Porque la serie entretiene y atrapa, pero a partir del quinto episodio se eleva hasta alturas insospechadas. Harjo y compañía se aprovechan de que su pequeño universo ya está establecido, para contar historias más pequeñas, pero mucho más profundas y personales, de algunas de las piezas de su ajedrez.
Cheese, por ejemplo, pasa un día entero acompañando al sheriff local en su trabajo. Willie Jack sale de cacería con su padre y siente la falta de su primo Daniel, que siempre los acompañaba en esas aventuras. El propio Daniel aparece en un flashback en el que conocemos más acerca de su muerte, aunque todas las pistas estuvieran sobre la mesa desde el comienzo. Y sobre el final de la temporada, que por suerte fue renovada y regresa en breve, veremos qué sucede con los planes de estos perros de la reserva.
Con todos estos condimentos deprimentes pero muy bien manejados, la serie también tiene grandes instancias de humor, como la visión recurrente que tiene Bear de un inútil guerrero que falleció en el campo de batalla un siglo y medio atrás, y lo hizo antes de poder enfrentarse con nadie. O los dos pequeños raperos en bicicleta que parecen salidos de Gummo (Harmony Korine, 1997).
Así como Thor: amor y trueno cambió en forma retroactiva lo que muchos pensaban del cine de Waititi, la segunda mitad de esta serie levanta a la primera y convierte al conjunto de los episodios en un bloque muy compacto de buena televisión, que además pone la lupa en un sector de la sociedad estadounidense no solamente marginado por el mundo audiovisual sino por el resto de la sociedad, y demuestra que las grandes historias pueden surgir en cualquier sitio.
Reservation Dogs. Una temporada de ocho episodios de media hora. En Star+.