A la hora de pitchear un proyecto –esto es, presentar una idea frente a una casa productora– se suele utilizar un esquema claro y reconocible para que rápidamente los posibles inversores entiendan qué estarán financiando. Parte de ese esquema es el concepto “meets”, es decir, utilizar dos ejemplos cuya supuesta unión hacen de tu idea algo identificable. Salta a la vista que cuando se presentó La noche más larga, de los guionistas Xosé Morais y Víctor Sierra, la idea fue Asalto al precinto 13 meets La casa de papel.
Así, la matriz de grupo variopinto encerrado que enfrenta unido una amenaza externa con pocas chances de sobrevivir (que en realidad no se inventó con la ya mítica película de John Carpenter, sino que deviene del legendario western Río Bravo) se cruza en esta oportunidad con las vueltas de tuerca inesperadas, las resoluciones casi siempre inverosímiles y la eterna búsqueda de la sorpresa de la más popular de las series españolas en Netflix.
La cosa comienza con Simón Lago (Luis Callejo), un siniestro asesino en serie que, por fin y en víspera de Navidad, es arrestado. Pero antes de ser detenido, Simón recibe una llamada de advertencia, a la que responde algo así como “ya sabés qué hacer”. Pronto entenderemos que el psicópata está muy bien conectado, cuando se lo derive, en vez de a una cárcel de máxima seguridad, a Baruca, un centro psiquiátrico alejado y no especialmente concurrido. Queda claro que allí Simón espera atravesar sus problemas con mayor facilidad, pero hay más actores involucrados en esta larga noche (sí, usé el título). Igual, no nos adelantemos.
El que entra de inmediato en juego es Hugo Roca (Alberto Ammann), el director del centro, que debe acudir al lugar para supervisar el ingreso del detenido. Como es Navidad y Hugo califica entre los peores padres del mundo, se lleva con él (a un psiquiátrico, en el medio de la noche, a recibir a un asesino) a dos de sus tres hijos. No ha terminado de hacer el papeleo de ingreso de Simón cuando ya han pasado dos hechos relevantes: uno, un comando paramilitar de asesinos a sueldo se presenta en Baruca, buscando a Simón a sangre y fuego; y dos, le llega un video de su tercera hija secuestrada por desconocidos que aseguran que si entrega a Simón a los sicarios, está muerta.
La solución de Hugo acaso no sea la mejor (ya pautamos que no es buen tomador de decisiones), pero es la que da fuelle e impulso a la trama: refugiarse en el pabellón de mayor seguridad donde, acompañado por un puñado de guardias y los internos más peligrosos, presentará batalla a los paramilitares.
Así, la serie de Morais y Sierra no da descanso. Episodio a episodio (de los seis que la componen por el momento), el espectador no tiene respiro y se sorprende ante los giros de la trama, los flashbacks que reposicionan a tal o cual personaje, los diferentes momentos de esta violenta partida de ajedrez entre los sitiados y los sitiadores.
No conviene nunca cuestionarse nada de lo que está ocurriendo o poner en tela de juicio las decisiones de sus protagonistas. Además del entretenimiento, ayudan a esto varios personajes muy interesantes, como el alucinante Cherokee de Daniel Albadarejo, la recia guardia Montes de Sabela Arán o el conflictuado atacante que compone el veterano de mil batallas Roberto Álamo.
Una advertencia para culminar: estos seis episodios no componen la serie toda. La noche más larga es tan larga que lo que puede verse hasta el momento alcanza aproximadamente a una hora después de la medianoche, así que falta mucho para el amanecer. La apuesta de los realizadores españoles fue conquistar a la plataforma y su público con una primera partida de episodios que habilitara la producción de su segunda mitad (y supongo yo que final, pero uno nunca sabe). Hasta el momento seguimos esperando por la confirmación.
La noche más larga. Seis episodios de 50 minutos. En Netflix.