El partido del disfrute de un producto audiovisual (bueno, de un montón de cosas) se juega en la cancha de las expectativas. Una serie decente puede parecer malísima si nos “vendieron” la segunda llegada del Reino. Por supuesto que los productores suelen ser los primeros que, en un tráiler, seleccionan no solamente las mejores imágenes, sino también los mejores comentarios de entre un montón de gente que experimentó cosas muy distintas.

En la serie de hoy el problema es el pedigrí. Junji Ito Maniac: relatos japoneses de lo macabro llegó a Netflix con un título extenso, encabezado por el creador de las historias que fueron adaptadas en forma de animación. Junji Ito es un artista de manga plenamente identificado con el horror, capaz de dibujar viñetas que les revuelven los intestinos incluso a los que no sufren de tripofobia. De hecho, me animé (juego de palabras no intencional) a ver esta serie casi como una apuesta, a ver cuántos episodios soportaba antes de dejarla y poner Bob Esponja en Paramount+.

Sin embargo, pasaron los 12 episodios, con un total de 20 historias, y este cobarde certificado (aunque sin título) soportó bastante bien la faena. ¿Eso significa que la serie sea menos recomendable? No. Pero no esperen enfrentarse a imágenes que los obliguen a dormir con la luz prendida. Manejen las expectativas.

Esto queda de manifiesto especialmente en la primera historia. Sí, en una antología de relatos macabros, uno de los ejemplos menos macabros es el que eligieron para comenzar. Son 25 minutos entretenidos, con una familia extraña y un vómito de ectoplasma, pero el resultado final se acerca más a un episodio de Los Locos Addams que a cualquier película o serie que busca asustarte.

Con la brújula corregida, continué viendo los episodios, que fueron aumentando en truculencia, y casi todos conteniendo al menos una imagen, una escena que nos recuerda qué mente retorcida está detrás de todo esto. Puede ser un monstruo encallado, una rata atrapada en una mata de pelo o una mujer que se arranca la piel de la cara, pero dentro de una narrativa convencional y con una animación esperable para un producto de Netflix. Sería muy caro lograr el nivel de detalle de los dibujos que sirvieron de inspiración.

De hecho, la mayoría de las historias escapan al modelo clásico del terror con vueltita de tuerca o con castigo. Junji Ito no es Alfred Hitchcock ni el Guardián de la Cripta. Por lo general, el que las hace las paga, es cierto, pero es difícil encontrar villanos en muchos de los cortos. Personas inocentes se enfrentan a amenazas sobrenaturales... que resultan ser más poderosas que ellas. Pueden ser estatuas vivientes, alter egos del mundo de los sueños (como en un episodio reciente de Rick and Morty) o un globo gigante del que cuelga una horca. Cierta imaginería del suicidio está presente en esta temporada y es lo único que hace que no me resulte tan sencillo recomendar esta serie a un público adolescente, más proclive a ciertos miedos por no haber enfrentado aún el mundo laboral y otros terrores.

Como mencioné al comienzo, la truculencia y el body horror aumentan con el correr de los episodios (me gustaría hablar con el encargado de ordenarlos). Hay exponentes muy compactos, como la historia de la ciudad en donde surge una tumba en el lugar exacto en el que muere cada persona, o la fotógrafa que se encuentra con Tomie, uno de los personajes más conocidos del japonés. También hay otros, en los que parece que el tiempo no hubiera alcanzado para redondear la historia, aunque la truculencia no haya faltado.

Al final, los cuentos animados terminan acercándose más a los segmentos más oscuros de Historias asombrosas, aquella serie antológica creada por Steven Spielberg que adaptó varias de sus ideas. Si van con esas expectativas, es probable que disfruten el viaje, y que procuren conseguir algún manga de Junji Ito para, ahí sí, terminar durmiendo con la luz prendida.

Relatos japoneses de lo macabro. 12 episodios de 25 minutos. En Netflix.