El brutal asesinato de una agente de bienes raíces pone a toda una comunidad de Nueva Inglaterra en estado de alerta total. O debería hacerlo, pero, como descubrirá Tom Nichols (Benicio del Toro), las cosas en este lugar corren por dentro; no estallan ni están siempre a la vista. Como indica el título, nada es lo que parece: todos tienen pieles para cambiar y así asumir una segunda identidad o vida.

El propio Nichols hace algo parecido al refugiado en esa ciudad –tranquila, supuestamente– junto a su esposa Judy (Alicia Silverstone), luego de verse envuelto en un asunto de corrupción en su residencia anterior. De hecho, por largo rato la relación de Nichols con el dinero es curiosa. Parece tenerlo en abundancia (planea reformas constantes en su hogar y mudanzas) y atribuye su prosperidad a las constantes horas extras, pero lo cierto es que todos los policías de este relato parecen estar sorprendentemente bien pagos.

El asunto que importa, de todos modos, es otro: el asesinato de Summer Elswick (Matilda Lutz), una joven agente de bienes raíces que trabajaba junto a su novio, Will Grady (Justin Timberlake), en la empresa de la madre de este (Frances Fisher). Encontrada muerta en una de las casas que mostraba, víctima de más de 30 puñaladas, el caso pone a Nichols en la pista de varios sospechosos. Lógicamente, el novio (por aquello de que la pareja suele ser culpable), aunque no hay nada que indique que este tuviera motivos. Luego, el entorno se amplía y aparece un marido próximo a ser ex (Karl Clusman), un vecino resentido con los Grady (Michael Pitt) y un asunto de drogas que surge repentinamente. Y no olvidemos lo anterior: nadie es lo que parece ser, quizá ni siquiera el propio protagonista.

El salto del director Grant Singer al largometraje (su experiencia previa abunda en videoclips musicales) es una gran sorpresa. Su mano en el timón es siempre firme y la sensación de incomodidad, tensión (digna del mejor thriller de suspenso, aun en momentos en los que aparentemente nada debería intranquilizarnos) y permanente estado de alerta es lo que caracteriza el tono del relato. Esto, sumado a grandes contribuciones del elenco, hace de Reptiles una película oscura y que parece escapada de una época más interesada en la construcción del relato –verosímil, pausado, realista– y enfocada en construir aquello que viene a contar y nada más.

Volviendo al elenco, se trata de un gran rol protagónico para Del Toro –quien oficia además de productor y mete mano en el guion junto a Benjamin Brewer y el propio director Singer–, cargado de matices y a la altura de su enorme talento. Pero no está solo, dado que los principales contrapuntos lo acompañan en cada escena importante, demostrando el espesor narrativo que aportan los buenos secundarios. Timberlake y Silverstone han dejado muy lejos sus roles de cantante o estrella adolescente y entregan las que podrían ser sus mejores actuaciones hasta la fecha. Sumemos un nutrido elenco secundario a cargo de Ato Essandoh, Domenick Lombardozzi (quien nos hace recordar, emocionados, a The Wire), Mike Pniewski y un imponente Eric Bogosian, y tenemos un reparto sin un solo punto flojo.

Magnética, efectiva y, por sobre todo, muy bien construida, Reptiles seguramente pasará desapercibida para muchos por tratarse de “otro estreno de Netflix”. Pero aquellos que aman los policiales –o las películas bien escritas– harían mal en perdérsela. Es, probablemente, de los mejores estrenos que nos quedan antes de fin de año.

Reptiles. 136 minutos. En Netflix.