Si hablamos de animación cuadro a cuadro, esa que consiste en mover figuras de arcilla (u otro material) un milímetro, sacarles una foto, moverlas otro milímetro, sacarles otra foto, y así ir generando la sensación de movimiento, un nombre de referencia es el de los estudios Aardman. Solamente de imaginar el trabajo de ir moviendo de a poquito las figuras me da un pico de ansiedad.
Aardman, que hace poco fue noticia por la falta de materia prima para sus películas debido al cierre de la fábrica que hacía su arcilla especial y tuvo que aclarar que la producción no corría riesgos, obtuvo uno de sus mayores éxitos allá por el 2000 con el estreno de Pollitos en fuga. La película tenía a las habitantes de un gallinero como reclusas en una especie de campo de prisioneros, y la llegada de un gallo aventurero llamado Rocky era el disparador para que junto a la gallina Ginger elaboraran el plan de fuga más esperanzador hasta el momento. Era eso o quedar a merced de la villanísima señora Tweedy.
Pasaron 23 años y las aves de corral regresaron en una nueva aventura, Pollitos en fuga: el origen de los nuggets, que acaba de sumarse al catálogo de Netflix. Se trata de una secuela en todos los sentidos, ya que continúa la historia de los dos protagonistas y sus secundarios, con muchos elementos que hicieron popular a la primera parte. Me estoy adelantando, pero no esperen gran originalidad en la propuesta.
Los animales que lograron escapar en la primera película construyeron una suerte de utopía gallinística en una isla de la campiña del norte de Inglaterra. La vida de nuestros dos protagonistas se ve sacudida por la llegada (la eclosión) de Molly, una pollita que parece tener la inteligencia de su madre y la valentía de su padre. Pésima combinación cuando lo que ellos y el resto de las gallinas quiere es permanecer aislados del resto del mundo, en especial de las granjas.
De nuevo, aquí todos los elementos característicos de las historias de Aardman se unen para construir una aventura que es capaz de entretener a toda la familia. En primer lugar está la animación: los momentos íntimos y los de acción están realizados con la mejor calidad, y si la ven en su idioma original notarán la calidad con la que las bocas acompañan los parlamentos.
En cuanto al contenido, se combinan en gran forma las escenas de golpe y porrazo, aquellas que incluyen artilugios (en Aardman aman los artilugios) y otras apoyadas por los diálogos, en los que abunda el humor inglés, con sutilezas que serán mejor captadas por los adultos de la casa.
Volviendo a las voces de la versión inglesa, la pareja protagónica fue sustituida. Ginger ahora es interpretada por Thandiwe Newton en lugar de Julia Sawalha, de quien se dijo que sonaba demasiado vieja para el papel (en la película no pasaron tantos años de una aventura a la otra). El otro cambio es mucho más sencillo de explicar, ya que en 2000 Mel Gibson era una estrella de Hollywood y no un paria con actitudes reprochables. En su lugar está Zachary Levi que... bueno, denle unos años y hablamos.
El gran cambio narrativo, contado por todas partes y explicitado dentro de la película, es que en lugar de escapar de un complejo granjístico diseñado para explotar a las gallinas, deberán entrar a un complejo granjístico diseñado para explotar a las gallinas. Algún integrante del elenco terminará allí metido en una Barbieland de las aves, en un mundo feliz como el de esa novela cuyo título no recuerdo, y será misión del resto ingresar al rescate con habilidad y astucia.
Todo es divertido y corre muy ágil, pero queda la sensación de que no hubo grandes riesgos creativos, al menos en la construcción del guion, y se optó por un enemigo que termina siendo demasiado familiar. Los escenarios y los personajes son, como dije, de primer nivel, pero tampoco parece que haya una gran escena que quede en la retina para siempre. Lo importante es que todo lo que le pedimos a un divertimento familiar está y desde la comodidad del sillón del living.
Pollitos en fuga: el origen de los nuggets, de Sam Fell. 98 minutos. En Netflix.