Producida y estrenada con muy poco ruido por la cadena Peacock, Twisted Metal es una gran, gran sorpresa. La saga de videojuegos que adapta se remonta al ya lejano 1995 y se expande hasta nuestros días en ocho entregas oficiales (la última de 2012) y dos spin offs. Su trama es por demás sencilla: en un futuro no muy lejano existe una competición para todo tipo de vehículos armados hasta los dientes, en la cual el jugador deberá correr y combatir a muerte a todos los demás.

Un esquema muy simple –jugable antes que nada, podríamos decir– que se fue apenas complejizando en las diferentes entregas, sumando algún que otro personaje (jefe final a vencer, sobre todo) con características particulares, y muy eventualmente agregando el contexto posapocalíptico que ahora adapta la serie de televisión. No mucho más que conducir, disparar y destruir a los rivales en una serie de carreras cada vez más complejas, Twisted Metal tiene el potencial de una tabula rasa para ser adaptada, un cuaderno en blanco que les permite a los creadores Rhett Reese, Paul Wernick y Michael Jonathan Smith desarrollar su relato bastante libremente y, por fortuna, de manera muy divertida.

Estamos, entonces, en los tiempos posteriores a una debacle que ha transformado el mundo (o al menos Estados Unidos, que, como de costumbre, es lo que vemos) en uno al estilo Mad Max, donde las pocas comunidades o ciudades que quedan están cerradas al exterior mientras afuera sólo hay devastación y dementes asesinos de todo tipo. Aquellos que viajan de ciudad en ciudad se llaman a sí mismos lecheros y son una suerte de término medio entre los civilizados que quedan dentro de las ciudades amuralladas y los salvajes del exterior.

Entre estos lecheros se destaca John Doe (Anthony Mackie), un amnésico que tan sólo tiene a Ev3l1n, su automóvil, su habilidad al volante y un set de reflejos rápidos capaces de salvarle la vida. La oportunidad se pinta calva para John cuando Raven, la alcaldesa de Nuevo San Francisco (Neve Campbell) le hace una tentadora oferta: atravesar lo que alguna vez fuera el país y obtener un paquete misterioso en Nuevo Chicago. Una vez lo traiga de regreso, tendrá un lugar como ciudadano. La oferta no es de esas que se den todos los días y hacia allá va John. No tarda en cruzar su camino con el de Quiet (Stephanie Beatriz), que viene escapando de la persecución demencial a la que la somete el Agente Stone (Thomas Haden Church), autoimpuesto como ley en el mundo exterior, pero tan sádico y loco como el peor de los asesinos que manejan estos autos de enorme octanaje y cargamento armado.

La premisa no es, ni por asomo, la más original, pero Twisted Metal funciona muy bien a partir de sus personajes y la entrega de sus intérpretes (particularmente Mackey, que dota de carisma y simpatía a su John Doe; su coprotagonista Beatriz no hace nada demasiado distinto a la Rosa Diaz de Brooklyn 99). Hay un alto componente de violencia lúdica y, aunque es cierto que faltan algunos dólares por aquí y por allá, conforma un muy buen escenario de ciencia ficción, con atendibles secuencias de acción y un lindo recorrido y desarrollo para sus protagonistas.

Todo queda abierto para una segunda temporada (que ya se están demorando en confirmar más de la cuenta, digo yo) que propone nuevos escenarios y la celebración de un torneo que al parecer es muy importante en los videojuegos. Ojalá se dé.

Twisted Metal. Diez episodios de media hora. En HBO Max.