“Toda la vida fui movilero. Me gusta la calle, el barro, que me griten lo que me griten. Ese es mi elemento. En la calle uno trabaja con su propio universo”, dice Marcelo Irachet, el Negro para sus amigos. Pero en el momento en que habla con la diaria está lejos de ese mundo, en una silla con vista al pedregullo y los árboles de su casa de veraneo en el balneario San Luis, en plenas vacaciones.

Se disculpa y pide permiso para fumar; también para putear un montón, al final de sus sentencias. Una de las mejores es “lonja del orto”, que usa para contar dónde queda un pueblo muy alejado de todo. “Lo mío es básico”, dice. Habla de su modesta aunque cuidada casa, también de sus hábitos y de las cosas que lo hacen feliz: bajar a la playa un rato, hacer un asado, mantener el pasto bien cortado, mirar fútbol. Peñarol es su religión, aunque es respetuoso de las demás, “como debe ser”.

En 2022 le tocó de imprevisto asumir la conducción de la edición central de Telenoche, tarea que desempeñó hasta el final del año y que “le costó un poco”, aunque la sacó adelante con gusto. “El día que no me caliente, no puedo hacer más periodismo, y me caliento todos los días, cuando me olvido de un tilde o una coma”, reconoce sobre el ejercicio de su profesión de periodista.

“No me vengan con cosas raras”, acota cuando le digo, por ciertas cosas que comparte, que ahora a eso que cuenta le dicen “decretar”. La charla termina con una picada de papas fritas y maní y un whisky, que aceptamos después de un montón de buenas historias. Si fuera por él, los noticieros no deberían durar “mucho más que una hora”.

Tus abuelos vivían acá, en San Luis.

Claro. Yo amo este balneario. Vengo desde muy chico. Vivían cerca de esta casa, en la calle Barón de Río Branco. Mis papás tenían bazar y ferretería, y la zafra era la época de las vacaciones. Cuando mis hermanos y yo terminábamos la escuela, desde la primera semana de diciembre hasta fines de febrero, veníamos para acá. Disfruté mucho de un San Luis de hace 50 años, con el mimo y el cariño de los abuelos. Eran tres meses mágicos, con mucho campo y esas bajaditas a la playa donde se podía hacer fuego en las dunas. El abuelo tenía un parrillerito para calentar el agua. Tomábamos té y comíamos refuerzos de queso y dulce.
El arbolito de Navidad lo salíamos a cortar, y no era un pino sino un árbol de la cruz, que tiene espinas muy útiles para atar los chirimbolos. Después, el abuelo falleció y la abuela no aguantó los recuerdos y vendió la casa. Ese mismo día, yo tenía 17 años y dije: “Me voy a hacer un ranchito en San Luis”. Y lo hice. Y si supieras cómo compré el terreno, parece joda.

¿Cómo fue?

Estaba escuchando la radio y de repente el locutor dice: “Gánese un terreno en San Luis. Adivine: es un ave y tiene plumas verdes”. Llamo y digo: “¡La cotorra!”. “Ganó, señor”, me responde el hombre, que era un rematador público que tenía un programa en Radio Fénix.
Claro, lo que me había ganado era la posibilidad de comprar un terreno. Y lo compré, creo que eran 60 cuotas de 100 pesos. Mi padre me tuvo que acompañar para firmar los papeles.

¿Ya tenías algún trabajo?

Unos meses antes de cumplir 18 entré en Antel. Ahí estuve 42 años. Nada que ver con el periodismo. Era operario: instalaba y arreglaba los cables, andaba con canana, pinza, mameluco y cortante. Después me fui especializando un poco, pero a mí lo que me tiraba era la comunicación, no la televisión, todavía. Soy un agradecido: pude tener dos trabajos con los que llegaba a fin de mes, cosa que, particularmente en los medios, no siempre se da.

¿Por dónde aparece tu gusto por la comunicación?

Te hablé de mis tiempos en San Luis. Calibralo como quieras. Yo tendría 11, 12 años, aparecía el noticiero y el abuelo se sentaba a mirar la televisión y yo lo acompañaba. No sé por qué, pero me gustaba mirar los noticieros. Nunca me imaginé que iba a terminar trabajando en eso. Al principio me fascinaba la radio, me parecía mágica. Pensaba: “Deben ganar buen dinero ahí, pasan todo el día tomando café, escuchando música y diciendo alguna tontería”. Intenté empezar a trabajar en radio. Me costó un poco. Por intermedio de un vecino que tenía un pariente en El Espectador logré que me hicieran una prueba. Me dijeron: “Tenés condiciones pero te falta trabajar un poco la voz”. Aprendí locución en la Escuela de Declamación y me anoté en un curso de periodismo de Leonel Tuana. En aquella época no había nada de ese tipo en la educación pública. Al tiempo, surgió el curso de Técnico en Comunicación Social en la Universidad del Trabajo. Se inscribieron más de 500 personas y había cupo para 50. Me hicieron una prueba y quedé.

¿Qué informativo miraba tu abuelo?

El viejo miraba Telenoche con Carlos Giacosa. Te voy a contar algo que el otro día recordé de casualidad con uno de mis hijos y que hoy me parece increíble. Yo ya trabajaba en radio, pero comenzaba a pensar en hacer otra cosa. Resulta que un día voy a lo de un amigo que recién se había mudado y me invita a conocer su casa, que quedaba cerca de Canal 4. Me quedo pensando, y cuando termino la visita, digo: “Qué cerquita que está el canal. Me voy a imaginar que me tomo el 468 y me bajo en la parada como que vengo a trabajar acá, a ver qué se siente”. Y caminé esas cuadras hasta el canal. Esas cosas de adolescente que uno hace. Hoy me emociona recordarlo.

¿En qué radio estabas en ese momento?

En CX 44, creo que era Radio Color Panamericana. En ese momento se había convertido en una radio de noticias. Ahí aprendí mucho. Era tanda y noticias, nada más. Se había copiado una idea de Radio Reloj de Perú, pero no sé cómo sería allá. Una cosa es un departamento de 25 personas. Nosotros éramos seis y “hacé lo que puedas”.

¿Cómo producían las noticias?

Levante de radio, tele, de diarios, de cualquier lado, y al teletipo le sacábamos todo el jugo que podíamos. Teníamos sólo dos líneas telefónicas. Nos equivocábamos mucho. Pero todas esas carencias te preparan. Es como en una lucha. Si te entrenás bien en la nieve, después podés trabajar en cualquier lado.

¿Cómo se explica el ejercicio de tu profesión? Es un trabajo, con una remuneración, pero tiene algo más, ¿no?

El que cree que va a ganar guita haciendo esto está loco. Lo que puede hacer es llenar su corazón con cosas que le gusten y sentirse satisfecho íntimamente, y comerse un asado con la familia. Si te va bien. Si no, vas a compartir este trabajo con el de sereno o cualquier otro. Por lo menos, así es acá en Uruguay.

Aparte de eso, es una tarea que está siempre dando vueltas en la cabeza.

Sí, a mí me cuesta. Ahora en vacaciones, todas las mañanas me levanto, prendo el teléfono y voy directo a los portales de noticias. Los informativos trato de no mirarlos. No tengo redes, salvo una cuenta vieja de Facebook, y alguna noticia siempre te aparece. Y cuando estoy a punto de enroscarme con algo del trabajo me digo: “No rompas los huevos, andate para la playa” o “esa rama habría que cortarla, fijate”.

Foto del artículo 'Marcelo Irachet: “Las cosas no se pueden tapar por mucho tiempo; tarde o temprano, salen”'

Foto: Mara Quintero

¿Cómo empezaste en la tele?

Trabajé siete años en la Panamericana. Estaba cómodo. Al tiempo me empezó a picar el bichito de la tele. Primero me fui a trabajar en Canal 5; esto fue en 1987, 1988. Ahí trabajé con colegas como Daniel Bianchi, Silvia Pérez, Laura Daners, José Mansilla, Rosario Castillo, Fernando Vilar. Aprendí mucho de todos ellos.

Justo te iba a preguntar por algún referente o alguien importante en tu carrera.

Creo que todos mis compañeros. Alguien que me enseñó muchísimo fue el gordo Juan Andrés Cavalo, que falleció joven. Fue jefe de El Espectador y yo lo tuve de jefe en CX 44. Tenía una voz espectacular, pero además una capacidad de trabajo impresionante y un poder de síntesis brutal. Le debo mucho a él. Me rezongaba todo el tiempo, pero es lo que uno necesita a veces para aprender, o para reaccionar ante determinadas situaciones. De Daniel Bianchi siempre me maravilló que llegaba al canal doce menos cinco –el noticiero empezaba a las doce–, se ponía frente a la cámara y parecía que estaba laburando desde las seis de la mañana. Tenía una claridad y una forma de decir las cosas increíbles.

¿Cuando entraste al noticiero de Canal 4, quiénes estaban?

De gerente teníamos a un gran tipo que era Avedis Badanian. Estaban Jorge Arellano, Carolina García, Julito el Chato Silveira, y Bernardo Gitman era mi jefe. Yo empecé en Teledía. Trabajaba de mañana en el canal y a las dos me iba para Antel.

Y arrancaste de movilero.

Claro. Cuando empecé a trabajar no había celulares. Canal 4 fue el primero que tuvo un móvil de transmisión en vivo. ¿Y quién andaba en la vuelta? El Negro. La radio me dio una gran cintura para esa tarea, pero teníamos un solo móvil, así que se hacía de todo. Pasaba de una nota en Casa de Gobierno a una asamblea de Cutcsa. Conflictos, de todo tipo. ¡Las horas que me comí en el Ministerio de Trabajo! Naturalmente, los trabajadores, después de años de no poder hacer nada, después de la dictadura, estaban pudiendo empezar a reclamar. Los policiales nunca me gustaron. Me comí varias feas, pero iba cuando no había nadie más.

Después hiciste durante mucho tiempo móviles desde el Parlamento.

Sí, y después me instalé en Casa de Gobierno. Antes éramos tres móviles y hacíamos lo que venía. Con el tiempo me fui especializando. Trabajé con todos los gobiernos.

Hablando de eso, por acá cerca en San Luis está la casa donde veraneaba Tabaré Vázquez.

Por acá nunca me lo crucé, pero tuvimos una muy buena relación. Después de muchas notas, un chofer que tenía le comentó: “Irachet es vecino tuyo en San Luis”. Y después de eso, un día me dijo: “Yo me levanto a las cinco de la mañana, agarro un libro y me pongo a mirar el mar, después desaparezco”. Era un hombre de una sapiencia importantísima, siempre te dejaba pensando con algunas cosas que te decía. Yo toda la vida fumé, entonces daba todas unas vueltas para acercarme. El loco percibía un cigarrillo a kilómetros de distancia. Me decía: “No seas malo, Irachet”, para ver si cortaba con ese hábito. Un tipo bárbaro. Muy cálido en la charla, fuera del micrófono. Fijate que cuando gana la izquierda por primera vez la presidencia, el loco salió a hacer un agradecimiento pueblo a pueblo de Uruguay. En el canal me dijeron “seguilo a cada paso”, y te confieso que de todos los viajes que hice, es de los que recuerdo con más cariño. Hicimos casi 3.000 kilómetros en una semana, con dos o tres actos por día. Pasamos por Isla Patrulla, Malabrigo, Belén, Concordia, Pueblo Sequeira. Divino. Fue de las cosas que más disfruté de esta profesión. Además, no sé, para mí la gente del interior es más sana o está menos contaminada.
En esas vueltas, un día estábamos en La Paloma, Rocha. Este hombre no sé cómo hacía, pero al otro día iba a estar en Tupambaé. Ya era de noche, estábamos muertos. ¿Cómo llegamos? Me miraron mis compañeros como para matarme. Les dije: “No dormimos, seguimos de largo”, y llegamos a las seis de la mañana. Encima llovía a mares; no se veía nada por la ruta, se me cruzaron ciervos, jabalíes. Y cuando llegamos, muertos de hambre, nos recibieron en un boliche que era una casa común y corriente, con leche recién ordeñada y mortadela. De esas cosas no me olvido más.

¿Cómo viviste la crisis de 2002?

La viví como deudor en dólares y como periodista. No tengo ni idea de la cantidad de actos de AEBU que hice. Con Juanjo Ramos [dirigente sindical fallecido en 2007] ya éramos como hermanos; hablaba con él todos los días. Me pasaba de banco en banco. Y después, largas esperas en el Ministerio de Economía; estaba el Flaco [Alejandro] Atchugarry de ministro. El tipo estaba desde las siete de la mañana ahí y eran las once de la noche y seguía ahí adentro. Un tipo fuera de serie. No solamente por lo que trabajaba; lo respetaba todo el sistema político.

¿Cuánto cambió el periodismo?

El avance tecnológico cambió todas las áreas y todos los oficios, por ejemplo, con la incorporación de las redes. Yo no tengo, me resisto, pero hay que relojearlas. Antes, el archivo estaba en una carpeta con papeles. Hoy está todo en un celular. Yo creo que cambió para bien, pero es como todo; un cuchillo bien afilado puede servir para hacer un asado o para otra cosa. Hoy los gobiernos, los políticos, informan por las redes.

La forma de hacer política también cambió entonces.

No sé. Lo que sí creo es que está muy claro que hay dos bloques políticos enormes. No solamente en Uruguay, sino en gran parte del mundo. O sos de un lado, o sos del otro. Acá también está pasando, y parece que es algo que llegó para quedarse. Por suerte, pese a los conflictos y enfrentamientos, en Uruguay todavía existen ciertos puntos de acuerdo y que no son sólo para la foto. Está muy enfrentada la cosa y este año va a ser brutal, pero creo que Uruguay todavía no tiene una grieta.

Se podría decir que 2022 para vos fue un año bastante agitado. Salió Daniel Castro de la conducción del informativo y te tocó asumir ese rol. ¿Cómo fue ese momento?

Son cosas raras que te pasan en la vida. Fue muy traumático. Como en todos los momentos de cambios que hay en las empresas, hay compañeros que quedan por el camino y se corta un vínculo. Y ese mismo día me llamaron y me dijeron clarito: “Negro, entramos en un proceso de reestructura en el que venimos trabajando y necesitamos que te hagas cargo del noticiero hasta fin de año”. Y fui medio asustado. Mirá que no es changa estar dos horas y pico ahí.
Fueron dos días de estar un poco apretado, pero me acostumbré y te diría que hasta me gustó, me sentí bien, y creo que cumplí correctamente con el trabajo.

Desde algunas tiendas políticas se dice que el gobierno tiene un blindaje mediático. ¿Cuál es tu mirada sobre eso?

Es parte del juego político. Yo creo que no lo hay y tampoco lo hubo antes. No siento que se escondan cosas, o grandes cosas. No creo que haya un gran blindaje mediático. Las cosas no se pueden tapar por mucho tiempo; tarde o temprano, salen. Además, yo soy de la idea de que cuanto más claro seas, mejor te va a ir desde el punto de profesional y también comercial.

Las vacaciones que te tomaste este año son diferentes de las de siempre. Dijiste hace poco: “Estoy analizando si cambio mi vida o si me quedo en la redacción”.

¿Sabés qué pasa? Hay un momento para todo en la vida. Tengo 62 pirulos. Me siento espectacular. Ahora, la vida se va. No quiero eternizarme en un lugar. Por ahí voy a extrañar, pero hay otras cosas por hacer. Es un momento en mi vida en el que puedo elegir. Tal vez otros no tienen esa posibilidad. En el canal no quieren que me vaya, me han ofrecido seguir en Telenoche, hacer algún otro programa. Hoy voy a elegir, capaz que me pongo a estudiar teatro o guitarra. Es algo que vengo meditando desde hace tiempo. Si me jubilo, como decía mi abuela, “para los medicamentos me alcanza” y para un asado también. Y no preciso nada más. Tranquilazo, estoy viendo si puedo alinear el corazón con la razón.