Ocurre con bastante frecuencia que los autores nacionales de literatura infantil y juvenil publican sus obras fuera del país. El señor Waldemar no es el primero de Horacio Cavallo fuera de fronteras (Poemas para leer en un año salió en la editorial argentina Calibroscopio y El marinero en el canal de Suez en Pípala, ambos junto con el ilustrador Matías Acosta, y El pequeño vecino del señor Trecho en Edelvives de México). Incluso en la editorial que acaba de sacar de imprenta esta nueva obra, la rosarina Libros Silvestres, Cavallo había publicado en 2020 Fábrica de escalofríos. 10 millones de poemas para combinar temblando, con ilustraciones de Tati Babini. Todo esto para decir que es una alegría inmensa que sea posible tener ejemplares en una librería montevideana, ya que, es sabido, muchas veces los avatares de la llegada de estas obras son complejos y algo lentos.

Hay algo en el distanciamiento del punto de vista del narrador, del registro lingüístico, de ese “señor” que elige Cavallo para nombrar a su personaje, que coloca la historia, desde el vamos, en un espacio y un tiempo ajenos, acentuando la ficcionalidad; una lejanía que quizá remarque que la humanidad del personaje no hace necesario que lo reconozcamos como un vecino para saberlo cercano. Un “tiempo de antes” que recuerda otras lecturas –en mi caso, es inevitable, por alguna razón misteriosa, que acuda a la memoria El león feliz en África, de Luisa Fatio e ilustrado por Roger Duvoisin, que acompañó mi niñez– y que, evidentemente, señala la edad del protagonista y el mundo que recuerda y añora.

El señor Waldemar, aunque es bien poco lo que conocemos a ciencia cierta sobre su vida, es un anciano –por lo menos, un señor de mediana edad con un hijo en edad adulta que vive desde hace años en el extranjero– y vive solo en una ciudad que podemos imaginar pequeña, amable para el caminante. Tiene una rutina que consiste en caminar y dibujar lo que ve en el que solía ser el cuarto de su hijo. Lo que ocurre en estas páginas es que un paseo común y corriente se transforma en una aventura extraordinaria bajo los oficios del viento (que roba sombreros, y otras cosas). Hay, aunque levemente, sin ahondar en el sufrimiento, cierta clave pesadillesca, en la medida en que cada cosa que se vuela cuesta mucho recuperarla, y en la repetición, que a su vez da ritmo a la acción y pone en contacto al personaje con otros.

Lo que, entonces, el viento –y la precisión narrativa del autor– depara es un mecanismo de relojería en el que cosas más o menos redondas, de distintos colores, vuelan por los aires ante la vista atónita del resto y provocan desesperadas búsquedas. Es interesante esa mirada coral, caleidoscópica, que, medio vaga, medio indiferente, mira e intenta interpretar lo que ve. Cavallo no puede evitar que haya poesía en lo que escribe –en el caso de que lo intente–, y en estas intervenciones de los otros se brinda en una mirada entre risueña y extrañada que se dejan llevar los eventuales espectadores.

Hay, en esta pequeña aventura inesperada, una honda mirada a la vejez y la soledad, y a cierta confusión en la que parece estar el protagonista, que de tanto perseguir cosas que se vuelan o animalitos que se escapan pierde la noción de dónde está. Pero no carga las tintas ahí, sino que le dirige una mirada piadosa y cercana, tanto como los personajes que acompañan su viaje.

Al caer la noche, y con la aparición del último volador, la mariposa, vuelve al principio: el regreso a casa y a la rutina. Y ya se imagina en esa labor metódica y cotidiana de dibujar el mundo en la pared. Su mundo, el de todas las cosas que se cruzan por su camino.

El señor Waldemar, de Horacio Cavallo y María José de Tellería. Libros Silvestres (Rosario, Argentina), 2023. 40 páginas. $ 690. En venta en librería de Banda Oriental (a la entrada del teatro El Galpón).