Una profe de Literatura me enseñó a escandir versos. Ese puñadito de reglas con las que en la adolescencia me asomé a la poesía me fascinó, entre otras cosas, porque eran una herramienta que me permitía entenderla en su dimensión temporal: el ritmo, la sucesión, la partición, la musicalidad. Poemas para leer en un año juega con tres estructuras de versificación muy pautadas y con extensa tradición: el haiku, el tanka y el limerick. Sobre esa base métrica precisa construye una serie de poemas que organiza en torno a distintas maneras en que ordenamos el tiempo: los días de la semana, las estaciones del año y los meses. De esta manera, en esas 48 páginas se condensa todo un año en 101 versos en los que, ceñido por los límites de la brevedad, Cavallo abre el juego de buscar la palabra justa para decir en un recorrido por las sensaciones y los significados que evocan los días, las estaciones y los meses.

Pero esa búsqueda no es sólo lingüística: aunque, por supuesto, podrían volar de la página y adquirir vida propia, puro signo, cada poema funciona en pareja indisoluble con la correspondiente ilustración. En este libro se vuelve a juntar una dupla autoral que en cada trabajo conjunto se consolida. Es notorio que Cavallo y Acosta se entienden a la perfección, que tienen sensibilidades y estéticas similares, y esa convergencia se plasma en cada página, en la que el poema encuentra sentido en la ilustración y viceversa, como espejos, como eco. Las ilustraciones toman la letra en su materialidad como forma: una ese inclinada es un barco, una jota esbelta es la elevada torre de un vigía, una eme sin serifa es un perro. Del mismo modo, puntos, rayas, comas, rectas y curvas componen un universo mínimo, en el que la expresión se alcanza en trazos sutiles y precisos, sin mucha vuelta.

Los poemas aluden tanto al transcurso acompasado del tiempo, a esa conciencia de la temporalidad que ofrece la segmentación en días, meses, estaciones, como a la tierra y el tiempo de la infancia. Hay versos para el tiempo de descanso y para el tiempo de clase en la escuela, para las hojas que caen y los árboles que florecen. Quizá el punto más alto sean los limericks, que apelan a los juegos de palabras, el humor y el absurdo (como debe ser) y ponen en juego personajes, citas, por momentos una mirada entre extrañada y aguda. El amor, la aventura, el miedo, el goce de aquello que nos permite captar los sentidos están ahí, en un libro que nos recuerda en cada página que somos letra y que celebra que, en ese renacer que es la primavera, “los pájaros volvieron / a cantar en su idioma”.

Poemas para leer en un año, de Horacio Cavallo y Matías Acosta. Calibroscopio, Buenos Aires, 2019. 48 páginas.