Antes de convertirse en directora, la chilena Manuela Martelli tuvo una prolífica carrera como actriz, en la que protagonizó películas de reconocimiento internacional como Machuca (2004) y La buena vida (2008, ganadora del Goya a mejor película de habla hispana), ambas dirigidas por Andrés Wood (Noticia de un secuestro, 2022). Con 1976, Martelli debuta triunfalmente en el largometraje y ofrece una sutil pero potente evocación de lo que ocurría en su país tres años después de que Salvador Allende fuera derrocado. Su película es parte de una interesante ola de cineastas chilenos –Pablo Larraín (No, 2012), Patricio Guzmán (La batalla de Chile, 1975) y Sebastián Lelio (Una mujer fantástica, 2017)– que intentan darle significancia a la oscura época del pinochetismo.

La soberbia actuación de la protagonista, Aline Küppenheim, es la fuerza motivadora de este drama de suspenso hitchcockiano sobre una mujer de clase acomodada que se involucra en la resistencia contra la dictadura. Küppenheim Interpreta a Carmen, la refinada esposa de Miguel (Alejandro Goic), un médico del hospital de Santiago. Su cotidianidad apática transmite el cansancio de la vida que lleva; su mayor preocupación parece ser la redecoración de la casa de vacaciones cerca del mar.

Carmen es amiga del párroco local, el padre Sánchez (Hugo Medina). Él sabe que ella de joven recibió formación de la Cruz Roja como consuelo por no poder estudiar medicina (le fue negado por ser mujer) y discretamente le pide si puede atender al joven Elías (Nicolás Sepúlveda), quien tiene una herida de bala en la pierna. Para convencerla le asegura que el herido es un cura amigo, pero ella sospecha (aunque lo disimula) que es perseguido por los militares. Advirtiendo el espanto del gobierno y harta de la complicidad de su clase, Carmen accede a ayudar. Comienza entonces un especial vínculo con Elías y se nos mostrará la otra cara de una mujer que parecía adormecida.

La construcción del personaje de Carmen es brillante y la presenta como una mujer aparentemente desconectada del caos de su país; su propio esposo la describe con condescendencia como alguien con “la cabeza en las nubes”. Pero Carmen no carece de compasión y es una buena mujer: dona ropa a la iglesia y les lee a ciegos, y en general actúa con la culpa de la clase alta que siente que ayudando con pequeñas acciones puede limpiar su conciencia.

A partir de la decisión de ayudar a Elías, Carmen navegará en una atrapante ambivalencia: miente e inventa excusas para conseguir medicamentos, pero a la vez sigue con su vida acomodada (codeándose con los reaccionarios amigos de su esposo), que de a poco se irá resquebrajando. La clandestinidad de su cuidado a Elías atraviesa todos los sitios de Carmen, quien vivirá en carne propia la persecución y el acoso del aparato represivo chileno. La evolución de su personaje es lo más sobresaliente de la narrativa: su vida con sus nietos, sus ideas políticas (aparentemente nulas), sus consideraciones sociales y hasta su matrimonio se verán alterados.

El ritmo de 1976 es pausado, así como son apagadas la paleta de colores y la banda sonora. El suspenso y la tirantez instalados y la posibilidad permanente de que Carmen o Elías sean descubiertos nos mantienen atentos hasta el final. Como inquietante thriller con el terror de Pinochet de fondo, resulta mucho más que un simple relato sobre el despertar moral de un ama de casa burguesa.

1976. 100 minutos. En Netflix.