“Magia nunca fue la que corrió, por cierto. Magia es otra cosa. Punta de flecha fue. Rayo en un marco de computadora también”. Así comienza “Destino”, un poema de la uruguaya Nancy Bacelo, guardado en la primera página de Hay otros mundos pero vivo en este. Inés Guridi, más conocida entre sus amigos como Ino, adora ese librito con árboles en la tapa. Su ejemplar es el más elevado en una pila de libros, ubicados en una mesa cerca del equipo de grabación, que consiste en una computadora, un micrófono y una máquina de efectos marca Boss que heredó de Renzo, su padre, el cantante de Los Tontos.
Con esas herramientas compuso y produjo las canciones de Pasará, el primer LP de su carrera como solista, recientemente editado por Little Butterfly Records.
Una cuidada edición del Tao Te Ching desordena la pila de libros con un ángulo distinto y saliente: “Era de mi papá. Me lo recomendó especialmente. Él leía mucho a Felisberto Hernández y era muy fanático de la cultura oriental. Con este libro entendí por primera vez que la poesía es encontrar palabras para decir cosas que el idioma parece no poder abarcar. Cada vez que lo leo encuentro un significado distinto. Creo que una buena canción también tiene esa capacidad”, afirma.
De llamativa tapa verde, Los cristales soñadores, de Theodore Sturgeon, fue de su tío Daniel. Ino lo tiene a mano porque cree que la ciencia ficción “te saca del razonamiento normal y te aleja de lo obvio”. Hay otras publicaciones igual de atractivas y bien conservadas; en realidad son números de la revista Aquí Poesía, editados entre 1962 y 1963. “Esos se los robé a mi abuela Carmen”, confiesa.
“Ella y Nancy Bacelo se consideraban hermanas. Nancy nos regalaba unos afiches con gatitos cuando organizaba la Feria de Libros y Grabados. Yo crecí sabiendo de su faceta como gestora cultural y recién de grande supe que era poeta. Ella fue la que presentó a mis abuelos maternos antes de que se pusieran de novios”, relata. Los abuelos de los que habla son Carmen Echave y el escritor Mauricio Rosencof.
No hace mucho, Ino, que vive sus días trazando puentes entre sus aficiones artísticas, descubrió que si camina unas 15 cuadras desde su actual hogar puede llegar a la quinta que el filósofo y escritor Carlos Vaz Ferreira construyó junto con su esposa Elvira en 1918. Eso fue un tiempo después de que Fermentario se volviera su “libro de cabecera” y el mundo de los intelectuales uruguayos de principios del siglo XX se transformara en su nuevo entretenimiento: “Así llegué a Julio Herrera y Reissig y a la poesía de María Eugenia Vaz Ferreira, a la que trataban de loca, y terminé obsesionada con Carlos Vaz Ferreira y sus ideas de la modernidad”.
Te encontraste con gente parecida a vos.
Sí. Yo hago música porque siempre estuvo ahí cerca. Tal vez en otra época hubiera sido una pensadora o una filósofa. Esta charla la tuve hace poco con un amigo. Yo soy fan de leer, investigar y preguntarme cosas. Lo que hago puede tomar diferentes formas, la de una canción, o un texto, pero eso es secundario. Puedo sonar como creída, pero me considero una intelectual antes que ninguna otra cosa. No nací queriendo ser cantante, lo que yo quería ser era una periodista de la revista Rolling Stone. Es decir, siempre busqué saber tanto como los que saben mucho sobre un tema.
Por ahí tenés un libro sobre el cantante Hugo Cheché Santos. Me habías adelantado que en Pasará hay candombe y un milongón. ¿Esa es otra de tus nuevas inquietudes?
Ese libro lo conseguí ayer en mi librería favorita, que es la peatonal de Ciudad Vieja. Creo que los libros siempre me encuentran.
Lo que me pasó es que cuando escuché la música de Tallo [cantante y compositor tacuaremboense] estaba viviendo en El Pinar, recién llegada de Chile por la pandemia, y en su disco Atropellad2 encontré la mezcla perfecta entre el sonido uruguayo, algo de pop y algo propio de alguien de 26 años –él tiene 26, yo tengo 29– condensado en una música increíble y en un punto ilógica.
Entonces le escribí y le pregunté: “Bo, el imaginario de tus canciones está buenísimo. ¿Cómo hacés para escribir tus letras?”. Le expliqué, además, que yo estaba empezando a componer canciones en español. Me dijo que su fórmula la había encontrado leyendo y escuchando a los artistas uruguayos más cercanos a su entorno. Poesía de Tacuarembó, para empezar. Así llegué al libro Las milongas, de Washington Benavides, y seguí coleccionando imágenes, sonidos, plantas y especies que fueran sólo de acá. Básicamente me puse a buscar qué mierda es Uruguay y a preguntarme cuál es nuestro sonido.
Un gran desafío.
Total. Y es fascinante saber que podés encontrar una respuesta. Te puede llevar toda la vida. Creo que esa búsqueda se profundizó en mí cuando me instalé en El Pinar, con los pájaros, las flores, el pasto, la playa. Ahí empecé a sentir: “Yo acá quiero escuchar a Sylvia Meyer o a Santiago Chalar, no sé si estoy para un Daft Punk”. Y a la vez empecé a leer poesía.
Sos alguien que ha escuchado muchísima música y que sabe apreciar la diferencia entre un gran disco y el resto. ¿Cuánto te condiciona eso a la hora de hacer tus canciones?
Muchísimo. Me arruina la vida. Yo doy todo y más a la hora de crear una buena obra, y eso es todo un problema. Cuanto más individualista y más distinto pensás, es más interesante lo que sale, pero probablemente también sea más impopular. En mi adolescencia, después de leer mucho existencialismo y particularmente a [Friedrich] Nietzsche, me pregunté: “¿A qué viniste al mundo? ¿A cocinar, a hacer películas, a dedicarte a la arquitectura?”. En algún momento decidí que mi respuesta era: “Yo vine acá a mover la balanza para el lado contrario en el que normalmente se mueve”. Y para mí eso es lograr una obra musical que no sea nada parecida a lo que el público promedio puede esperar; eso implica lidiar con una fuerza contraria que es muy agotadora.
¿Cómo y en qué momento surge Pasará?
Me pasaron varias cosas. En 2019 yo estaba viviendo en Chile, donde me fue muy bien con mi proyecto Isla Panorama. En octubre de ese año saqué mi primer corte, “Días”, y enseguida arrancó el estallido social; bomba a dos metros de casa, empiezo a militar con mis amigos en Santiago y el disco queda en pausa. Viene la pandemia y me vuelvo para acá y ahí empiezo a definir lo que quiero hacer con mi música.
Hace poco subiste a Instagram un link de una playlist donde se puede encontrar mucha de la música que escuchaste y que te influyó a la hora de grabar tus nuevas canciones. Me llamó la atención encontrar Era el mismo, de Jorge Nasser.
Eso tiene toda una historia. Después de estar viviendo un año en El Pinar, me quedé sin plata y encontré un cuarto en la Ciudad Vieja. En ese momento mi razonamiento fue: “Si estoy acá, tengo que escuchar a Jaime, a Jorge Nasser, a Mariana Ingold”. Además, seguía enganchada con la música de Tallo. Así fue que volví a escuchar el disco 7 & 3 de Jaime, pero con mucha atención, y en “Esta noche” encontré la canción que me dijo: “Lo que vos querés hacer alguien ya lo pensó, tenés que ir para ese lado y juntar las máquinas con el candombe”.
Bajofondo hizo un intento con mayor cercanía al tango, Lechuga Zafiro tiene sus candombes con electrónica, pero yo estoy hablando de poner el corazón adelante: quería hacer un disco para que pueda cantar cualquiera, un disco popular. Y ahí es que me entero de que el bajista de 7 & 3 es Jorge Nasser.
Me encuentro con un amigo en un boliche y me dice que Fran Nasser [hijo de Jorge e integrante de No Te Va Gustar] tiene la [máquina de ritmo] Roland TR-707 que usó Jaime en 7 & 3. Abro el Whatsapp, le escribo a Fran, le cuento que estoy haciendo mi primer disco y le pregunto si me puede prestar la Roland. “Obvio”, me dice, con la mejor onda. Y además le comenta de esto a su amigo Francisco Etchenique [hijo de Gustavo Etchenique, célebre músico que grabó en discos de Roos], y entonces Francisco se convierte en mi batero y un día se le ocurre: “¿Y si le decís a Jorge Nasser que toque el bajo?”. Entonces, mi canción “Moras” la hice con la caja de ritmos de 7 & 3 y el que toca el bajo es Jorge Nasser.
Fue una cosa medio gitana grabar este disco.
Desde el comienzo y de forma natural, aparecen a lo largo del relato de tu vida personajes muy importantes de la cultura y la historia de Uruguay. ¿Cómo has lidiado con eso y con tu linaje?
Es algo que ha cambiado con el tiempo. Para empezar, no hace mucho me pasaron dos cosas importantes. Una es que se murió mi papá [en 2018] y la otra es que mi abuelo por parte de madre [Mauricio Rosencof] tiene 90 años y es mi familiar más cercano. Yo soy única hija y única nieta. Además, en febrero del año pasado mi tío Daniel [hermano de Renzo] falleció de un ataque al corazón y ahí me di cuenta de que soy la única que queda de la familia Guridi. Su pérdida la sentí como un segundo gran golpe, pero a la vez me permitió apropiarme de lo que soy.
Hasta no hace mucho trataba de negar todo lo relacionado con mi familia porque siempre me creí una artista con luz propia y entendía que no debía usar ese linaje a mi favor. Pero ahora que mi papá se murió y que mi abuelo está grande se dio vuelta la tortilla y puedo decir sin problemas que me siento totalmente orgullosa de ser hija de Renzo y nieta de Mauricio, porque tuve la suerte de ser heredera de dos personas que admiro muchísimo.
¿Te identificás con cierto radicalismo que expresaba tu padre?
Eso era un tema de él y su cabeza.
¿En qué te identificás con él?
Con el teflón. La historia es que todos en Los Tontos llevaban apodos y a mi padre le pusieron Teflón porque a él no se le pegaba nada. Yo me identifico con esa actitud. Siempre estoy dispuesta a escuchar y a cambiar, pero no tranzo con lo que no me representa. Es como una ética. Y eso también lo veo en mi abuelo. Mi padre hacía música luminosa, viniendo de un lugar oscuro, y yo me identifico con eso.
Después de la dictadura militar, Los Tontos trataban de divertir a la gente, de vestirse de colores, a pesar de que habían vivido los mismos horrores que el resto de la sociedad y que todas las bandas punks de la época.
Mi historia familiar es una tragedia griega. Algún día voy a escribir algo al respecto. Tuve una vida muy difícil. Por eso, también, durante mucho tiempo me negué a decir “Soy hija de o nieta de...”. La gente se hace la fantasía de que porque sos hijo de alguien conocido tenés una vida más fácil. En mi caso fue exactamente al revés. Pero, sin embargo, me interesa rescatar lo luminoso. ¿Qué hizo mi abuelo después de años de tortura? Hizo poemas para niños. Y mi viejo hizo Los Tontos y después Fachos Agogó, y se cagó de risa de todo. Yo me paro en ese lado de la vereda.
¿Cuáles son los recuerdos más lindos con tu viejo?
Uno de los mejores recuerdos que tengo es el de entrar en esta misma casa que vivo ahora, abrir la puerta de su estudio y sentir que sonaba “Foreign Affair”, de Mike Oldfield, o el disco Push the Bottom, de The Chemical Brothers, a todo volumen. Todavía puedo experimentar la sensación de subir las escaleras hasta ahí y ver a mi papá con todas sus computadoras y sus equipos, metido en su música.
Me acuerdo de quedarme acá de niña, donde también vivían mis abuelos paternos. Antes de irme a dormir podía escuchar música en un tocadiscos, pero con el sonido lo más bajo posible, así que me tenía que quedar bien cerca de los parlantes. Mi padre agarraba un disco en cada mano y me preguntaba: “¿Cuál querés escuchar hoy?”. Y era costumbre que fueran uno de The Cure y el Reggatta Mondatta, de The Police. Un día trajo la música de Kraftwerk y me dio como una especie de clase sobre quiénes eran esos tipos y cómo grababan. Eso me marcó muchísimo. Y otro lindo recuerdo es de cuando me enseñó a andar en bicicleta. Nos íbamos a andar a sus lugares favoritos del barrio: el Prado, el Jardín Japonés, el Museo Blanes; papá me hablaba mucho de la arquitectura industrial, del Art déco, eso le encantaba.
¿Quién fue tu tío?
Mi tío era un capo. Fue uno de los fundadores de Montevideo Comics. Estaba muy metido en el mundo del cine clase B, era pobre como la mierda. Cuando él arrancó, no era para nada cool consumir comics. Mi tío Daniel era parte de un grupo de tipos muy parias que escuchaban Depeche Mode y Madonna.
Después de la dictadura se hizo muy anarco. Y fue él quien dibujó la bicicleta en el primer disco de Los Tontos. Él me copiaba las propias películas, como Laberinto [1986, Jim Henson], y heredé toda su colección de vinilos.
Tu disco tiene una canción que se llama “La isla”. Una vez me contaste que un lugar así, o parecido, era parte de uno de tus sueños recurrentes.
Sí, de toda la vida. Tengo una fantasía muy desarrollada. Esa canción tiene que ver con varias cosas. Cuando la empecé a componer estaba investigando sobre la pintora uruguaya Petrona Viera. Todavía vivía en Chile y pensaba en volver para acá. Después me vengo a El Pinar y me pasa que me detengo en lo psicodélico que es Uruguay, en los colores de neón que tenemos, en el verde del pasto y en el fucsia de las santa ritas; la humedad del clima hace que nuestra flora y fauna sean lisérgicas. Y ahí es donde encuentro algo de lo uruguayo que para mí tiene perfecto sentido. “La isla” es un espacio mental, un lugar que no existe; es como un cuadro impresionista y tiene que ver con un futuro distópico en el todo vuelve a ser natural.
Cuando arrancaste tu carrera musical tenías al inglés Bryan Ferry en tu altar. ¿Todavía está ahí?
Considero que Bryan Ferry es de los mejores letristas de la música. En las canciones de Roxy Music están las mejores imágenes poéticas de amor y de vida. “Mother of Pearl”, por ejemplo, habla de esa sensación de estar en un baile pero sola. Cuando componés algo tratás de que la música que creaste pueda fluir con la letra que escribiste para esa canción, pero la mayoría de las veces terminás haciendo algo obvio. Lo más difícil es generar algún tipo de contraste.
Pasará, de Ino Guridi. Ocho canciones, 30 minutos. En Spotify y otras plataformas. El disco se presenta el sábado 30 de junio en Bluzz Bar. Abre Fede Morosini (Julen y la Gente Sola). Entradas a $ 300 en Redtickets.