Los recientes estallidos sociales en París –una ciudad propensa a ellos desde 1789 más o menos– le dan a este reciente thriller de Netflix un realismo y una carnadura que se complementa perfectamente con su buen hacer cinematográfico.

Podemos centrar nuestro punto de vista –y de partida– en un grupo de hermanos que serán a la postre nuestros protagonistas. Abdel (Dali Benssalah), un legionario que acaba de regresar al país, contempla la tirante conferencia de prensa que, en los cuarteles mismos de la Sureté, las autoridades realizan sobre la muerte de Idir, su hermano menor. Idir ha muerto en un episodio de violencia racial muy poco claro, que para colmo parece haber tenido a los mismos policías como homicidas. Cuando la conferencia de prensa llega a un muy poco satisfactorio fin, es su otro hermano, Karim (Sami Slimane), quien enciende la mecha de este barril de pólvora. Literalmente, puesto que arroja un cóctel Molotov desde la multitud. A partir de ese momento, de esa botella con mecha encendida que vuela por los aires, todo se irá al diablo y los hermanos, más el resto de los habitantes de este suburbio parisino colmado de inmigrantes, más nosotros los espectadores, viviremos sin descanso.

Ya desde esta primera escena, un virtuoso plano secuencia de más de diez minutos que presenta acción, personajes y la realidad en la que viven, queda claro que el director Romain Gavras –hijo de nada menos que Costa-Gavras, uno que sabía bastante del cine de denuncia social– está aquí para cumplir con al menos dos tareas. Una, plantear en las violentas horas de estallido, represión y resistencia la situación tensa de los barrios inmigrantes en Francia corporizados en la ficticia barriada de Atenea que da título a la película.

La otra, es la de la forma, que aquí toma prestado los mejores atributos del cine de acción, en el que Gavras demostrará un inmenso virtuosismo apelando a las mejores mañas del género, con muchas secuencias de tensión, enfrentamientos, persecuciones y peleas, echando mano de mucho efecto práctico y casi nada de CGI.

También está en su buen hacer que combinen ambos objetivos, y no cabe duda de que –aceptando que no logra mantener la misma tensión durante la hora y media que dura la película– sale bien librado.

La trama no tardará en incluir a un cuarto hermano, Moktar (Ouassini Embarek) y cada personaje tendrá su propio objetivo dentro del caos que crece minuto a minuto. Abdel tratará por todos los medios de que la situación se resuelva de la manera más pacífica posible, Karim está dispuesto a llegar a las últimas consecuencias para conseguir justicia y Moktar, un mafioso de poco vuelo y traficante de drogas, sólo buscará que su negocio salga indemne del relajo que le ha explotado alrededor. Se puede decir sin deschavar que ninguno de los tres va a salirse con la suya, al menos sin pagar un buen número de costos que vienen asociados a las largas horas de asedio policial a la que se someterá a la barriada.

Recordando la película danesa Shorta, en la que también se ficcionalizaba un alzamiento en una ficticia barriada de inmigrantes) y apoyándose en una gran labor de sus intérpretes (especialmente Benssalah, que brilla), Gavras toma el testigo de las películas de su propio padre y plantea algo que todos los seguidores de John Carpenter, Ken Loach o Roberto Rossellini sabemos bien: la crítica social puede ser también gran cine de entretenimiento. Y que la reflexión puede venir no sólo del tema candente puesto en el tapete, sino de la mano de una hora y media de tensa filmación que emula una represión en tiempo real.

Atenea. 99 minutos. En Netflix.