En una nota publicada por Movieweb el año pasado, el periodista Adam Delahoussaye menciona la relación entre el Pentágono (sede del Departamento de Defensa de Estados Unidos) y las películas del Universo Cinematográfico de Marvel. Señala que esta rama del gobierno ha prestado miles de millones de dólares en equipamiento militar (jets, uniformes, vehículos), tras leer el guion de cada película y considerar que “retrata correctamente a los militares”. Cualquier crítica o representación negativa es tomada como “incorrecta”.

Esto podría explicar, según el autor, cierto tufillo milicia friendly en las decenas de entregas que han desfilado por las salas de cine. Las aventuras coloridas de Marvel, más allá de presentar elementos corruptos dentro de las Fuerzas Armadas, jamás se cuestionan el papel de aparatos represivos que suelen contar con presupuestos exorbitantes, tanto en la Tierra como en otros rincones del universo (sin mencionar que la tecnología que permitió los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki es presentada como si tuviera origen extraterrestre).

Del otro lado de la verja comiquera, DC Comics estrenó en los últimos dos años un par de películas de superhéroes que cuestionan la política intervencionista de Estados Unidos en América Latina, y uno se pregunta si los ejecutivos de Warner Bros. las vieron antes de estrenarse (después de estrenarse tampoco es que las haya visto tanta gente; hay que adelantarse al chiste).

Tanto El Escuadrón Suicida (James Gunn, 2021) como Blue Beetle, que llegó hace pocos días a nuestra cartelera, son películas de acción con tipos que usan trajes extravagantes, hacen chistes y se dan roscazos para beneplácito de aquellos que compraron un refresco y un recipiente con pop, de esos que ahora vienen decorados con motivos de las películas en cuestión. Son entretenimientos pasatistas que buscan públicos amplios pero incluyen momentos de crítica.

El Escuadrón Suicida retoma un concepto creado en las historietas durante los 80: una rama del gobierno que recluta supervillanos y los envía a misiones con una altísima tasa de mortalidad, a cambio de potenciales reducciones en sus condenas. En este caso la misión era infiltrarse en una nación sudamericana cuyo gobierno filoestadounidense acababa de ser reemplazado luego de un golpe militar. La misión consistía en eliminar toda evidencia de un proyecto financiado por la Casa Blanca que llevaba décadas experimentando con humanos de aquel sitio.

Créanlo o no, en Blue Beetle, que tiene un tono más familiar y una violencia mucho más medida (es apta para mayores de 12 años), las referencias a la política exterior son todavía más directas. Tanto, que en dos oportunidades se menciona a la Escuela de las Américas, que entrenó en contrainsurgencia militar a quienes luego organizarían golpes de Estado y escuadrones de la muerte en el marco de la famosa Doctrina de la Seguridad Nacional. ¿Cómo les quedó el pop?

La referencia no es un easter egg, sino que es fundamental para uno de los villanos de la película, Ignacio Carapax (Raoul Max Trujillo), quien recibió esa instrucción. “No queríamos perpetuar el estereotipo de que hay latinos por ahí que simplemente nacieron malos, que no tienen excusas para sus acciones y que deben ser ignorados”, dijo el director Ángel Manuel Soto en charla con la Academia de Artes y Ciencias. “No digo que no haya gente mala, pero algo que nunca habíamos hecho en una película de Hollywood como esta era preguntarnos: ¿cuáles son las situaciones y los eventos que crearon a personas como Carapax?”.

“En esta película teníamos la oportunidad de hacer esa pregunta y explorar las respuestas. Por eso, aunque haya quienes descrean y lo debatan, el flashback que muestra el pasado de Carapax incluye imágenes de archivo del intervencionismo real de la Escuela de las Américas en Guatemala y América del Sur. Estoy muy feliz de que hayamos mantenido todo eso en el film”, dijo el director.

Por supuesto que una película de superhéroes debe tener otros condimentos para atraer al gran público, y Blue Beetle los tiene, más allá de que recorra la fórmula del “origen secreto” del personaje protagónico, que tantas veces hemos visto. Esta tercera iteración del bicho azul, nacida en las historietas en 2006 y posicionada como otra respuesta de DC Comics a Spider-Man (el héroe joven e inexperto, algo que en las historietas dejó de ser hace rato), permite jugar con algo que DC siempre hizo mejor que su competencia y es el concepto de legado. Aquí se menciona a los dos Beetles anteriores y queda la puerta abierta para explorar hacia atrás y hacia adelante.

Como marco tenemos otra ciudad ficticia que también es un sello de la casa: Palmera City, una suerte de Miami con aún más neón, a la que Jaime Reyes (Xolo Maridueña) vuelve después de graduarse. Su ruidosa familia de origen mexicano está siendo víctima de la gentrificación por parte de la empresa de Victoria Kord (Susan Sarandon), y su habilidad para meterse en problemas lo termina fusionando con un artefacto extraterrestre que le da habilidades superhumanas.

Las dos horas transcurren a buen ritmo, con un montón de elementos latinos, desde la música hasta las referencias a telenovelas de Thalía o al Chapulín Colorado. El énfasis está puesto en la familia y las raíces, con algún golpe bajo bien dado, y se discute el famoso asunto de “matar o no matar”. Como ocurre en tantas películas de Marvel, al comienzo el villano no parece ser más que la contraparte directa del héroe, pero la inclusión de los temas planteados al comienzo lo separa bastante del cliché. Y cuando fuerzas militarizadas irrumpen en la casa de los Reyes, la cinta refleja el terror que experimentan sus ocupantes.

El entretenimiento está garantizado para el público en general, pero se agradece el esfuerzo de Soto en darle unas cuantas manos extra de pintura a la historia. Algunas de colores brillantes y chillones, otras de colores oscuros que esperemos que hayan sido retirados del mercado.

Blue Beetle. 127 minutos. En salas de cine.

El legado del escarabajo

Si el concepto de legado es tan importante dentro de DC Comics, es porque desde que relanzó su segunda línea de personajes en la llamada Era Plateada de los Cómics y abrazó la idea de tierras paralelas, sus lectores se acostumbraron a que hubiera varios héroes compartiendo el mismo nombre. A veces en diferentes mundos, a veces en simultáneo y a veces “heredando el manto” (o la capa) de su antecesor.

En el caso de Blue Beetle, el personaje fue creado en 1939 y era Dan Garrett, un paladín que veía su fuerza aumentada por el consumo de una vitamina. Fox Comics vendió sus historias a Charlton Comics, que incorporó la figura del escarabajo místico que le daba poderes a Garrett. En 1966 creó una nueva versión del bicho azul, Ted Kord, que confiaba en sus inventos para combatir el crimen.

Charlton Comics terminó vendiendo sus historias a DC Comics, que transformó a Kord en un querible payaso, miembro de la Liga de la Justicia Internacional. Luego de su muerte (ya está mejor, quédense tranquilos), Jaime Reyes encontró al escarabajo y descubrió su origen extraterrestre.

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