El turbio y millonario negocio de los accidentes de tránsito y las indemnizaciones de las empresas de seguros, varias víctimas desvalidas, un abogado acabado pero rapaz, puertas de emergencia saturadas y médicos y policías corruptos, junto a un paisaje nocturno y un clima irrespirable retratado a través de una cámara ágil a la que poco le importa la calma del espectador. Todo eso es Carancho, un potente drama de 2010 recientemente añadido al catálogo de Netflix. Su director, Pablo Trapero, es uno de los mayores exponentes del cine de corte realista, responsable de dirigir otros varios éxitos (Elefante blanco, El clan), y su guion fue escrito por él junto a Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre (Argentina 1985).

Héctor Sosa, el ave carroñera de la historia, es un abogado venido a menos que perdió su matrícula para ejercer y acepta trabajar para una organización que estafa a víctimas de accidentes de tránsito con manejos tramposos con las aseguradoras. Gracias a sus contactos, Sosa recibe el dato de los accidentes y llega al lugar antes que nadie para ofrecer sus servicios legales en nombre de una inescrupulosa “fundación”. El circuito parece funcionar a la perfección: la víctima se lleva una ínfima parte de lo que paga el seguro, pero con la promesa de cobrarla rápido, mientras que los abogados se quedan con la mayor parte y una comisión para policías y médicos cómplices del fraude.

Sosa, como buen carancho, siempre anda rondando en busca de su presa y una noche ,en medio de un accidente, se cruza con Luján (Martina Gusmán), una médica recién llegada a Buenos Aires que atiende en la emergencia del hospital de San Justo. Sosa (magníficamente interpretado por Ricardo Darín) es un villano pero con corazón, uno de esos que parecen querer salirse del papel y liberarse de sus pecados. Como le ocurre a todo villano que busca la redención a través del amor, deberá enfrentar un conflicto entre su presente y su futuro.

En Carancho el drama se respira en las imágenes, y su opresiva fotografía es el perfecto puente para narrar paralelamente ambas historias: por un lado, el vínculo inesperado e íntimo que une a los protagonistas; por otro, la pobreza de los lugares retratados, la exposición del personal médico en hospitales colapsados y la angustia y vulnerabilidad de los abandonados por el sistema. La crudeza barrial y la atmósfera de desasosiego atraviesan a todos los personajes, incluso a Sosa y a Luján, que ensayan su propia historia de amor imposible: ambos están solos, cansados y abrumados, pero aun así logran encontrarse en medio de accidentes, salas de emergencia, mafias y podredumbre.

Carancho es áspero sonora y visualmente, una piña en el medio de la cara que, sin anestesia, hurga en lo más sórdido de uno de los mercados negros más grandes y corruptos. Un apasionante thriller que transmite la más absoluta desesperanza y una mezcla de denuncia social, asfixia e instinto de sobrevivencia.

Carancho. 107 minutos. En Netflix.