Santiago Giralt, uno de los directores jóvenes más interesantes de Argentina, se graduó en la Universidad del Cine y hasta ahora lleva dirigidos nueve largometrajes, tres en colaboración y seis en solitario (entre ellos Amorosa soledad, de 2008, junto a Inés Efrón y Fabián Vena). Es además guionista de todas sus películas, actor, productor y autor teatral. En su último trabajo, la coproducción entre Argentina, Uruguay y Chile Norma (filmada en Montevideo y Córdoba), incursiona con muy buen pie en el género de la comedia y nos trae una cálida película con la que rápidamente podemos empatizar.

Basándose en su propia novela inédita Señales de humo y apoyado en un elenco de lujo que incluye a Mercedes Morán (también coguionista), Alejandro Awada, Lorena Vega, Mercedes Scápola (hija de Morán), Marco Antonio Caponi, Elizabeth Vernaci y la uruguaya Mirella Pascual, Giralt dirige con sensibilidad la historia de Norma (Morán), una mujer de 60 años de clase acomodada con problemas de gente acomodada. De un día para el otro renuncia la empleada de su casa (algo similar le sucede al personaje de Luis Brandoni en Nada) y esto desata replanteos acerca de qué tipo de vida tiene. Norma, quien siempre parece tensa y algo neurótica, no está feliz con su matrimonio con Gustavo (Awada), la relación con su hija Inés (Scápola) es distante, no se habla desde hace años con su hermana (Pascual) y tiene una realidad monótona y agobiante.

Casualmente y en medio de esta minitragedia cotidiana y crisis de mediana edad (Morán es especialista en transmitir que está siempre a punto de explotar), Norma se acerca a la marihuana por primera vez y se obsesiona con ella; al probarla (venciendo algunos conflictos éticos internos) descubre que es capaz de reír y olvidarse por un rato de sus ataques de ansiedad, su paranoia de una inminente debacle y de la rutina de su aburrida vida doméstica.

El acercamiento de Norma al mundo canábico la hace renacer; mediante la construcción de su personaje potente pero a la vez vulnerable nos muestra su profunda metamorfosis: de esa mujer preocupada y tirante a poner foco en ella en un autodescubrimiento que imprime la sensación de empezar de cero.

La aparición de Judith (Vega), una psicóloga de terapias alternativas, marca una bisagra para Norma; el cambio empieza y no hay reversa. Ella revisa sus vínculos, los derrumba y los reconstruye; llega a la conclusión de que siempre ha vivido para los demás y que esos (un esposo ausente y una hija dedicada a su carrera) ya no la necesitan.

Norma transita por el duelo de dejar atrás una vieja vida, pero la buena dirección y el buen guion hacen que ese tránsito transcurra lejos de la melancolía y cercano a una liviana impronta de barajar y dar de nuevo, bajo un código de humor costumbrista y divertidamente enredado que convierte los dramas de Norma en situaciones tiernamente graciosas.

Resulta interesante la visión sobre el matriarcado que la rodea y del que ella es parte; el sostén de Norma para atravesar su renacer son las mujeres de su vida: su hija, su hermana, sus viejas amigas y Judith, la importante pieza de este puzle que la inspira para romper con los típicos moldes de pueblo del interior y con quien genera un poderoso vínculo de mutua ayuda.

Norma no se muestra pretenciosa; sabe que su función es entretener (y lo logra), mostrar complejidades familiares, tratar con naturalidad la homosexualidad, el deseo y la infidelidad y reírse un poco del statu quo y los mandatos sociales. Es el entrañable viaje de una mujer a vivir nuevas experiencias, nuevos vínculos e incluso un inesperado acercamiento a las drogas que viene a mostrarnos que siempre, sin importar la edad, se puede timonear y empezar otra vez.

Norma. 93 minutos. En Netflix.