La mayoría de los viejos clásicos animados de Disney, esos que han sido vistos por numerosas generaciones y que durante años movieron la industria de venta de los VHS, tenían tramas que no eran extremadamente complejas. Desde Blancanieves y los siete enanos, pasando por Cenicienta hasta El libro de la selva, nos encontramos con películas que presentaban a los personajes, al conflicto y lo resolvían con un moño en menos de 90 minutos.
En los últimos años el faro narrativo de la animación han sido las películas de Pixar (luego propiedad de Disney), con varias piezas móviles que se organizaban de tal modo que en los últimos minutos de la historia se cerraran todas las subtramas y nos tiraran una frase matadora para rompernos el corazón. Y, de paso, mostrarnos personajes que cada vez tenían más cabellos que se movían en forma independiente.
Demostrando que no existe una sola fórmula para contar grandes historias, acaba de estrenarse Robot salvaje (The Wild Robot), película animada escrita y dirigida por Chris Sanders, codirector de Lilo y Stitch, quien además había creado al personaje del simpático experimento genético varios años antes. Esta producción, que supera la hora y media pero se pasa volando, cuenta una historia sencilla, sin vueltas de tuerca extrañas, y tiene todo para convertirse en un clásico cuando pase el tiempo suficiente.
Basada en una novela de 2016, cuenta las aventuras de una robot humanoide que termina naufragando en una isla desierta, al menos en lo que a seres humanos se refiere. Programada para servir a la persona que la haya adquirido, deambula entre los animales en busca de un propósito, como uno de los Meeseeks de Rick and Morty, esos hombrecitos celestes creados para cumplir un propósito, inmediatamente después de lo cual desaparecen.
Después de aprender el idioma de los animales y experimentar algunas peripecias, ROZZUM 7134 (Roz para los amigos) termina adoptando a un ganso recién nacido como su “cliente”, aunque todos sabemos que terminará convirtiéndose en mucho más que eso. Porque así funcionan estas historias.
La misión estará claramente determinada, para que lo entiendan las audiencias de todas las edades; si hasta se muestran los íconos de alimentarse, nadar y volar, las tres cosas que el pequeño Brillo deberá aprender para no morir en aquella isla. Para eso, Roz contará con la ayuda del zorro Fink, que comienza como el típico personaje pícaro y de dobles intenciones, pero que en esta ocasión se irá ablandando al sentirse finalmente rodeado de gente que lo quiere.
El marco de Robot salvaje es bellísimo. Una vez más queda de manifiesto la importancia de las últimas películas animadas de Spider-Man para popularizar esta “animación de pinceladas”, si se me permite la expresión, que provee de texturas detalladas a los personajes, mientras que los fondos por momentos coquetean con el impresionismo digital.
El diseño de los personajes no escapa mucho de lo que podrían haber animado los Nueve Ancianos de Disney en su época de esplendor. Más allá de la robot, hay una gran cantidad de especies que deambulan alrededor de Roz, Fink y Brillo, aportando una buena cantidad de humor y especialmente una sorprendente cantidad de humor(cito) negro. En este marco de bichos que todo el tiempo pueden morirse, muchas veces a causa de otros bichos, hay un montón de chistes al respecto. Sobre todo los que giran alrededor de la mamá zarigüeya y sus crías, que no paran de bromear acerca de la muerte.
La historia tiene algunos puntos de contacto con Volando a casa, aquella película en la que Jeff Daniels debía guiar a docenas de gansos con su avión ultraligero para que sobrevivieran el invierno. Quizás en otros tiempos el tercer arco hubiera girado sobre la concreción o no del vuelo (que obviamente se concretará), pero aquí la cosa continúa unos minutos más, con nuevas escenas de acción y escenarios coloridos.
Si trazamos un paralelismo con Wall-E, otro clásico de la animación con un robot protagonista, aquí también veremos en qué anda la humanidad sobre el final de la cinta. Pero serán destellos, sobre todo, del mundo humano futurista y no de las personas, que aparecerán poco y nada, borrando todo riesgo de presentar diseños que anden cerca del valle inquietante. Ya saben, cuando quedan a medio camino entre la caricatura y la realidad y nuestro cerebro se pone muy nervioso.
La mayor sorpresa de esta película no es ninguna vuelta de tuerca, sino ver cómo pasan los minutos y descubrir que todo está en el lugar correcto, con el ritmo justo, y dibujado y animado de la mejor forma. Robot salvaje es mucho más que la suma de sus partes, y eso que la suma daba números grandes.
Robot salvaje. 102 minutos. En salas de cine.