La de En el corazón del río es una belleza que sacude, que incomoda. El hilo narrativo mantiene la lectura como una conexión tensa: imposible soltarlo, porque de leer depende conocer el destino de los personajes. Leer es mantenerlos ahí, dueños de la palabra y de la escena, escuchar su historia, tenerla presente.

Decir que es un libro sobre la migración es injusto: es y no es. Es ese, sí, el tema: dos niños –la narradora y su hermano pequeño– viajan escondidos en una camioneta a encontrarse con su madre, que está en otro país. Cruzar la frontera es el nudo del peligro y el viaje se tiñe, al mismo tiempo, de miedo y esperanza. Pero definirlo por el tema, sin más, como si fuera tan sencillo, es reducirlo a una sola de sus capas, de las interrogantes que plantea, del universo infinito que abre en su potencia poética.

La anécdota, lo que se puede transmitir en un breve resumen es que dos niños, Diana, la narradora, que está por cumplir 11 años, y su hermano pequeño, Juan, viajan en una camioneta, rumbo a la frontera, para encontrarse con su madre. Dejan atrás a sus abuelos, que se quedan en su país. Lo que Cavallo ofrece es el relato de un viaje a la vez particular y universal: un viaje singular en el que la voz de esa niña es la que escoge con precisión y delicadeza las palabras, la que se deja llevar por los sueños y la añoranza, la que dice y en el decir instaura sentido y se erige en sujeto que puede contar su historia; un viaje, a la vez, universal, que relata todos los viajes de miles de personas que intentan cruzar fronteras cada día.

“Me llamo Diana, / y cuando los árboles se queden / sin hojas, cumpliré once años”. Así empieza, en un presente que nos obliga a acompañar a la protagonista, que no nos permite ser ajenos a su historia y nos lleva con ella, y en el planteo de la certeza de un futuro que contrasta con la incertidumbre de la situación que se narra. Desde la mirada de esa niña, que es hermana mayor y asume un rol protector con su hermano pequeño, vamos reconstruyendo el viaje: de dónde vienen, a dónde van, qué llevan consigo. La potencia del texto está en el dejarse llevar como los personajes que viajan un poco a ciegas desde su escondite en la caja de la camioneta, guiados por el oído que les permite enterarse de lo que pasa afuera, mecidos por el movimiento del vehículo. El texto mismo también se coloca en una frontera: narración y poesía. Es la poesía la que va al rescate de esa voz silenciada, la que habita la risa, los sueños, las cosas que le enseñaba su abuela y a las que Diana se aferra para llevarlas consigo.

“Llevamos una bolsa de tela: agua / dulce, frutas, galletas y silencio. / Todos llevamos el silencio a flor de piel”, dice Diana cuando de la camioneta pasan a un bote en el que cruzarán el río que separa los dos países. La síntesis contrasta con la riqueza exuberante de los recuerdos que evoca hasta entonces la protagonista –palabras, recuerdos, deseos–: la implacable austeridad de lo concreto se resume en esos versos y se traduce en ese “silencio a flor de piel” que está cargado de significado, de todo lo que calla, lo que esconde. Esta segunda parte del viaje es colectiva: los hermanos se unen a otros, a los que no distinguen en la oscuridad de la noche, pero escuchan y presienten.

Lo que no se interrumpe es la conexión entre los hermanos, la palabra de la niña, como un hilo infinito que sostiene a su hermano chico, que sigue diciendo aferrándose a la vida y al futuro. Es necesario decir el miedo, decir la tragedia. Diana –y Cavallo– se juega por entero a decir, a mantener viva la voz. Hay dos tiempos: el de los hechos duros, datos que Cavallo va proveyendo de a poco, con la parquedad de lo concreto; y todo lo que sucede mientras tanto, lo que Diana recuerda, siente, piensa, sueña y lo que le pasa a Juan y ella pone en palabras. El tiempo de la palabra es ancho y –en un atinado juego de tiempos verbales– junta al abuelo trabajando en el campo con su padre, el sabor del chocolate, el sonido de la ocarina que Juan lleva colgada del cuello, la risa dulce como las ciruelas de Diana, los cuentos del tío Trecho.

La búsqueda poética, la apuesta por la imaginación y la evocación mantiene a Diana lúcida y a salvo, con el recuerdo de su madre como brújula: “Mi madre es una capa, larga como la / noche, que cubre las cajas que hay / encima de nosotros”. En todo momento, en lo terrible Diana encuentra un camino de salida, una luz. En ese ir y venir de la narración a la poesía, de la dureza de los hechos a la metáfora y la ensoñación, Cavallo instaura un universo en el que algún reencuentro sea posible.

Es imposible –además de vano– transmitir en esta página la experiencia de leer En el corazón en el río, porque en cada página hay un tesoro que encontrar. Mención aparte merece la ilustración que propone María Elina, que dialoga con la poesía de Cavallo y propone otras metáforas, otras lecturas, miradas desde otro lugar. Una ilustración en la que juegan los contrastes, las sombras, las combinaciones, el trazo a veces borroneado, y una precisión en el uso del color que estremece.

En el corazón del río no es un libro fácil de leer, pero es un libro necesario. Es, además, un libro para leer de a poquito, para volver a sus páginas. Tiene momentos de extraordinaria belleza y en el juego con la palabra encuentra su clave. Hay muchas historias en En el corazón del río además del viaje de Diana y Juan, que ya el título adelanta y condensa.

Se inscribe en un momento histórico, en una realidad que dos por tres nos golpea con fotografías desgarradoras de personas que mueren al intentar cruzar fronteras. La de un niño de bucito rojo en la orilla del Mediterráneo fue imagen icónica y la guardamos en la memoria. Este libro convoca a tomar conciencia de que cada día historias como esta están ocurriendo. Ahora mismo. Cavallo, además, sitúa este viaje en nuestro continente, esta América tan bella y desigual. “A veces creo que nosotros surcamos / también el mar, un mar lejano, / donde hombres, mujeres y niños / van de una tierra a otra, buscando / un amigo, una madre, una fruta de / nombres desconocido”, reflexiona Diana y la imaginamos, boca arriba en el bote, de cada a la noche, a las estrellas.

En el corazón del río también se inscribe en un universo literario en el que puede dialogar con otros libros que hablan de viajes en los que se deja todo atrás. Imposible leerlo y no pensar en la novela gráfica Emigrantes, de Shaun Tan, o en Migrantes, el libro silente de la autora peruana Issa Watanabe. Valga, entonces, también, como invitación a otras lecturas.

En el corazón del río, de Horacio Cavallo. 48 páginas. Muñeca de Trapo, 2024. $ 890.


Guerra y dictadura en el libro álbum

¿Cómo contar y transmitir la guerra en la escuela? ¿Cómo hablar a las infancias de hoy del terrorismo de Estado? El Árbol Lejano (Libertad 2680 esquina Cavia) propone un taller, a cargo de Lucía Rosmarino (profesora de Literatura, dedicó su tesis de maestría en Literatura Infantil y Juvenil al tema de la representación de guerras y dictaduras y a las posibilidades de transmisión en el libro álbum), en el que se abordarán conceptos como la pedagogía de la memoria y la transmisión: qué se entiende por ello y cómo se los puede pensar en el marco del centro educativo. Una selección de libros ilustrados centrados en la temática será el puente para explorar la forma narrativa de las ficciones históricas y los desafíos de la creación literaria para un público infantil y juvenil sobre un determinado contexto histórico-cultural. Dirigido a educadores y público en general interesado en la temática, la cita es el sábado 9 de noviembre de 10.00 a 13.00 y de 15.00 a 19.00. Tiene un costo de $ 2.500. Por más información e inscripciones: redes sociales de El Árbol Lejano.