Meanwhile, de Eric Clapton

Cuando le quedan pocos meses para cumplir 80 años, Eric Clapton ya está mucho más allá del bien y del mal, y lo demuestra con la tapa de su flamante disco de estudio, el primer material que publica luego de seis años de sequía. El músico aparece sentado ante la mesa de un típico diner anglosajón, con un sombrero de pescador, mirando a la cámara como si fuera un turista retratado por su esposa y no uno de los más grandes guitarristas de la historia del rock.

Meanwhile es un disco largo –de más de una hora–, en el que Clapton se saca las ganas de desplegar su lado más popero, pero sin bobadas, directo al ritmo, con algunas canciones propias y mayoría de versiones, y varios invitados –como el irlandés Van Morrison–. Ya la primera canción, “Pompous Fool”, nos marca la jugada, con el pulso reggae que tanto le gusta a Clapton –recordemos la versión en ese plan de “Knockin' on Heaven's Door”, por no mencionar “I Shot the Sheriff”, que casi la hizo suya–. Pero, por más que sea un reggae, Clapton no puede evitar que sus serpenteadas melodías de guitarra suenen bluseras. Y, ojo con la letra, que el ritmo alegre no nos distraiga, porque carga algunos dardos envenenados.

La melodiosa, cálida y hasta placentera balada “Sam Hall” se levanta como una de las mejores canciones del disco, aunque se trate de una versión de una tradicional inglesa sobre un ladrón de ricos condenado a muerte. A lo largo de las idas y vueltas instrumentales la canción desprende una brisa celta que al final, con el coro, se abraza en una pequeña comunión celebratoria y épica. “Always on My Mind” es otra versión, edificada al estilo country, bastante lejana a la de Elvis Presley, que la volvió legendaria en 1972. “One Woman” es otra que puntea alto, por su irresistible e hipnótico swing, y quizás sea el reggae más puro que grabó el veterano músico inglés.

El viejo blues vuelve con “You've Changed”, versión de una canción serena de Chuck Berry, bastante diferente a los arrolladores trenes de rock and roll que manejaba el padre del género. El cierre es con “Misfortune”, otra canción tranquila, quizás demasiado. Pero si queremos al Clapton más aguerrido siempre se puede ir a la plataforma musical de turno y poner “Layla” a todo lo que da.

Foto del artículo 'Vienen llegando ya los ingleses: nuevos discos de Eric Clapton, David Gilmour y Robyn Hitchcock'

Luck and Strange, de David Gilmour

El último disco que sacó Roger Waters, en 2023, es bastante parecido a un sacrilegio pagano, porque tomó The Dark Side of the Moon (1973), uno de los legendarios álbumes de Pink Floyd, su antigua banda, y lo regrabó, sumándole palabrerío y –lo que es más triste– quitándole guitarras. El resultado fue una obra mucho más que innecesaria. En ese gesto antiguitarra, más lo que suele hacer en los conciertos, en los que a su excompinche de las seis cuerdas, David Gilmour, lo borra de las fotos de Pink Floyd –como hacía Stalin con Trotski–, termina de demostrar su obsesión por disminuir el legado del violero.

Pero Gilmour, siempre de perfil bajo y alérgico a la demagogia de estadios, sólo necesita un minuto y medio para poner las cosas en su lugar. El guitarrista acaba de lanzar Luck and Strange, su quinto disco como solista, que a su vez es su primera novedad en estudio luego de casi una década. En el arranque, con la corta instrumental “Black Cat”, le basta apenas un breve firulete de su guitarra sobre un lánguido piano para decirnos “gente, acá estoy”. Son el sustain –el período en el que se sostiene el sonido– largo, el timbre grueso y la reverberación los signos inconfundibles del toque de Gilmour, que está en ese selecto grupo de guitarristas de rock que se puede identificar con medio compás –al igual que su coterráneo Clapton–.

Hay una pequeña gema, con su hija, Romany Gilmour, que despeja cualquier sospecha de nepotismo, porque tiene flor de voz –es cálida, no tiene el filo seco y melancólico de la de su padre, e incluso en la textura tímbrica hay un aire a Norah Jones–. Se trata de “Between Two Points”, un bálsamo musical que tiene a David Gilmour solo con su guitarra, porque con eso basta, para en la coda mandarse uno de sus mejores solos en añares, demostrando que todavía puede sacar notas de la galera.

Para contrarrestar el paisaje emotivo anterior, luego arremete con una introducción al mejor estilo The Wall (1979), en “Dark and Velvet Nights”, con las guitarras sacudiendo todo, pero es un caballo de Troya rítmico, porque enseguida la canción se transforma con la amabilidad de una llevada popera. El final del disco en la edición disponible en Spotify contiene una jam, es decir, una zapada, improvisación –o como se le quiera llamar– de 13 minutos sobre la homónima canción del disco, como para recuperar el tiempo perdido.

Foto del artículo 'Vienen llegando ya los ingleses: nuevos discos de Eric Clapton, David Gilmour y Robyn Hitchcock'

1967: Vacations in the Past, de Robyn Hitchcock

1967 fue un año clave para el rock, sobre todo en Inglaterra, donde se publicaron varios discos que hicieron que el género pasara de ser un mero entretenimiento a un arte completo, empezando por las tapas de los discos. Por eso no es extraño que el músico inglés Robyn Hitchcock se haya enfocado exclusivamente en canciones de ese año para grabar su nuevo disco: 1967: Vacations in the Past, un álbum que acompaña sus memorias (1967: How I Got There and Why I Never Left). Hitchcock versiona canciones de 1967 porque lo remarca como un período clave para su formación musical, ya que fue el pasaje de la pubertad a la adolescencia –tenía 14 años–.

La selección de versiones contiene grandes canciones e himnos universales. Es así que nos topamos con “Itchycoo Park”, de Small Faces, “I Can Hear the Grass Grow”, de The Move, “Waterloo Sunset”, de The Kinks, “Burning of the Midnight Lamp”, de Jimi Hendrix, “See Emily Play”, de Pink Floyd, “No Face, No Name, No Number”, de Traffic, entre otras; la mayoría, con gran presencia de guitarra acústica. El álbum trae una única canción original de Hitchcock, la que le da el nombre, y resume la esencia del espíritu que impulsó el trabajo –en letra y música–.

El álbum no podía cerrar con otra que no fuera “A Day in the Life” –tocada en un enfoque bastante similar a la original–, la que cierra Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, una de las más grandes canciones de The Beatles y de la música toda. Sólo a John Lennon le salía describir algo tan mundano como la noticia de un accidente de tránsito fatal que leyó en un diario con una melodía tan hermosa, amarga y atrapante. “He blew his mind out in a car, / he didn't notice that the lights had changed”...