La actriz, guionista y directora sueca Josephine Bornebusch sabe navegar a la perfección en el complejo mundo de las relaciones humanas y eso ha quedado demostrado en dos de sus más recientes trabajos. Fue directora de la película Orca (escrita y filmada en su totalidad durante la pandemia de covid-19), cuya trama describe los efectos del distanciamiento social en la forma de vincularnos a través de la vida de 11 personas de clase media que están aisladas y obligadas a comunicarse mediante videollamadas. También fue codirectora de la exitosa miniserie Bebé Reno, en la que se exploraban las oscuridades de la mente humana a través de Martha Scott, una mujer vulnerable que se obsesiona tanto con Donny, comediante y barman del bar que frecuenta, que empieza a acosarlo de forma constante.

Ahora Bornebusch escribe, dirige y protagoniza el poderoso drama Aprender a soltar (título original: Släpp taget), una historia cotidiana y profunda que narra los días de una familia en medio de un hogar agitado y una relación de pareja quebrada.

Bornebusch encarna a Stella, una madre agotada de manejar todo en la casa, crianza incluida, y Pal Sverre Hagen interpreta a Gustav, esposo y padre de apariencia ausente que, saturado de una dinámica hogareña disfuncional, pide el divorcio. Stella inicialmente se niega, pero luego acepta con una sola condición, a modo de despedida: que Gustav acompañe a Anna, su hija adolescente, a su competencia de pole dance en la costa de Escania. Lo que sigue es un tenso y revelador viaje familiar durante el cual Stella intentará de muchas maneras acercar a la familia.

De manera cruda y realista, asistimos al vacío de un matrimonio roto que con el tiempo puede convertirse en una sombra de lo que alguna vez fue. La historia describe cómo la falta de comunicación puede derrumbar una relación: desde sentirse invisible para el otro hasta dejar de forma casi imperceptible de compartir miedos, alegrías y preocupaciones, derivando inexorablemente hacia la apatía y la desconexión. Las presiones de la rutina hogareña y de llevar una vida funcional que se amolde al deber ser hacen que el matrimonio de Stella y Gustav implosione silenciosamente.

La mirada de Bornebusch se posa con humanidad sobre la vida de una familia tipo, los roles de género y la inmensa carga que recae sobre las mujeres. Hay una atmósfera de hartazgo tan bien construida que podemos identificarnos fácilmente con los personajes, ya que en definitiva son dos adultos que intentan, de manera bastante torpe, ser lo menos infelices posible.

Stella parece tener todo bajo control, más allá de las necesidades de atención de su hijo, el temperamento cambiante de su hija y la absoluta ausencia emocional de Gustav. Lo que el divorcio les viene a decir, además del derrumbe de su relación, es que puede haber luz en medio de la oscuridad. Stella reconoce su carácter controlador, Gustav asume su incapacidad afectiva para estar presente en todo momento y ambos entienden que se han transformado en dos seres miserables.

Con habilidad, la directora muestra, a través de varios sorpresivos giros narrativos, cómo esa agobiante dinámica familiar puede reconvertirse en aprendizaje, en acercamiento a sus hijos. Tras mostrar vulnerabilidad y pedir perdón, empujados por circunstancias adversas, Stella y Gustav logran hacerse cargo de sus actos.

Crónica del desamor y del reencuentro, Aprender a soltar es un cálido drama que nos muestra la transformación de un matrimonio y que toca las fibras de los lazos de familia, de la construcción de la pareja desde el apoyo mutuo y de la importancia de la conexión y la comunicación. La cinematografía hermosa, la banda sonora melancólica, buenas actuaciones y un guion que replantea con sinceridad la premisa del amor para toda la vida redondean un viaje emocional que nos lleva, con calma, a la idea de que soltar no es rendirse, sino dar espacio para algo nuevo.

Aprender a soltar. 110 minutos. En Netflix.