Hace muy pocos días, el presidente electo Donald Trump (suena un trombón triste) eligió a Linda McMahon como futura secretaria del Departamento de Educación. “Linda usará sus décadas de experiencia en liderazgo y su profundo entendimiento tanto de la educación como de los negocios para empoderar a la próxima generación de estudiantes y trabajadores estadounidenses y hacer que Estados Unidos sea el número uno en educación en el mundo”, dijo Trump en un comunicado.

A Linda McMahon la conocí hace pocas semanas en una atrapante serie documental sobre lucha libre profesional que estrenó Netflix, titulada Vince McMahon: el titán de la WWE, en la que se sigue la vida y la carrera de su (reciente) exesposo. Ya les voy a hablar de la serie, que es lo que nos une en esta oportunidad, pero comenzando por el hecho de cómo conocí a Linda.

La lucha libre profesional es una mezcla de deporte y teatro. Personas con músculos moldeados por años de gimnasio y minutos de inyecciones se pelean entre sí, en enfrentamientos con finales previamente definidos y que en muchos casos alimentan tramas que se arrastran durante meses, con un porcentaje muy grande de las tramas que ocurren alrededor del ring y en toda clase de escenarios.

Vince McMahon, un ser repudiable que transformó un pasatiempo segmentado y lo volvió un espectáculo global, aprovechó eso de ser el jefe millonario de los luchadores y construyó un personaje despreciable que apenas era una fina caricatura de la realidad. Como en la realidad, “Mr. McMahon” (el personaje y el título original de la serie) era misógino y se excitaba con cualquier cuerpo femenino que tuviera pulso.

En una de estas tramas, tenía una amante luchadora que además se volvía enfermera de Linda McMahon, que atravesaba quién sabe qué mal y estaba en silla de ruedas. En una escena inolvidable de la serie de Netflix, la luchadora le daba medicamentos en exceso a su paciente, y en un estadio repleto de personas que lo abucheaban, Vince se besaba con la luchadora, delante de una catatónica futura secretaria del Departamento de Educación de Estados Unidos.

Esa es la anécdota, el gancho para invitarlos a ver esta serie, pero los condimentos sobran. Más allá de casos puntuales (la lucha libre argentina en un par de ocasiones, algo de la WWE, el querido Gladiadores del ring), no hemos tenido tanta oferta televisiva de lucha libre. A la curiosidad sobre el fenómeno se suma la posibilidad de seguir los momentos más importantes de su desarrollo en Estados Unidos, porque decir lucha libre estadounidense es decir Vince McMahon.

La serie documental lo tiene como protagonista, aunque es uno de esos casos en los que, a punto de terminar la filmación, surgieron un montón de acusaciones de acoso y abuso sexual, que obligaron a cambiar el ángulo de la cobertura, porque originalmente era (y terminó siendo) una larguísima entrevista en la que Vince cuenta de su vida y su carrera mientras los principales exponentes hablan loas de él. Y eso que ya había habido acusaciones horribles, pero por entonces a la víctima automáticamente se le negaba el crédito.

La historia de la WWF, luego WWE (y los subtítulos intentan ocultar a la primera sigla de una forma casi orwelliana), es la de un empresario que supo dejar los escrúpulos de lado cada vez que fue necesario, al tiempo que entendía lo que el estadounidense promedio quería ver en el ring (y luego en la pantalla) a lo largo de las diferentes décadas. Hubo momentos de violencia extrema y otros de sexualización adolescente, para regresar una y otra vez al entretenimiento familiar... aunque eso incluya ver gente haciéndose daño en serio y disminuyendo su calidad de vida.

De parte de la producción, cuentan con miles de horas de programación y una agenda nutrida de superestrellas de antes y de ahora, que repasan decisiones polémicas, instancias en las que (¡gasp!) la competencia los superó en rating durante 83 semanas, y un montón de momentos ridículos que son los que le ponen color a este divertimento que nadie piensa que es real. Y, de hecho, es un detector de tontos entre aquellos que creen que los espectadores no son cómplices del juego.

Puede ser difícil ver a Vince negar muchos de sus costados oscuros, pero es hipnótico verlo convertido en el “Mr.”, tan desagradable, que hacía que incluso en una pelea contra Donald Trump (ambos tenían a luchadores que se hicieran daño en lugar de ellos... como siempre) el neoyorquino fuera el bueno. O el menos malo.

En este mundo de caricaturas de la bondad y la maldad, de personajes que se dan vuelta o que se cambian de compañía, es un resumen perfecto que nos deja con ganas de mucho más, aunque para ello haya que soportar al monstruo que le da nombre a la serie.

Vince McMahon: el titán de la WWE. Seis episodios de una hora. En Netflix.